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MURIO EL ESCRITOR MARIO PUZO
Adiós, Padrino, adiós

Tenía 78 años y preparaba el guión para una cuarta parte del film de Francis Coppola que lo hizo famoso y millonario. Desde hace años vivía en una mansión, con sus hijos, recluido y paranoico.

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Muchísimo tuvieron que ver con eso Marlon Brando y su “Don Corleone”.

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Mario Puzo vendió 21 millones de ejemplares de “El Padrino”.


Por Fernando D’Addario
t.gif (862 bytes)  A los 78 años había terminado de escribir su última novela, Omerta, que en los códigos mafiosos significa algo así como “La ley del silencio”. Para Mario Puzo, escritor de El Padrino y responsable de la célebre saga cinematográfica que dirigió Francis Ford Coppola, el silencio definitivo tuvo connotaciones menos épicas que el final inventado para la mayoría de sus personajes. Prefirió morir como su más famosa creación, Don Corleone: de un ataque al corazón, en su mansión custodiada por expertos, sin más testigos que uno de sus hijos.
Como tantos ítalo-americanos crecidos en tiempos de la depresión económica, Puzo hizo del crimen organizado la razón de su existencia. Sólo que él se acercó a la mafia como un observador riguroso y cínico, para sacarle provecho en formato de pulp fiction. El mundo entero lo conoce por su libro El Padrino o, mejor dicho, por las secuelas de su libro: 21 millones de ejemplares vendidos, traducción del texto a 20 idiomas, dos Oscar obtenidos por el guión de las dos primeras partes de la saga y una fama que le dio sobrevida artística después de los 50 años, cuando lo mejor de su talento ya había quedado en el camino. De todos modos, siguió sacándole el jugo a la historia. Escribió otras dos novelas referidas al hampa: El Siciliano (1984) y El último don, este último libro centrado en una familia ficticia, los Clericuzio, cuyo apellido tomó prestado del primer marido de su madre. Un llamado de la Paramount le había alegrado la vejez en los últimos meses: Coppola reincidiría con El Padrino en su cuarta versión, y nadie mejor que Puzo para escribir el guión.
En rigor, su mirada ambivalente hacia la Cosa Nostra tenía un raro sustento en una desgracia familiar. Su padre, un inmigrante napolitano analfabeto que se ganaba la vida como obrero vial, abandonó a su familia cuando Mario tenía 12 años. Para entonces, el futuro escritor y guionista fatigaba las calles de su barrio, conocido como “La cocina del diablo”, en Manhattan, entre pandillas de irlandeses que competían con las familias italianas. En la adolescencia entabló relación con un capomafia, fuente de inspiración para su posterior obra literaria. Mientras no sabía que sería famoso, tuvo tiempo para hacer el servicio militar durante la Guerra Mundial en Alemania, donde conoció a quien sería la madre de sus cinco hijos. De regreso al corazón del sueño americano, con su título honorífico de veterano de guerra, trabajó en dependencias del ejército, donde coimeaba a los conscriptos que pretendían salvarse del servicio activo. En los ratos libres escribía cuentos para revistas semipornográficas. Con sus primeras novelas no pasó nada en términos de éxito comercial, aunque la crítica aseguraba que su escritura era incisiva y ácida. Con El Padrino pasó exactamente lo contrario: pasó inadvertida para los especialistas, y el público la consagró. Pero el gran éxito llegó con la película, en 1972, y dicen que Puzo tuvo algo que ver en ello. Por ejemplo, sugirió a la Paramount que eligieran a Marlon Brando para el papel de Don Corleone. Quizás esta necrológica no existiría si no le hubiesen hecho caso.
Enviudó en 1978. Su mujer padeció una larga agonía. Puzo logró que el duelo se hiciera más llevadero, conquistando a la enfermera de su esposa y yéndose a vivir con ella. Hace ocho años estuvo a punto de morir de un paro cardíaco, le hicieron un cuádruple by pass y salió de una profunda depresión tomando Prozac. Sus hijos lo encontraban a veces mirándose al espejo, imitando la voz de Brando. Se había mimetizado tanto con sus historias de hampones que en los alrededores de Long Island, donde vivía recluido, llegaron a creer que era un auténtico mafioso. Joey Gallo, un criminal confeso, le pidió una vez que escribiese su biografía. El le dijo que no, y convenció a la editorial de que sería inútil el intento, porque Gallo era tan buscado por las familias rivales que indefectiblemente moriría antes de la publicación del libro. Efectivamente, mataron a Gallo. Y todos pensaron que había algo más que intuición napolitana en las predicciones de Puzo. Como una caricatura de sus creaciones ficticias, Puzo vivía masticando habanos en una mansión con enormes jardines, alfombras orientales y televisores con pantallas gigantes. En su paranoia, prefería no tener servidumbre. Sus hijos y nietos se encargaban de todo. Siempre dijo que hubiese querido escribir como Joyce, pero como le gustaba más el dinero que la escritura, le agradecía a la vida por haber sido un guionista exitoso y no un eximio novelista. Sólo se quedó con las ganas de escribir una historia integral del hampa: “La mafia empezó en el 1300 y la terminaré en el 2000. Después me voy a morir y todos estarán hartos de mí y de la mafia”, declaró, poco antes de morir.

 

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