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Un émulo de Forrest Gump que llegó a Buenos Aires

Como Dustin Hoffman en la película, el inglés Robert Garside anda por la vida corriendo. Piensa dar la vuelta al mundo y figurar en el Guinness. Ayer hizo una parada en el Obelisco.

Antes de dedicarse a correr, Robert Garside estudió psicología.
Luego consiguió como sponsor a un fabricante de brazaletes.

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Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) Correr, es posible correr muchas cosas. Cien metros llanos, el colectivo, los muebles de lugar. Hay corredores de Bolsa y de comercio. Se corren riesgos, toros y la coneja. El tiempo corre. Pero running, lo que se dice running, no cualquiera. Ayer, llegó a Buenos Aires el único running man of the world, Robert Garside, londinense de 32 años. Llegó, después de recorrer 2 años y 34 mil kilómetros y faltándole otro tanto para dar la vuelta al mundo. Lo hizo como correspondía, corriendo por la 9 de Julio, levantando los brazos al llegar al Obelisco como si hubiera cruzado la meta de un maratón olímpico. Pero sin público. Porque a las 16, Corrientes y 9 de Julio era un loquero de gente que corría sin parar ni mirar a ningún lado, por mil razones, porque se llega tarde o porque hace frío. Entre los autos y los peatones, Garside sonaba entre curioso y ridículo calzando su musculosa y su decimooctavo par de zapatillas.
Antes, cuando Bobby Garside era un tipo normal, estudiaba psicología en Londres. Psicología clínica. Tenía buenas notas, pero en un momento dado descubrió que la carrera era una locura. La de psicología. Fue cuando leyendo el Guinness de los records descubrió que nadie había dado la vuelta al mundo corriendo. Y se preguntó: “¿Para qué estoy en el mundo?”. La respuesta fue obvia. Durante un año tramó su gira que, finalmente, comprendería siete continentes, 82 países, 68 mil kilómetros, tres años y alrededor de 40 pares de zapatillas. Se contactó con el Libro de los Records, donde le informaron las condiciones para que su original idea se considerara como vuelta al mundo. Entre ellas, tenía que pasar por la Antártida. Para figurar en las páginas, además, debía certificar con imágenes de los lugares por los que pasaba, que luego debería enviar en forma cronológica a la editorial Guinness.
Después consiguió un sponsor. La empresa Sabona of London, productora de brazaletes de cobre antirreumáticos. Sabona aporta, uno a uno, cada dólar del paquete de un cuarto de millón que demanda en su totalidad la carrera de Bobby. Por eso, cuando el running man levantó los brazos al llegar al Obelisco, levantaba también su muñeca esposada en cobre. “Correr no fue un problema –dijo Bobby, junto al Obelisco y en tipical english–. Siempre me gustó y practiqué deportes. Me preparé cuatro meses.”
Cuando tuvo todo listo, Garside empezó su carrera. Lo hizo el 7 de diciembre del ‘96, a las 10.30, desde Piccadilly Circus camino a Moscú. Sesenta kilómetros por día, a una velocidad de entre 10 y 20 kilómetros la hora y más solo que un perro. En Rusia lo tirotearon, después pasó a Japón, estuvo en la India, donde dormía en las comisarías. En Pakistán lo asaltaron. Siguió al Nepal, rodeó el Tibet, “donde –confesó– tenía tanto frío que sentía que se me iban a caer los dedos de los pies”. Del Nepal pasó a China, donde lo detuvieron como un espía. “Allá están acostumbrados a que los que atraviesan su país corriendo son espías”, filosofó Bobby.
Ya liberado, no perdió la oportunidad de visitar a su madre, en Eslovaquia. “Nene, por qué tanta carrera”, le dijo ella. Después estuvo en Polonia, Afganistán, Africa del Norte, España, donde pasó una de las dos etapas de su carrera acompañado: Carmelo, un madrileño sin demasiadas preocupaciones, corrió a su lado durante 800 kilómetros. Bobby alcanzó la mitad de su viaje en Sydney, después de ser recogido por un patrullero que lo encontró desvanecido en una ruta del desierto de Nullarbor. En Australia tuvo su segunda compañía: una novia, Lucy, “a beautiful doctor” de Sydney, lo siguió también 800 kilómetros, pero en bicicleta. Al continente americano llegó vía Punta Arenas, de donde saltó a Río Gallegos, Bahía Blanca, Azul, su ruta.
Seguirá rumbo a Montevideo, Río, el Amazonas, Colombia, donde pasará el fin de milenio, México, Estados Unidos, para volver a Europa, camino a Piccadilly Circus. Lleva gastados 100 mil dólares, 18 pares de zapatillas, y tres años, uno más de lo que esperaba. Y tiene para más. Pese a que Garside sabe que el Amazonas es “duro y muy difícil”, ayer, antes deseguir su carrera salteando paragolpes y colectivos, sumó una opinión local: “The 9 de Julio is too much”.

 

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