Acá nadie se arriesga Por Julio Nudler |
¿Para qué sirve hablar del riesgo-país? Ante todo, para no invertir en él. El capitalismo vernáculo consiste en exaltar el riesgo como motor de la economía, y al mismo tiempo evitar por todos los medios asumirlo. En un año (de julio de 1997 a junio de 1998), la Argentina pagó 905 millones de dólares en primas de reaseguros para que grandes compañías internacionales se hicieran cargo. La banca, que no quiere arriesgarse a prestar plata y no se la devuelvan, prefiere vender servicios, negocio con el que está ganando unos 300 millones mensuales sin sobresaltos. Y hasta Frávega, que como anzuelo promete perdonar una cuota por cada gol que anoten los elegidos de Bielsa en la Copa América, en el partido siguiente a la compra, contrató una póliza para ahorrarse sorpresas. A pesar de la aversión generalizada al riesgo (por algo el 74 por ciento de los plazos fijos están en dólares, sin que a sus titulares les importe recibir una tasa más baja), el presunto negocio del riesgo abre cada vez más ventanillas. Una de ellas son las AFJP, que le cobran mes a mes a cada afiliado un 0,95 por ciento del salario, en promedio, para contratar un seguro de vida con una compañía que casi siempre pertenece al mismo grupo de la Administradora (pese a que tienen obligación de licitar ese servicio), por lo que se trata de un precio intragrupo y no de mercado. Esas compañías están reasegurando afuera, a su vez, cuatro quintas partes de ese primaje a un costo de 0,8 por ciento (la Suiza de Reaseguros, una de las mayores del mundo, está penetrando por esta vía el mercado argentino). Como la recaudación anual total de las jubiladoras privadas ronda los 4000 millones de pesos, la intermediación sin riesgo en el seguro que pagan obligatoriamente sus adherentes les deja unos 77 millones de ganancia. El único riesgo que como tales asumen las AFJP es que la rentabilidad de su fondo caiga más de un 30 por ciento por debajo del promedio del sistema. En ese caso, deberían reponer el faltante. Sin embargo, ese riesgo sólo lo corren realmente las Administradoras chicas, porque las grandes influyen decisivamente con la rentabilidad de su fondo en el número promedio del sistema, y es por tanto casi imposible que se distancien demasiado de ese valor. Hasta en estos detalles aparentemente pequeños, el mecanismo favorece la concentración del sistema. Las ART, que recaudan cerca de 50 millones mensuales, tienen una desventaja respecto de las AFJP porque en la cobertura de los riesgos del trabajo hay siempre un patrón en el medio: la que contrata y paga la póliza es la empresa. Esta puede discutir el precio, lo cual no está al alcance del trabajador cuando elige su proveedor previsional: la comisión (que actualmente promedia el 3,4 por ciento del salario) es un dato para él. Otro problema para las ART, deseosas como todos de contratar reaseguros y así vivir plácidamente como intermediarias, sin asumir riesgos, es que persiste cierta indefinición sobre las enfermedades profesionales que se incluyen en la cobertura. Por tanto, presionan para acotar lo más posible los conceptos. Esto les permitiría transferirles a las reaseguradoras internacionales el problema. Sin embargo, los contratos de reaseguro suelen excluir las situaciones extraordinarias, como guerras o cataclismos naturales. ¿Qué pasaría, si ocurriera algo así, con los seguros de vida previsionales? El reasegurador no le pagaría el siniestro a la compañía de seguros que le vendió la póliza a la AFJP. Esta es, a su vez, la responsable ante el afiliado (que por ley tiene derecho a cobrar en cualquier circunstancia). Si frente a ello la Administradora no pudiese o no quisiese afrontar el compromiso con su patrimonio, el Estado debería pagar. A pesar de la privatización de estos viejos y nuevos negocios, por debajo de ellos flota una red tendida por el Estado, que es siempre el pagador de última instancia. No está claro, sin embargo, cómo podría afrontar ese compromiso potencial, dado que su capacidad de pago estáseveramente limitada por la ley de convertibilidad, que no permite emitir pesos sin ingreso de dólares como contrapartida, y por la convertibilidad fiscal en ciernes, que también le restringirá la posibilidad de endeudarse. La deuda pública es precisamente la gran fuente de renta financiera de mínimo riesgo que aprovechan las AFJP: más de la mitad (52 por ciento) de la cartera de los fondos son títulos públicos. La proliferación de prepagas es otra variación del mismo tema. La enfermedad es un riesgo como cualquier otro (el robo del auto o el incendio de la casa), y genera un negocio que también consiste, paradójicamente, en cobrarle a la gente por cubrirle un riesgo, pero sin asumirlo realmente. Para eso están los prestadores: clínicas, sanatorios, institutos de todo tipo, que se comprometen a hacer el trabajo por una cápita mensual. A la prepaga sólo le resta fijar su margen de ganancia y salir a conseguir clientes. El prestador sabe que, como en cualquier otro asunto, el riesgo que asume será más bajo cuantos más sean los cotizantes, porque así disminuirá la probabilidad de desvíos respecto de la media. Pero, por las dudas, se reserva algunas cartas en la manga, como variar el precio si comprueba que fue demasiado optimista, o deteriorar la calidad del servicio, para lo cual le bastará racionar los exámenes más costosos, demorar las internaciones o acelerar las altas. Todo sea por ganar dinero evitando riesgos. Para las compañías de seguros de retiro, el riesgo (por ejemplo cuando el recién jubilado compra con su fondo una renta vitalicia) es que el cliente viva más de lo previsto. Por las dudas, en la Argentina se utiliza, como tabla actuarial, la Group Annuity Mortality 1971, construida por los actuarios estadounidenses para grupos de rentistas. Lo que importa es que la esperanza de vida que determina la GAM-71 es alrededor de 10 por ciento superior a la determinada por la ARG-91, que sí fue calculada sobre datos de este país y no otro. La consecuencia es simple: a los retirados argentinos se les paga como si fueran a vivir tanto como sus pares norteamericanos, pero en promedio se mueren antes. Y así pierden por dos lados.
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