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OPINION
Conejos de la galera
Por Eduardo Aliverti

A 25 años de la muerte de Perón, sigue funcionando el mito del eterno retorno. Como si se tratase de edificar una semblanza del “movimiento” en el aniversario de su líder, en estos días fueron acumulándose dichos y hechos que escenifican esa notable capacidad del peronismo para vender el espejito de la justicia social. Siempre desde sus entrañas, en las que es posible encontrar oficialismo y oposición al mismo tiempo.
Por un lado, son los propios funcionarios menemistas quienes, por fin, admiten la recesión. Y, aunque en menor medida, su falta de ideas para resolverla. Hay, incluso, algún tinte que de tan gracioso revela el grado de nerviosismo –al menos mediático– del equipo oficial. Roque Fernández es el capo cómico de ese aspecto. Mientras señala que la etapa recesiva se debe a un mayor ahorro popular, viajará a fin de mes a Nueva York para calmar a inversores extranjeros. El impuesto automotor para financiar el aumento docente se reveló como un mamarracho indefendible. La idea de incrementar las jubilaciones mínimas a costa de las superiores generó divisiones en el elenco económico. Los gurúes del establishment cuentan que la recesión llegó para quedarse. Todo por igual precio desde el riñón menemista donde, todavía a regañadientes, se acepta que la cercanía del fin da paso a un “déja vu”.
Ahí es cuando aparece el peronista que viene, Eduardo Duhalde, para insistir con que el modelo está agotado, avanzar hasta la afirmación de que la deuda externa “está desangrándonos” y llamando a que se la condone. Bien acompañado todo con el cantor de las madres y las novias. Las similitudes entre las promesas peronistas de esta campaña y la de diez años atrás son, más que eso, copias calcadas. Menem venía a enfrentar el “lápiz rojo” de Angeloz. Duhalde, la insensibilidad del mercado. Menem prometía el salariazo y la revolución productiva. Duhalde, la cultura del trabajo. Ambos y sus caravanas, sus trenes, su “mística” justicialista.
Lo que no puede negarse es esa vocación de poder permanente, que les permite sacar conejos de la galera como si los antecedentes no existieran. Cuentan con la colaboración del inmovilismo opositor, que a su vez les permite correrse a la izquierda sin moverse del lugar. Es tal la preocupación de la Alianza por no enojar al poder económico, que el flanco de la esperanza queda libre para cualquier vocinglería populista. Aun, queda dicho, cuando la encarnen fuerzas y candidatos que resultaron desenmascarados hace tiempo.
En modo alguno este panorama da por descontado el triunfo oficialista en las elecciones presidenciales. Pero es fantástico, habrá de reconocerse, ese don peronista que consiste en el mantenimiento y la resurrección permanentes. No son invencibles ni mucho menos, pero un grueso de la sociedad sigue creyendo –por causas cuyo análisis debería profundizarse– que sin ellos es inconcebible el ejercicio del gobierno.

 

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