A cara de perro Por J. M. Pasquini Durán |
Faltan veintitrés semanas para que el menemismo abandone el gobierno. Ya no le quedan tiempo ni argumentos para maquillar los métodos y los criterios que inspiraron la mayor parte de la década de gestión. Para colmo, se despide en plena incapacidad para afrontar la recesión económica, importada en parte pero sobre todo provocada por mano propia. El autismo del discurso económico ha llegado al grotesco con su última versión sobre los motivos de la abrupta caída del consumo popular: en lugar de comprar alimentos la gente prefiere ahorrar el dinero, afirmó anteayer el gabinete nacional. Los diecisiete millones de pobres en el país no saben si reír o llorar. De tanto privilegiar a los poderosos, el oficialismo perdió la mano hasta para la demagogia electoral. El mismo gobierno que facilitó ganancias a las empresas privatizadas por valor de 30 mil millones de dólares en la década y que, en ese mismo plazo, pagó 55 mil millones por intereses de la deuda externa, aumentando el valor del capital adeudado a más del doble durante el segundo mandato, no puede garantizar un aumento mensual de noventa pesos a los maestros. Encima, el bloque de diputados del PJ, que promovió y votó el incómodo impuesto para el fondo docente, ahora quiere escupir sobre la misma ley, y sobre todos los que pagaron, eximiendo al transporte pesado. Los dos millones de particulares que cumplieron con la ley podrían recibir otra oblea que los identifique: Imbéciles, también de exhibición obligatoria y con recargo de IVA. Mientras el PAMI entra en colapso y el Estado anticipa que no garantizará más la prestación básica universal, las AFJP acaban de celebrar la duplicación en el quinquenio de la renta proyectada para treinta años. Otro buen negocio para el capital extranjero que impuso la concentración de las administradoras (eran 26 en 1994 y quedan menos de la mitad) y consiguió el control del 70 por ciento de esos capitales, que ahora forman parte del poder de los míticos inversores internacionales. Esos mismos que salen a dar voces de alarma cada vez que los candidatos dejan de recitar alguna línea del libreto de las corporaciones. Los inversores todavía tienen espasmos respiratorios porque Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa, en tonos diferentes, insinuaron que podrían modificar el régimen de pagos de la deuda externa. Ojalá los ciudadanos se tomaran tan en serio los discursos de campaña, pero es difícil de creer que alguien con mínima información suponga que el gobernador de Buenos Aires o el jefe de la Ciudad se apropiaron de uno de los mandamientos de la extrema izquierda: No pagarás. Aunque el país sea excéntrico, algunas lógicas siguen en pie. No se puede renegar de la deuda externa y, al mismo tiempo, proclamar coincidencias con Domingo Cavallo, arquitecto central del endeudamiento. Lo que sucede es que el modelo de sociedad de mercado pasa por un momento de fragilidad debido a que dos de sus principales columnas, Menem y Cavallo, no tienen la fuerza que desearían, uno porque se va y el otro porque no llega. En estas circunstancias, no es cuestión de andar metiendo ideas raras en la cabeza de los que ya nada tienen para perder. A ver si los votantes creen de verdad que pueden participar de las decisiones políticas sobre una economía de mercado globalizada que resuelve el destino de todos en despachos a puerta cerrada por gestores que nadie ha elegido. En su caída, Menem sigue arrastrando a viejos amigos y favorecedores. Además del banquero Moneta, esta semana se sumó en la nómina de encausados el ex vicecanciller Fernando Petrella y sigue jaqueado el jefe del Ejército, Martín Balza, por acusaciones cruzadas en el expediente del contrabando de armas. Las amenazas anónimas de bombas supuestas, plantadas en lugares diferentes cada día, son como un emergente simbólico de esta decadencia de la autoridad política. Veintitrés semanas pueden ser una eternidad. El rey está desnudo y son muchos los que ahora se animan a decírselo, algunos a los gritos, pero la mayoría sigue sin encontrar la guía para el futuro. Aunque a diario se multiplican las luchas parciales, nadie todavía alcanzó el rango suficiente para articularlas en un solo torrente. A pesar de ser la más débil de las dos centrales existentes, la CTA es la única que lo intenta, sin más prensa ni recursos que el vigor de su militancia, esta vez el próximo martes 6 con paros y movilizaciones en todo el país. El Frepaso amaga pero no concreta. Dicho de otro modo: lo hace mejor en teoría que en la práctica. La Alianza, ni en teoría. Los frentistas sesionarán hoy en congreso nacional, sobre todo para cumplir los requisitos de la legalidad jurídica, el último encuentro de ese tipo antes de las elecciones de octubre. Los delegados tendrán a la mano dos documentos, aportes para la discusión, elaborados en la cúpula partidaria. El primero, titulado Pensar como dirigentes sin dejar de actuar como militantes, sale al cruce de algunas críticas que se escuchan a menudo en el interior de la fuerza, en especial las que se refieren a los problemas de identidad del Frente en la Alianza y al desencanto ideológico por el actual discurso de la coalición. En su respuesta, el análisis identifica tres problemas principales: 1) El PJ va a intentar imponer la competencia clásica con la UCR, instalando una configuración bipartidista que ignore el nuevo escenario impuesto por la Alianza; 2) La persistencia, sobre todo en el interior, de tendencias hegemonistas en la UCR, que intenta reducir nuestra presencia a lo mínimo indispensable; 3) La tendencia del Frepaso a permanecer en la vieja lógica de construcción, atada al peso de las figuras nacionales y con insuficiente iniciativa a una apertura hacia nuevos referentes sociales. Es un documento de tono defensivo, más que nada destinado a explicar la trayectoria seguida desde octubre de 1997. Las proposiciones ilustran el otro documento, cuyo título en borrador era La asignatura pendiente del Frente Grande: el partido de articulación, con líneas de inspiración que pueden rastrearse en los últimos mensajes de Chacho Alvarez. El que pronunció, por ejemplo, en el acto de presentación de la propuesta programática de la Alianza, el 25 de mayo pasado, donde llamó a liberar a la política de tres asechanzas: Primero, de la asociación con el delito que generó diez años de gobierno del partido injusticialista; segundo, los problemas de la globalización económica y tercero, la subordinación a los intereses de los grupos privilegiados del poder. Para cumplir con las tareas liberadoras, la dirección del Frente dice que quiere diferenciarse de la izquierda tradicional, a la que acusa de entramparse en falsas antinomias, y de lo que llama derecha republicana, dispuesta a tolerar la corrupción como un mal menor de la revolución menemista. Después de reconocer que el Frente es una mezcla desordenada y muchas veces contradictoria de elementos diversos, critica a su principal aliado, la UCR, por un conjunto de prácticas que caracterizan lo que, en algunos aspectos, consideramos la vieja forma de hacer política. Desde esa ubicación, descarta la posibilidad de ser un partido de masas con gran capacidad de movilización y rechaza la idea del partido mediático, un pequeño grupo de dirigentes con fácil llegada a la prensa, sobre todo la audiovisual. Propone, entonces, el partido de articulación que consistiría en una organización fuertemente institucionalizada, con una dirección legítima y eficaz y capacidad para relacionarse y coordinar la actividad con toda clase de organizaciones civiles, desde gremios y asociaciones de base hasta grupos, personalidades, intelectuales y profesionales. En más de veinte carillas, casi seis mil palabras, una frase perdida puede ser que llame la atención de muchos delegados, sobre todo después de la derrota sufrida en La Matanza por la dirección nacional del Frente, en la interna que impusieron y ganaron los caudillos locales que impulsaron la candidatura de Pinky, ligada en la UCR a Rodolfo Terragno. La frase dice: De nada sirve que un partido proclame ciertos objetivos si sus prácticas los niegan día a día. Verdadera lección para los que quieren reconstruir la política. Massimo DAlema, en Italia, debe estar pensando en algo parecido, porque acaba de pasar por dos estremecedores fracasos en las urnas. Primero fue en las elecciones al Parlamento Europeo y después en las municipales, donde perdió Bologna, que los comunistas gobernaron sin interrupción desde que terminó la II Guerra Mundial. Hay derrotas que importan más que algunas victorias. Un prestigioso analista de la izquierda italiana tituló su comentario sobre Bologna: Quien rompe, paga. A juicio de Valentino Parlato el gobierno DAlema pierde el apoyo de la izquierda como consecuencia de su teoría y práctica, entre las que destaca éstas: La política sólo se puede hacer desde el gobierno y El capitalismo, aunque globalizado, está en dificultades y no habrá progreso para nadie ni no se lo ayuda. Según el comentarista, esos criterios obligan a frenar el conflicto social y debilita a los partidos, reduciéndolos a un grupo de personas que actúan por cuenta propia, sin rendir cuentas a nadie. Es cierto que ninguno aprende en cabeza ajena, pero a veces vale la pena mirar hacia afuera, para comparar en la marcha de los otros la calidad de la propia marcha.
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