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A las 13.54 de ayer, en el court central de Wimbledon, Boris Becker entró en la inmortalidad del tenis mundial. El australiano Patrick Rafter no tuvo piedad del mito y lo derrotó 6-3, 6-2, 6-3, en apenas una hora y 46 minutos. El alemán, de 31 años, apretó la mano de su verdugo, recogió sus raquetas por última vez, apoyó la rodilla en tierra delante del palco, desde el que lo vivaban la duquesa y el duque de Kent, y con los brazos en alto aplaudió al mismo público que lo vio ganar 72 partidos en quince años de Wimbledon, que lo vivó cuando ganó los Abiertos de 1985, 1986 y 1989. Estoy agradecido. Fue un excitante viaje de 15 años, pero quedó demostrado que es hora de retirarme. Fue mi último partido de tenis. Becker había entrado en el court como un ídolo; se retiró como leyenda. Su derrota fue la nota del día en el Abierto. Aquí gané más partidos que nadie reflexionó más tarde disfruté cada uno de ellos. Lo que me molesta es que perdí cuatro finales. Demasiadas. Llegar siete veces a la final y sólo ganar tres no es un buen porcentaje. La idea de Becker es continuar ligado al tenis como entrenador. Wimbledon llegó ya a cuartos de final, que se disputarán íntegramente hoy. En el cuadro masculino, jugarán Sampras-Philippousis, Pioline-Henman, Agassi-Kuerten y Rafter-Martin. Los emparejamientos femeninos serán Venus Williams-Graf, Davenport-Novotna, Tauziat-Lucic y Dokic-Stevenson.
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