1/ La palabra y el crimen
En 1955, la American Psychiatric Association publicó un informe sobre la patología
criminal. ¿Cuál es, según los expertos, el rasgo más típico de los delincuentes
habituales? La inclinación a la mentira. Así, queriendo retratar al hampón
característico, los psiquiatras norteamericanos dibujaron el perfecto identikit de los
hombres más poderosos del mundo.
En otro informe, publicado medio siglo antes, la misma asociación de psiquiatras había
diagnosticado que los delincuentes habituales mostraban una crónica incapacidad
para aprender de la experiencia. Ahora, a la vista está: los ladrones de gallinas y
los navajeros de suburbios aprenden de la exitosa experiencia de los reyes del dinero, de
la política y de la guerra. Allá arriba, en las cumbres, la inclinación a la
mentira es tradición milenaria y costumbre cotidiana. Y desde la cúspide social se
irradia esta lección universal: Quien no miente, está frito.
2/ La palabra y la guerra
Por paradoja del progreso tecnológico, cada día estamos más informados y más
manipulados. Después de las dos guerras contra Irak, que continúa sufriendo bombazos,
fue el turno de Yugoslavia: otro manijazo a la máquina que vende armas y miente
pretextos. Para descargar su diluvio de misiles sobre Yugoslavia, el despotismo militar
inventó una misión humanitaria. El sensible corazón de las potencias
occidentales no podía soportar la limpieza étnica de Milosevic contra los
albaneses de Kosovo. Entre otros instrumentos, la misión humanitaria utilizó
helicópteros llamados Apaches y misiles llamados Tomahawk. Apaches, Tomahawk: dos
palabras que algo tienen que ver con otra limpieza étnica, ocurrida precisamente en el
país que arrasó a sus indígenas antes de ocuparse de redimir al mundo.
Ante la indiferencia o el aplauso de casi toda la opinión pública internacional, Estados
Unidos y sus aliados acaban de celebrar, en los Balcanes, un auto de fe que arrojó a las
llamas la Carta de las Naciones Unidas, la Carta de Fundación de la OTAN, la Convención
de Viena y los Acuerdos de Helsinki. Las grandes potencias de Occidente habían mentido
firmando con la mano, lo que después han borrado con el codo.
El escritor norteamericano John Reed escribió, en 1917: Las guerras crucifican la
verdad.
3/ La palabra y los banqueros
Aquel John Reed, el escritor, había sido amigo de Pancho Villa. Ochenta años después,
otro John Reed es director ejecutivo del Citibank, y el Citibank es amigo de Raúl
Salinas, el voraz hermano de quien fuera, hasta hace un rato, presidente de México.
Tenemos una misión de Gargantúa dice John Reed, el de ahora. Aspiramos
a tener mil millones de clientes. Mil millones de amigos.
Por esas cosas de la amistad, el Citibank evaporó cien millones de dólares de Raúl
Salinas, que provenían del tráfico de drogas. En nuestros días, la desaparición de
personas es una especialidad militar, y los banqueros se ocupan de la desaparición del
dinero. En su edición del 14 de diciembre del 98, la revista Time publicó las
conclusiones del Congreso de Estados Unidos, que investigó este asunto: el Citibank
organizó el viaje de los cien millones de narcodólares a través de cinco países, y
ayudó a don Raúl a inventar empresas fantasmas y nombres de fantasía, hasta que se
borró la pista.
Según la revista Time, resulta improbable que los directivos del Citibank puedan ser
procesados, porque el banco alega que ignoraba que su cliente pudiera estar envuelto
en actividades criminales. El Citibank también afirma que este error no
autoriza a desconocer nuestros esfuerzos en la lucha contra el lavado del dinero de origen
ilícito. Este apóstol de la honestidad ocupa el tercer lugar entre los bancos
privados más poderosos del mundo. O sea: el Citibank es uno de los selectos miembros del
gobierno planetario, que decide todo, hasta la frecuencia de las lluvias, en los países
deudores.
4/ La palabra y la publicidad
Hoy por hoy, la publicidad tiene a su cargo el diccionario del lenguaje universal. Si
ella, la publicidad, fuera Pinocho, su nariz daría varias vueltas al mundo.
Busque la verdad: la verdad está en la cerveza Heineken. Usted debe
apreciar la autenticidad en todas sus formas: la autenticidad humea en los
cigarrillos Winston. Los zapatos deportivos Converse son solidarios y la nueva
cámara de Canon se llama Rebelde: Para que usted muestre de qué es
capaz. En el nuevo universo de la computación, la empresa Oracle proclama la
revolución: La revolución está en nuestro destino. Microsoft invita al
heroísmo: Podemos ser héroes. Apple propone la libertad: Piense
diferente. Comiendo hamburguesas Burger King, usted puede manifestar su
inconformismo: A veces hay que romper las reglas. Contra la inhibición,
Kodak, que fotografía sin límites. La respuesta está en las tarjetas de
crédito Diners: La respuesta correcta en cualquier idioma. Las tarjetas
Visa afirman la personalidad: Yo puedo. Los automóviles Rover permiten que
usted exprese su potencia y la empresa Ford quisiera que la vida
estuviera tan bien hecha como su último modelo. No hay mejor amiga de la naturaleza
que la empresa petrolera Shell: Nuestra prioridad es la protección del medio
ambiente. Los perfumes Givenchy brindan eternidad; los perfumes Dior,
evasión; los pañuelos Hermès, sueños y leyendas. ¿Quién no
sabe que la chispa de la vida enciende a quien bebe Coca-Cola? Si quiere usted
saber, fotocopias Xerox, para compartir el conocimiento. Contra la duda, los
antisudorales Gillette: Para estar seguro de ti mismo.
5/ La palabra y la historia
En 1532, el conquistador Pizarro metió preso al Inca Atahualpa, en Cajamarca. Pizarro le
prometió la libertad, si el Inca llenaba de oro una gran habitación. El oro llegó,
desde los cuatro caminos del imperio, y cubrió la habitación hasta el techo. Pizarro
mandó matar al prisionero.
Desde antes, desde que las primeras carabelas aparecieron en el horizonte, hasta nuestros
días, la historia de las Américas es una historia de la traición a la palabra: promesas
rotas, pactos negados, documentos firmados y olvidados, engaños, emboscadas. Te doy
mi palabra, se sigue diciendo, pero pocos son los que dan, con la palabra, algo más
que nada.
¿No habrá que aprender, como en tantas otras cosas, de los perdedores? Los primeros
habitantes de las Américas, derrotados por la pólvora, por los virus y las bacterias y
también por la mentira, compartían la certeza de que la palabra es sagrada, y muchos de
los sobrevivientes lo creen todavía:
Dicen que nosotros no tenemos grandes monumentos dice un indígena mapuche, al sur
de Chile. Para nosotros, la palabra sigue siendo el gran monumento. En lengua
guaraní, ñee significa alma, y también significa palabra:
La palabra vale dice un indígena avá-guaraní, en el Paraguay porque
es nuestra alma. No necesitamos ponerla en un papel, para que nos crean.
Las culturas americanas más americanas de todas fueron descalificadas, desde el pique,
como ignorancias. En su mayoría, no tenían escritura. La Ilíada y La Odisea, las obras
fundadoras de eso que llaman cultura occidental, también habían sido creadas por una
sociedad sin escritura, y sus palabras vuelan cada día mejor. Oral o escrita, la palabra
puede ser instrumento del poder o puente de encuentro. La descalificación tenía, y sigue
teniendo, otro motivo mucho más realista: estamos entrenados para escuchar y para repetir
las voces del éxito.
Por hablar de las voces del éxito, vale la pena mencionar la importancia que la palabra,
una sola palabra, ha tenido durante el reciente proceso contra los militares que
ejecutaron la matanza contra la comunidad indígena de Xamán, en Guatemala. La
carnicería ocurrió en 1995, ya en el período que llaman democrático, y había una
montaña de pruebas que condenaban a los asesinos; pero el asunto quedó en agua de
borrajas. La secretaria que transcribió el auto de procesamiento había cometido un error
de ortografía en la calificación penal: Ejecusión extrajudicial, escribió.
Los abogados del ejército sostuvieron que ese delito, escrito así, ejecusión, no
existe. El fiscal protestó: fue amenazado de muerte y marchó al exilio.
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