Por Mariano Blejman
¡Haya
paz!, gritó un tal Chato Valencia, el nuevo asistente de Mirtha Legrand. El
silencio se adueñó del estudio. Los 90 fotógrafos y camarógrafos apuntaron su
artillería pesada hacia la escalera y dispararon cuando apareció allá en lo alto,
erguida como un prócer. La diva de los almuerzos volvió a la televisión, después de
haber sido abandonada el año pasado, según su definición, por las nuevas
autoridades de Azul Televisión. El recuerdo de la posterior muerte de su hijo Daniel
Tinayre teñiría de tristeza la emisión que estaba a punto de comenzar, su debut en
América. Es probable que de aquí en más el programa contenga bastante
política, le diría a Página/12 casi dos horas después, una vez concluida la
ceremonia del debut. Este es el momento más duro y más difícil de mi vida,
aseguraría luego. Mientras, una lágrima le corría por la mejilla. Yo no pensaba
volver a la televisión, pero me convencieron y aquí estoy, explicó. Quiero,
y espero, que me ayuden, me tengan paciencia. Vamos a hacer las cosas lo mejor
posible. En ese momento, miró a los fotógrafos y con lágrimas en los ojos
agregó: Les pido que me dejen hacer mi vida. Legrand dice que ha tenido
fotógrafos durante cuatro meses en la puerta de su casa.
Por detrás, Marcela Tinayre y sus nietos le daban gritos de aliento.
Mientras tanto, la temperatura aumentaba dentro del estudio. Yo no soy tan fuerte
como la gente cree, no hago más que llorar y llorar y extrañar a Dany, aseguró
Mirtha, y afuera llovía a cántaros. Soy Giordano, soy Giordano..., había
gritado el peluquero mediático, intentando sortear la maraña de cámaras para acercarse
ampulosamente a la conductora y espetarle un bravo, Chiquita. Un aplauso
generalizado premió su originalidad. Luego de agradecer al dueño del canal, el
empresario Eduardo Eurnekian, a su productor Carlos Rottemberg y a sus amigos cercanos,
repitió: Aquí estoy, señores, he venido a ocupar mi lugar. También
agradeció los llamados de sus hermanos Silvia y José, y el Martín Fierro, que fue
el único que ganó Canal 9. Además, aprovechó el posible alto rating del inicio
para promocionar su otro programa en América La noche de Mirtha, que irá los
viernes a las 22.
La diva de los almuerzos esta vez ofreció a sus invitados sólo un aperitivo. Fueron
cinco: Soledad Silveyra, que ingresó al canal con unos enormes ruleros pero en cámara
resplandeció, Enrique Pinti, Juan Carlos Calabró, Ana María Campoy, Nacha Guevara y el
sacerdote Julio César Grassi quien, además de hacerle un regalo, se atrevió a
bendecirla en cámaras. Entre todos la mimaron, y sus lágrimas se transformaron en
sonrisas, aunque en general de dientes apretados. Vas a tener toda la libertad para
trabajar, le aseguró Eurnekian, quien recordaba las interrupciones que hacía
Alejandro Romay, cuando era el zar de la televisión. Muchas gracias,
contestó. Ustedes deberían mejorar un poco Ezeiza, ¿eh?. Una foto de Mirtha
con el presidente Carlos Menem, cuando bailó la danza de los siete velos, lucía como
parte del decorado.
¿Padre, saca plata?, le preguntó a Grassi, que debió sumergirse en
explicaciones variadas. Nacha Guevara hizo lobby para que se apruebe una ley de mecenazgo.
La empresa privada debe invertir en el espectáculo y en el arte, afirmó, con
tono de estar hablando de sus propios sus proyectos. Mirtha recordó entonces a Juan
Carlos Thorry, que cumplió 91 años y está en precario estado de salud. Cuando lo
invité a Juan Carlos Thorry a El Contra, lo confundí con Labruna. Hasta el
día de hoy la gente se acuerda de eso, recordó Calabró.
Dentro del estudio, especialmente contratado por el canal para su comodidad cuenta
con baño privado, cocina, living y aire acondicionado el calor seguía siendo
insoportable, y los periodistas colgaban sus camperas en la cintura, una situación rara,
muy televisiva, porque afuera la sensación térmica era de 0 grado. Va a haber que
alargar la cortina musical, Mirtha estira demasiado y nos quedamos sin música, se
apuraban en el control. En el piso, con el inminente final del programa uno de su
temporada 1999, Mirtha rezongaba: Ni en televisión te dejan llorar tranquila,
decía, mientras se volvía a secar la nariz con el pañuelo. Los fotógrafos la
acribillaban. Ellos no son la televisión.
Facturas, recuerdos, planes
Una vez terminado el programa, el show de Mirtha Legrand siguió. Luego de que Roberto
Galán la fulminara a los besos y de que Héctor Ricardo García, dueño del estudio, la
saludara, concedió una entrevista colectiva a los medios que se amontonaban en el lugar.
No sé qué me dio fuerza para volver, señaló. Me gusta que me hablen
de mi hijo Daniel, un ser extraordinario, definió. El año que viene a lo
mejor produzco programas, pero no voy a trabajar más con mi físico, insistió.
Luego pasó facturas a los medios que se dedicaron a publicar informaciones falsas.
Se dijo que tomé pastillas y no es cierto, ni que está en venta mi departamento.
Por otra parte, Daniel jamás se quejó y murió con una gran dignidad, enumeró.
Luego habló de su dolor. He pensado mucho en las mujeres que perdieron a sus hijos.
Pensaba también en los desaparecidos, en aquellos que tienen hijos que no saben si están
vivos. Temo, ahora, que la televisión me lo haga olvidar. Finalmente, prometió un
almuerzo con el ex presidente Raúl Alfonsín cuando se recupere y, tal vez, un encuentro
con Susana Giménez. |
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