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Por Martín Pérez El cable es así. Tiene sus propios mundos, para todos los públicos. Algunos están cuidadosamente alambrados, como los del fútbol o las películas codificadas. Pero así como sus guardias se dedican a vigilar bien de cerca sus bienes más preciados, el cable también tiene sus suburbios. El más evidente es el territorio de las señales extranjeras, que son carne de habitación de hotel y apenas si son tomadas en cuenta más allá del logo en cuestión a la hora de recorrer su programación. En estos tiempos de codificación de señales y anemia de contenidos, es allí donde aparecen los tesoros del cable. Como el ciclo de películas francesas subtituladas que regala TV5, por ejemplo, gracias al que se puede acceder a un cine que ni siquiera llega a los videoclubes. El último de estos tesoros ocultos, aparecido en las madrugadas de la Televisión Española, es La Segunda Patria (Zweite Heimat), una monumental obra maestra del director alemán Edgar Reitz, premiada en el Festival de Venecia de 1992, y exhibida un par de oportunidades en la Sala Leopoldo Lugones gracias al auspicio del Instituto Goethe. Son trece films, rodados en blanco y negro y en color, que la TVE uno de los tantos canales televisivos europeos que financiaron el emprendimiento de Reitz exhibirá durante el mes de julio en 26 capítulos de una hora de duración, de lunes a viernes, a la 1.30 de la madrugada. El primer y segundo capítulo que completan el primer film del ciclo, La época de las primeras canciones se pudieron ver ayer y hoy de madrugada. Pero esto recién empieza. La Segunda Patria es la segunda parte de Patria (Heimat), la saga que colocó a Reitz a la altura de los otros cuatro directores del nuevo cine alemán conocidos en todo el mundo: Wenders, Fassbinder, Schlondorff y Herzog. Concebida como un vehículo para contar la historia de Alemania y del siglo XX a través de la vida cotidiana en el pueblo de Schabbach, Patria es un film de quince horas de duración, pensado como una novela antes que como película. Hay dos maneras de transformar la experiencia cinematográfica en un evento trascendente, declaró en su momento Reitz. Por un lado, está el camino de hacer films cada vez más caros. Y, por el otro, el desafío de relacionarse durante más tiempo con el público. Hasta el punto que parte de la experiencia de vida de la gente pase a formar parte del film. Con maestría y sensibilidad poco comunes, Reitz transformó Patria en una experiencia única. Y, cuando llegó el momento de planear una continuación, dobló la apuesta: si en Patria su cámara seguía la vida de quienes se quedaban en Schabbach, aquí acompaña a Hermann Simon, quien había dejado el pueblo y su familia para ir a buscar su destino en la gran ciudad. Y cuenta la forma en que Hermann aspirante a músico construye su segunda familia en Munich, donde viaja apenas terminado el secundario y en la que desarrolla su vida entre 1960 y 1970. Nuestro film dura 26 horas, y en ese tiempo se puede leer una larga novela, o hacer un pequeño viaje, escribió Reitz. Este no es un film normal. Fue realizado con actores y retrata a personas, pero no fue construido con la intención de desarrollar un argumento con cierto final dramático. Es como la vida misma: el futuro es siempre impreciso, y la tensión es creada por la certeza de la muerte. Los veintiséis capítulos de La Segunda Patria resultan una experiencia única, altamente recomendable. Para quienes no conocen el trabajo de Reitz, es la mejor manera de acercarse a un director alemán poco tradicional. Y para los que ya lo conocen, es un buen momento para refrescar la historia de Hermann Simon y sus compañeros de curso, antes de la inminente tercera parte de Heimat: siete películas de hora y media planeadas para contar la vida de sus protagonistas entre la caída del Muro y el fin de siglo.
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