Por Martín Granovsky La fórmula del jefe del
Ejército Martín Balza para que en el 2000 otro Balza lo reemplace en el mando es la
siguiente: Primero, Juan Manuel Llavar; después, Ricardo Brinzoni; jamás Alfredo
Rolando. Así surge de una investigación realizada por Página/12 entre altos
militares en actividad y en retiro y dirigentes políticos de primer nivel con acceso a
información militar confiable.
Llavar es jefe del Tercer Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba. Brinzoni es
director del Ejército. Rolando es comandante de Institutos Militares.
Durante muchos años el número puesto para suceder a Balza fue Aníbal El
Cabezón Laíño. El actual número dos del Ejército coincide totalmente con su
jefe en que la fuerza no debe chocar con la sociedad en materia de derechos humanos.
Pertenece a la Caballería, pero como es hijo de un suboficial entiende al arma en su
moderna concepción blindada bajo la forma de un tanque. Laíño desprecia la antigua idea
local de que los caballeros son aristócratas venidos a menos que pueden concursar en
pruebas hípicas o controlar el negocio de vender a particulares caballos cuidados por el
Ejército.
Si Duhalde o De la Rúa eligen a Laíño, el Ejército no quedará desangrado de generales
de división. Después de Balza, es el más antiguo. Ninguno deberá pasar a retiro si él
llega a la cumbre.
Pero no complacerán la idea que Balza tiene de la sucesión. Suele asegurar que Laíño
es dubitativo. Sin embargo, un oficial en retiro lo definió como un
hombre con gran capacidad de reflexión. ¿Lo suyo es la duda de los indecisos
eternos o la duda metódica de los reflexivos? Lamentablemente la Argentina tiene un solo
experto en dudas y está ocupado como director de patotas en el municipio de San Miguel.
Otro general de división es Juan Carlos Mugnolo. Hermano de un diputado radical,
Francisco, Mugnolo está considerado por sus pares como un buen profesional.
Durante un destino en Bahía Blanca trabó buenas relaciones con la Armada. La ecuación
que suma profesionalismo y contactos es lo que lleva a pensar a los que conocen el
pensamiento íntimo de Balza que Mugnolo podría ser un buen jefe del Estado Mayor
Conjunto en reemplazo del actual jefe, el general de división Carlos María Zabala.
Mugnolo es artillero, como Balza. No pertenece a ninguna de las dos grandes armas que se
han repartido la conducción de la cúpula Ejército hasta la era balzista, la Caballería
y la Infantería.
De Caballería eran, por ejemplo, Alejandro Agustín Lanusse y Alcides López Aufranc. De
Caballería era, también, Eduardo Rodolfo Cabanillas, el general de división pasado a
disponibilidad después de la carta abierta de Juan Gelman a Balza diciendo que Cabanillas
es el responsable mediato del robo de su nieta o nieto en un campo de concentración de la
dictadura. Los caballeros acostumbran verse a sí mismos como la elite del Ejército.
Infante fue Jorge Rafael Videla. A los infantes les resultan confortables las cosas
seguras. El orden por sobre todas las cosas.
Por despliegue territorial, la Caballería y la Infantería concentraron durante la
dictadura la mayor cantidad de cuadros comprometidos con la masacre.
El líder de los infantes dentro del Ejército es, hoy, el general de división Alfredo
Pablo Rolando, comandante de Institutos Militares, señor de Campo de Mayo. Su perfil y
sus conexiones se detallan aparte en la página dos. Solo unos datos al paso:
Rolando fue el
gran sostén de Cabanillas hasta su caída.
Después del
traspié de Cabanillas frente a la verdad histórica, Rolando se convirtió en la
esperanza de los que quisieran un Ejército capaz de reivindicar los años de plomo en
lugar de humillarse frente al enemigo. Juan Manuel Llavar es otro infante, aunque
montañés. Comprometido con la Doctrina Balza en derechos humanos, también merece un
análisis propio: su jefe sostiene que Llavar es el delfín ideal para el 2000.
Llavar goza de un respeto unánime. Otro general de división respetado es Aníbal Mario
Acconcia. Acconcia pertenece al arma de Ingenieros, minoritaria dentro del Ejército y no
precisamente la más reputada por la condición intelectual de algunos de sus miembros.
Leopoldo Fortunato Galtieri era de Ingenieros. También Cristino Nicolaides, un verdadero
historiador de la Filosofía que colocó en el siglo V antes de Cristo el nacimiento del
marxismo. Pero Acconcia, además de pertenecer a Ingenieros, es ingeniero militar,
categoría que sí genera aprecio profesional en sus camaradas. Egresó con medalla de oro
de la Escuela Superior Técnica del Ejército y fue agregado militar en Francia.
El general de división Horacio Mauro también tiene una especialidad técnica. Es
ingeniero militar experto en Sistemas. Agregado militar en Alemania y Bélgica, fue
director de la Escuela Superior Técnica. Ahora es rector de la Universidad del Ejército.
Mauro es artillero.
Otro artillero es el general de división Juan Bossi. Balza tiene gran confianza en él.
Por eso ocupa la secretaría general del Ejército, que por tradición es la jefatura de
contactos políticos con el mundo civil. Ex profesor en la Escuela de Comandos y Estado
Mayor de Bolivia, conoce el Ejército palmo a palmo desde que ocupó la jefatura I,
Personal y Movilización.
En la postura sobre derechos humanos, el de Bossi es un balzismo pasivo. La diferencia
puede deducirse de una frase de cada uno:
Balza dice a
menudo que el Ejército seguirá conviviendo con la cuestión de los derechos humanos.
Está en la sociedad y va a seguir, es su concepto. Yo quiero que la
revisión del pasado siga, pero aunque yo no lo quisiera es indetenible, añade.
Bossi está
convencido, en cambio, de que no hay otra, deberemos seguir cargando con el tema de
los derechos humanos.
Si Duhalde o De la Rúa quieren elegir un general de división y no se inclinaron por
ninguno de los anteriores, les queda Ricardo Guillermo Brinzoni, otro artillero. Fue
cadete de Balza en el Colegio Militar y, a mediano plazo, es el candidato del teniente
general para después de la Transición Llavar. Por eso merece su propio análisis.
El perfil de los dos delfines |
Juan Llavar, peronista Si Fernando de la Rúa o Eduardo Duhalde aceptan la idea de Martín Balza de
que primero está Juan Manuel Llavar y después Ricardo Brinzoni, se encontrarán con un
peronista de siempre al frente del Ejército.
El Pelado, como lo conocen sus amigos, siempre se definió como justicialista,
aunque tiene excelentes relaciones radicales. La mejor, con Ramón Mestre, el gobernador
cordobés, con quien convive desde que es comandante del Tercer Cuerpo.
Los que frecuentan a Llavar coinciden en que no es un cuadro intelectual ni se desvive por
la información de último momento pero aseguran que compensa esa laguna con una notable
dosis de astucia y gran capacidad para el trato con la gente.
El mérito quedaría reforzado por un dato de época. A diferencia de lo que podía
suceder hace 15 años, y ni qué hablar de los tiempos de la dictadura, acercarse al
Ejército no tiene ahora otra rentabilidad que la relación social, la curiosidad o la
responsabilidad de conocer de cerca un brazo del Estado subordinado al mando civil. Un
jefe del Ejército en provincias no tiene poder propio. Sin embargo en Mendoza, donde
estuvo cuatro años, Llavar hilvanó relaciones con toda la sociedad, desde los
gobernantes hasta las organizaciones intermedias, y cuando se fue las cenas de despedida
fueron interminables.
Todos los que lo frecuentaron rescatan su coincidencia con Balza en que el Ejército no
debe obstruir la Justicia (aunque omita colaborar por iniciativa propia en la
reconstrucción de las listas y el destino de los desaparecidos) y su estilo franco.
No es calculador en el trato, elogió un político del área que cubre el
Tercer Cuerpo. Puede decirle al radical Ramón Mestre que Arturo Lafalla es un tipo
honesto y a Lafalla que Mestre, aunque perdió, es un buen gobernador.
La duda está puesta en el espionaje cordobés de estos días y las tres interpretaciones
sobre Llavar: o alentó, o no previó, o hizo lo que correspondía cuando, finalmente,
colocó al destacamento de Inteligencia dentro del área custodiada por los centinelas del
Tercer Cuerpo. |
Brinzoni, el
mejor cadete Si de los antiguos ayudantes de
Martín Balza Juan Llavar es el preferido, Ricardo Brinzoni es sin duda, el cadete
predilecto del jefe del Ejército de cuando formaba cuadros en el Colegio Militar.
Brinzoni fue el primero de su promoción, la 95. Es el general de división más moderno.
Si eventualmente Fernando de la Rúa o Eduardo Duhalde lo eligieran como sucesor de Balza,
pasarían a retiro generales de promociones más antiguas, como Alfredo Rolando, que
egresó con la 91. Artillero como Balza, fue instructor de cadetes y comparte con su jefe
la posición crítica del papel del Ejército en el golpe del 76 y la represión en
los años de plomo.
Está considerado un buen planificador. Dentro de la estructura militar su área fue
Operaciones, la jefatura III del Estado Mayor. Revistó allí como teniente coronel,
después como coronel y jefe del Departamento Organización, más tarde subjefe y, ya como
general de brigada, jefe de Operaciones. Desde el año pasado es director del Estado
Mayor, un sitio clave para atender de cerca la maquinaria del Ejército y conocer a sus
oficiales.
Brinzoni tiene gran prestigio intelectual dentro del Ejército. Entre 1983 y 1985 cursó
en Francia como oficial de Estado Mayor y suele ser un buen lector de literatura
estratégica. No sería raro verlo recomendando La metamorfosis de la
violencia (el subtítulo reza Ensayo sobre la guerra moderna), un libro
del general francés Eric de La Maisonneuve. No sería extraño encontrar subrayado este
párrafo: Habría que distinguir la proyección de poderío de la proyección de
seguridad. Los pueblos están en busca de su seguridad; están cansados del poderío y de
sus manifestaciones desestabilizadoras. Lo primero le da una posibilidad más
a la paz, dice el texto. Lo segundo no hace más que agravar la guerra.
Trasladado el concepto de la política internacional a los asuntos domésticos, suena como
una forma de reforzar el valor de la eficacia sobre la idea de un Ejército
superdimensionado y elefanteásico. |
Claves Balza
confía en la capacidad de liderazgo y el carisma de Llavar.
El jefe del Tercer Cuerpo, peronista de siempre, fue ayudante
suyo.
A mediano plazo quiere a Ricardo Brinzoni, director del
Ejército.
Los dos comparten su doctrina de autocrítica institucional.
Los dinosaurios de la dictadura preferían a Eduardo
Cabanillas, el general acusado por Juan Gelman, pero quedó fuera de carrera.
Caído Cabanillas, apuestan a Alfredo Rolando.
Circula de nuevo en temas militares el nombre de Mario Cándido
Díaz, que dejó el Estado Mayor Conjunto cuando reivindicó la etapa 76-83.
Otro defensor de la represión, Vicente Massot, que trabajó
con Díaz cuando era viceministro, quiere influir sobre Duhalde por si gana. |
Los nostálgicos de la dictadura tienen
plan
Sin Cabanillas, la esperanza del sector
procesista es Alfredo Rolando, que heredó el liderazgo de la Infantería de Mario
Cándido Díaz, el hombre más elogiado por los dinosaurios. Cuál es el papel de Massot.
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Vicente Massot,
viceministro de Defensa con Camilión.
Quiere influir sobre Duhalde. Se niega a rechazar la tortura.
Mario Cándido Díaz, ex jefe del Estado Mayor
Conjunto.
Dijo que Rolón y Pernías pudieron no haber dicho nada. |
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Por M. G.
Un general que accede
diariamente a Martín Balza trazó así la idea del jefe del Ejército sobre Alfredo Pablo
Rolando, el comandante de Institutos Militares que Balza no quisiera ver de ningún modo
al frente de la fuerza: Es como Videla en 1975; prolijo, correcto, pero peligroso en
el futuro.
En 1975 Jorge Rafael Videla fue designado comandante en jefe del Ejército. Se definió
como un profesional aséptico. A fines de ese año ya lanzó un ultimátum a la
democracia, en rigor un aviso de golpe. El 24 de marzo de 1976 encabezó el derrocamiento
de Isabel Perón, y al frente del Ejército comandó el plan criminal para secuestrar,
torturar y matar ciudadanos.
Cuando los críticos de Rolando lo comparan con Videla no piensan en un golpe, por otra
parte imposible, sino en la esperanza de los dinosaurios de la dictadura de que el general
de división se transforme en el hombre capaz de revertir la autocrítica del Ejército.
Lo apoyan, por ejemplo, los ucedeístas y ex ucedeístas del Ministerio de Defensa, que
llegaron al área llevados por el mariajulista Jorge Pereyra de Olazábal.
Con fama de maquiavélico para los movimientos internos, Rolando es el líder de la
Infantería. Heredó ese papel después del pase a retiro de Mario Cándido Díaz, con
quien mantiene fluidas relaciones.
Díaz es un militar que acostumbra examinar con lupa y un abogado a mano lo que se escribe
sobre él. Es el mismo general que cuando los capitanes de fragata Juan Carlos Rolón y
Antonio Pernías, antiguos miembros de los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica,
dijeron en el Senado que en la ESMA se torturaba, los criticó en público. Tal vez
se equivocaron, dijo. Pudieron no haber dicho nada, agregó. Cuando el
ex marino Adolfo Scilingo relató que él mismo había tirado prisioneros vivos al mar,
Díaz dijo que Scilingo perdió sus virtudes de militar y como caballero.
Un discurso suyo de reivindicación de la guerra antisubversiva recibió un
caluroso elogio del grupo prehistórico del Ejército. En una carta abierta publicada con
gentileza por La Nación, Cristino Nicolaides, José Antonio Vaquero, Mario Benjamín
Menéndez y Luciano Benjamín Menéndez lo felicitaron porque había marcado las
pautas fundamentales de la verdadera historia.
Díaz pasó a retiro cuando era jefe del Estado Mayor Conjunto. Antes, como jefe de
Personal del Ejército, dispuso el arresto del teniente coronel Jorge Mittelbach porque
éste protestó contra la postergación de su ascenso diciendo que carecía de
mérito alguno en materia de secuestros, saqueos, violaciones, torturas, sustracciones de
menores y de la obvia responsabilidad de haber sido autor del asesinato de mis
conciudadanos.
Gran crítico de Balza, Díaz fue secretario de prensa de Videla e interventor en la
Unión Obrera Metalúrgica. De esa época conserva una buena relación con los dirigentes
sindicales peronistas, y sobre todo con Lorenzo Miguel, el jefe metalúrgico.
Cuando estaba en actividad cohabitó con el viceministro de Defensa de entonces, Vicente
Massot, que dejó su cargo después de un alambicado rechazo a condenar la tortura. En un
reportaje concedido a Página/12 el 2 de enero de 1994, dijo que sería una
injusticia no ascender a Rolón y Pernías, porque antes ya habían subido cuatro
grados en la escalera de la Armada. Declaró que no le constaba de ninguna manera
que en la ESMA se hayan cometido excesos manifiestos durante la guerra
antisubversiva. Su idea sobre la tortura es la siguiente:
Una cosa
es la tortura a quien no tiene ninguna información. Esto está mal. Nadie aceptaría eso
salvo un sádico.
Pero si
está en juego una información que puede salvar vidas...
La
tortura merece la repulsa más acabada. Lo que digo es que aun mereciendo la repulsa más
acabada, en una guerra, si yo puedo conseguir información vital, ¿corresponde o no
corresponde?
En estos días, Massot deja algo de su tiempo como propietario del grupo La Nueva
Provincia para tratar de influir sobre Eduardo Duhalde como experto en
defensa.
La Operación Rolando tiene otros dos simpatizantes en los generales retirados Alfredo
Arrillaga y Francisco Gassino.
Arrillaga es afiliado radical y miembro de la Comisión de Defensa de la UCR. El 23 de
febrero comandó el ataque a cañonazos para recuperar el regimiento de La Tablada que
había sido copado por el MTP. Después, el entonces jefe de la Policía Federal Juan
Pirker dijo que él lo hubiera hecho gases lacrimógenos. Por la forma de
represión, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA dijo que el Estado
argentino es responsable por ejecuciones sumarias y tormentos.
Gassino era, en ese momento, el jefe del Ejército. Oficial de Inteligencia, en 1987
conoció o participó de la Conferencia de Ejércitos Americanos de Mar del Plata, famosa
porque emitió un documento explicando que la estrategia subversiva se compone de
ataques e injurias a las Fuerzas Armadas, mediante acciones de denuncia, impugnación de
ascensos, juicios y movilizaciones.
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