Por Horacio Cecchi Correr, es posible correr
muchas cosas. Cien metros llanos, el colectivo, los muebles de lugar. Hay corredores de
Bolsa y de comercio. Se corren riesgos, toros y la coneja. El tiempo corre. Pero running,
lo que se dice running, no cualquiera. Ayer, llegó a Buenos Aires el único running man
of the world, Robert Garside, londinense de 32 años. Llegó, después de recorrer 2 años
y 34 mil kilómetros y faltándole otro tanto para dar la vuelta al mundo. Lo hizo como
correspondía, corriendo por la 9 de Julio, levantando los brazos al llegar al Obelisco
como si hubiera cruzado la meta de un maratón olímpico. Pero sin público. Porque a las
16, Corrientes y 9 de Julio era un loquero de gente que corría sin parar ni mirar a
ningún lado, por mil razones, porque se llega tarde o porque hace frío. Entre los autos
y los peatones, Garside sonaba entre curioso y ridículo calzando su musculosa y su
decimooctavo par de zapatillas.
Antes, cuando Bobby Garside era un tipo normal, estudiaba psicología en Londres.
Psicología clínica. Tenía buenas notas, pero en un momento dado descubrió que la
carrera era una locura. La de psicología. Fue cuando leyendo el Guinness de los records
descubrió que nadie había dado la vuelta al mundo corriendo. Y se preguntó:
¿Para qué estoy en el mundo?. La respuesta fue obvia. Durante un año tramó
su gira que, finalmente, comprendería siete continentes, 82 países, 68 mil kilómetros,
tres años y alrededor de 40 pares de zapatillas. Se contactó con el Libro de los
Records, donde le informaron las condiciones para que su original idea se considerara como
vuelta al mundo. Entre ellas, tenía que pasar por la Antártida. Para figurar en las
páginas, además, debía certificar con imágenes de los lugares por los que pasaba, que
luego debería enviar en forma cronológica a la editorial Guinness.
Después consiguió un sponsor. La empresa Sabona of London, productora de brazaletes de
cobre antirreumáticos. Sabona aporta, uno a uno, cada dólar del paquete de un cuarto de
millón que demanda en su totalidad la carrera de Bobby. Por eso, cuando el running man
levantó los brazos al llegar al Obelisco, levantaba también su muñeca esposada en
cobre. Correr no fue un problema dijo Bobby, junto al Obelisco y en tipical
english. Siempre me gustó y practiqué deportes. Me preparé cuatro meses.
Cuando tuvo todo listo, Garside empezó su carrera. Lo hizo el 7 de diciembre del
96, a las 10.30, desde Piccadilly Circus camino a Moscú. Sesenta kilómetros por
día, a una velocidad de entre 10 y 20 kilómetros la hora y más solo que un perro. En
Rusia lo tirotearon, después pasó a Japón, estuvo en la India, donde dormía en las
comisarías. En Pakistán lo asaltaron. Siguió al Nepal, rodeó el Tibet, donde
confesó tenía tanto frío que sentía que se me iban a caer los dedos de los
pies. Del Nepal pasó a China, donde lo detuvieron como un espía. Allá
están acostumbrados a que los que atraviesan su país corriendo son espías,
filosofó Bobby.
Ya liberado, no perdió la oportunidad de visitar a su madre, en Eslovaquia. Nene,
por qué tanta carrera, le dijo ella. Después estuvo en Polonia, Afganistán,
Africa del Norte, España, donde pasó una de las dos etapas de su carrera acompañado:
Carmelo, un madrileño sin demasiadas preocupaciones, corrió a su lado durante 800
kilómetros. Bobby alcanzó la mitad de su viaje en Sydney, después de ser recogido por
un patrullero que lo encontró desvanecido en una ruta del desierto de Nullarbor. En
Australia tuvo su segunda compañía: una novia, Lucy, a beautiful doctor de
Sydney, lo siguió también 800 kilómetros, pero en bicicleta. Al continente americano
llegó vía Punta Arenas, de donde saltó a Río Gallegos, Bahía Blanca, Azul, su ruta.
Seguirá rumbo a Montevideo, Río, el Amazonas, Colombia, donde pasará el fin de milenio,
México, Estados Unidos, para volver a Europa, camino a Piccadilly Circus. Lleva gastados
100 mil dólares, 18 pares de zapatillas, y tres años, uno más de lo que esperaba. Y
tiene para más. Pese a que Garside sabe que el Amazonas es duro y muy
difícil, ayer, antes deseguir su carrera salteando paragolpes y colectivos, sumó
una opinión local: The 9 de Julio is too much.
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