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FIERROS

Por Antonio Dal Masetto

t.gif (862 bytes) Noche pacífica en el bar. Ningún tema especial a la vista. Hasta que el Gallego comenta:
–Interesante esto del plan canje, usted entrega su auto usado de más de diez años, le dan 4.840 pesos y se puede meter en la compra de un cero kilómetro pagando cuotas razonables. No está mal. Aunque también es cierto que a veces cuesta desprenderse del coche viejo, uno se encariña con los fierros.
–Un buen negocio es un buen negocio, ¿de qué cariño me está hablando?, los fierros son nada más que fierros –le contesta un parroquiano.
–Si se expresa de ese modo es porque usted seguramente no tiene sentimientos –interviene un segundo parroquiano.
–¿Qué pavada está diciendo? ¿De qué sentimientos me está hablando?
–O no tiene sentimientos o nunca tuvo un coche de verdad. Ni coche ni perro ni caballo. Si no sabría lo que es el afecto. Y también sabría que entre los tres, perro, coche y caballo, no hay diferencia.
–¿Sentimientos por cuatro chapas, un montón de plástico, un poco de cuerina y unos cuantos tornillos?
–Usted es un desalmado, no tiene sentimientos para nadie, ni para los autos ni para los animales ni para la gente. Y le digo más, yo he tenido autos que eran mejor gente que muchas personas que conozco.
na32fo01.jpg (21681 bytes)Los parroquianos acaban de dividirse en dos grupos, uno sensible y el otro insensible a los autos. Las voces suben de tono y el clima se pone caliente. La discusión es interrumpida por un lúgubre lamento:
–Ay, ay, mi Rambler, mi viejo amigo, ¿por qué te hice esto?
El del lamento es un tipo que toma whisky en la punta de la barra.
–Nunca se vio un coche más noble. Noble, leal, compañero, aguantador. Y yo entré en el plan canje y lo mandé al desguace.
Nos acercamos. El tipo nos habla lloriqueando.
–Jamás me dejó varado, jamás fue un auto neurasténico de esos que se descomponen dos por tres. Las veces que me habrá tocado peludear en medio del campo, de noche, atascado en el barro, y le hablaba: Metele que vos podés, yo sé que vos podés, metele, metele. Y él le metía. Mi viejo Rambler salía adelante. Lo usé para todo. Para viajar, para ir de vacaciones con la familia, para remís, para cargar cajones cuando tuve la verdulería. En ese coche llevé a mi hijo a bautizar. Siempre lo tuve asegurado contra todo riesgo. Si tenía un choquecito me las ingeniaba para arreglarlo yo mismo o con algún amigo, y me quedaba con la diferencia del seguro. Una vez me lo robaron y cuando lo recuperé lo puse a nuevo y también me quedé con una linda diferencia de lo que me pagó el seguro. Así que en las buenas y en las malas mi Rambler siempre me hacía ganar unos pesitos extra. Tenía casi quinientos mil kilómetros y solamente le hice un medio ajuste. Si les digo que prácticamente nunca pinché una goma, ustedes no me van a creer. Pienso que él evitaba pinchar para no darme preocupaciones. Y yo lo mandé al desguace. Para colmo apareció un tipo que se estaba armando un Rambler, un enviado de Satanás, necesitaba piezas, me tentó y me agarró la avaricia. Así que antes de entregar mi Rambler a la muerte le cambié las llantas de aleación por unas berreta, le saqué el tapizado bueno y le puse uno rotoso, también le saqué los faros, la calefacción, el aire acondicionado y las alfombras. Aun yendo al matadero, mi viejo Rambler me dio lo mejor de sí. Los quinientos pesos que conseguí por las piezas me queman en el bolsillo, los voy a gastar en whisky y ojalá me agarre una cirrosis.
Llora desconsolado. Saca una foto de la billetera y la muestra.
–Mírenlo cuando era joven. Un viaje que hicimos juntos al Sur.
En la foto se ve un Rambler en un camino de tierra con un fondo de mesetas desoladas. –Voy a hacer una ampliación, abajo le voy a escribir Gracias viejo, la voy a enmarcar y después la cuelgo al lado del retrato de mi finada madre. Esto no va a lavar mi culpa pero es lo menos que puedo hacer en su memoria.
Varios le palmean la espalda. A esta altura hasta los parroquianos insensibles se ablandan.
–La próxima copa del señor es invitación mía.
–La siguiente es mía.
–La otra que sigue la invito yo.
Todos lo invitan. El hombre tiene whisky por delante como para varias noches. Yo también quiero hacer mi aporte.
–Y cuando el señor acabe con todas las rondas, sea la hora que sea, me comprometo a meterlo en un taxi y depositarlo sano y salvo en su domicilio –digo.
–Y la casa convida una vuelta para todos –dice el Gallego–. Vamos a brindar con la esperanza de que mañana, después del sueño reparador, superada la pena, empiece para el amigo una nueva vida. Seguro que desde ese lugar del cielo donde van los buenos autos, su Rambler ya lo perdonó.
Los parroquianos aplauden.

REP

 

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