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UN 6,09 POR CIENTO DE LOS ALUMNOS DE
LAS ESCUELAS PRIMARIAS PORTEÑAS TRABAJA
De casa al cole y del cole al trabajo

En el cordón sur de Buenos Aires los chicos que van al primario y trabajan son el 15 por ciento. La mayoría gana en torno de 2 pesos por día. Son ayudantes de albañiles, canillitas, carpinteros, mozas. Las maestras cuentan que se les nota el cansancio y que les da vergüenza contarlo.

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Carlos tiene 11 años. Cada día después de la escuela trabaja tres horas en una carpintería.
Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) “Yo trabajo en una fábrica donde van y le piden al hombre un mueble y le pagan.” Carlitos está sentado en un banco. Está en la escuela. Tiene 11 años y hace quinto grado en la Escuela 14 de la calle Necochea. En la Boca. Está ahí hasta las 16.16, dice él, porque a las cinco lo espera el carpintero. Desde las cinco hasta las ocho. Todos los días del colegio y además, el sábado. Y los feriados también, pero le pagan 4 pesos por seis horas, 2 pesos más que los otros días. Carlos cuelga el delantal cuando llega a su casa, lo deja para irse a trabajar, lo mismo que hacen otros 12.150 chicos de la Capital. De acuerdo con un estudio de la Consultora Equipos de Investigación Social (Equis) –en base a la Encuesta Permanente de Hogares–, los chicos que van a la primaria y trabajan son 6,09 por ciento de los que van a escuelas porteñas y tienen entre 10 y 14 años. Ese porcentaje impacta con más fuerza en el cordón sur de la Capital: allí son 5700. El 15 por ciento de los chicos del sur. Página/12 habló con Carlos y también con maestros, directores y especialistas, sobre cómo la desocupación genera estrategias de supervivencia a las que se incorporan chicos que, desde el primer grado, alternan trabajo con clases que no abandonan: sólo 0,7 por ciento deja la escuela y 2,3 por ciento repite, según datos de Educación del gobierno porteño.
“El problema de los chicos que estudian y trabajan fue acentuándose en los últimos cinco años”, dice Alberto Schefini, supervisor de educación primaria del Distrito 11. Para Schefini aún existe un resorte: “Por suerte –explica–, en nuestro país entre la gente más modesta pega mucho la educación y también el comedor de la escuela que para muchos es la única comida del día”. Carlos entra a un conventillo. Su hermano Eliseo lo sigue. Los espera Catalina Vargas, su mamá. Eliseo se acerca a ella, saca del bolsillo un pilón de galletitas y le da un beso. Son siete hermanos. Carlitos le dice padrastro al marido de Catalina. El marido de Catalina gana 10 pesos por día, en una obra. Su hijo gana 2, el 20 por ciento.
Carlos: Desde los 10 años trabajo. Porque un día fui a ayudar al hombre y me dijo si quería trabajar con él.
–¿Qué hacés en la carpintería?
–Paso la lija, corto la madera, paso la cola para pegarle la madera. Con un centímetro marco la madera, después agarro un serrucho y empiezo a cortar. O agarro la sierra.
Así. Lo cuenta de un tirón. Esta tarde le toca lijar una madera y cortarla. Ahora todavía está en la escuela. Vestido de escuela. Parado llega a la cintura del director, que no deja de escucharlo. Juan José Tramutola dirige la escuela donde también está Juan, que cuida coches cuando Boca juega de local. “Gana por día 15 pesos –explica Tramutola– pero deja el puesto y sale corriendo cuando se acercan los pibes más grandes a la playa de autos.” En la escuela hay 10 que alternan estudio y trabajo. Una nena viaja a Florencio Varela a cuidar a dos hermanitos. Va los fines de semana, cobra 10 pesos. Otro hace entrega a domicilio, y está Verónica: es moza y pela papas. Son las papas fritas que se venden en La Bombonera.
Verónica: Pelo papas los sábados cuando se hacen papas fritas para los chicos de la cancha. Es un sábado sí y otro no. Llego a las 9 y trabajo hasta las 6; después los domingos hasta las 8, porque los chicos juegan a la pelota y hay un buffet.
–¿Cuánto te pagan?
–25 pesos y a veces me dan 15 también.
–¿De qué depende?
–Depende de cómo se trabajó.
Vive en la Boca. Su mamá limpia en una telefónica. Está de licencia, hace unos días nació un hermano. Ahora son ocho. Tres van con ella a la escuela, la de 15 ya no va, trabaja en una casa de familia.
Verónica y Carlos viven en la zona sur. En esa zona hay 100 mil chicos entre diez y 14 años, 40 mil con necesidades básicas insatisfechas; de ellos 9 mil trabajan. Son el 47 por ciento de todos los que trabajan y estudian porque la distribución no es homogénea en la Capital. El sur tiene cuatro veces más que el centro y siete más que el norte.
Informales
Carlos obedece. Aprendió de chico. Ahora obedece cuando el carpintero manda a cortar una madera. A los cuatro años, a una orden de desalojo. Y a su mamá cuando dijo que no podía tenerlo más. Carlos obedeció: estuvo hasta los ocho internado en un instituto de menores. Con él fueron los tres hermanos más grandes. Ahora todavía está en la escuela sentado adelante de un modular, de madera. Carlos se da vuelta y muestra el mueble: “Por día puedo lijar seis puertas como ésas”.
Carlos: Cuando vuelvo del colegio voy a casa. Me cambio la ropa y me voy a trabajar con una remera, un pantalón largo sucio y un buzo.
–¿A qué hora es eso?
–Desde las cinco hasta las ocho.
–¿Cuánto te pagan?
–Dos pesos por día. Más me pagan en el verano. Algunas veces me pagan 3 pesos, 4. El sábado voy a trabajar. El feriado abrió al mediodía y hasta las seis.
En su casa, Catalina hace cálculos. Vende perfumes y cosméticos y deja su número de teléfono en casas de clientas que le prometen trabajo por horas. “A mi marido –dice ella– lo despidieron del puerto y ahora está en una verdulería, de albañil, me trae diez pesos por día.” La casa de conventillo les cuesta 250 pesos por mes.
El trabajo de los chicos siempre es informal y precario porque la ley de trabajo prohíbe la contratación de menores de 14 años. Para trabajar, los padres tienen que demostrar que no tienen condiciones de supervivencia. El permiso lo debe otorgar el ministerio público. El país de todos modos, suscribió un convenio con la OIT que lo prohíbe y existen acuerdos internacionales con rango constitucional en la misma dirección. Son pocos los que cumplen horarios y, como Carlitos, trabajan todos los días; en general lo hacen quienes van a escuelas de jornadas simples. Los del doble turno suelen trabajar los fines de semana y rebuscárselas con ventas. Así es en la Escuela 19 de Lugano. Hay ayudantes de albañil, de kiosqueros, cartoneros, canillitas y nenes que cuidan a otros nenes. Cubiertos por el anonimato de la calle, venden acolchados, bolsas y fichas de videojuegos. Otros en vez de chupetear pirulines, salen a venderlos.
–¿Qué hacés con la plata?
–La guardo. Tengo 12 pesos ahora. Ya gasté para venir en colectivo. Todo eso. Si no, vengo caminando, son más o menos 13 o 12 cuadras.
Por trabajar pueden juntar “2 o 3 pesos por día –sigue el director de la 19–, que para esta zona es mucha plata. Dos pesos es lo que tienen que pagar de cooperadora y sobre 550 pagan 40”. El dinero tiene por destino la familia. Susana Kostich, directora de la Escuela 26 de San Telmo, anotó el mismo destino entre los chicos de su escuela. Sobre 312 alumnos, 19 limpian parabrisas o hacen compras por encargos de vecinos, 8 tienen menos de 10 años. Hay otros 76 que atienden a hermanos y organizan la casa incluso cuando tienen 7 u 8 años: “Siete chicos de primer grado trabajan en sus casas, 16 de segundo, 8 de tercero y 13 de cuarto”, la lista de Kostich continúa hasta sumar en séptimo a los 74. Ellos están a cargo de sus hermanos, “son los que organizan la casa a muy temprana edad, hacen las compras y cocinan para sus hermanos”.
Cansados
“En el grado se nota el cansancio”, dice Kostich. Pero más la vergüenza. “Algunos trabajan dos o tres veces por semana, pero es difícil que se animen a contarlo porque les da vergüenza”, cuenta ahora el director de Lugano. A los chicos les molesta decir que trabajan. Para hacer el sondeo, el director recorrió grado por grado. Algunos datos los obtuvo de los chicos; la mayoría, de las maestras. El intento de los docentes es que los chicos hablen.
Verónica: –Cuando no estoy trabajando me aburro ahí en mi casa.
–¿Te cansa el restaurante?
–No. No te llaman a cada rato de las mesas. Una sola vez te lo piden y ya está, no te llaman más. Te llaman de vuelta cuando te piden la cuenta y nada más.
A los 15 pesos de paga, se suman propinas.
Una vez que en el grado se exhibe el trabajo, los docentes intentan discutir sobre derechos. “El tema del trabajo se lo toma como un eje transversal a los contenidos de la currícula”, explica Kostich, quien tiene en su escuela a 19 chicos que trabajan fuera de la casa y 73 dentro. Esto sirve como resorte para apuntalar la necesidad de capacitarse y contar con un recibo en blanco. “Con los grados más altos –continúa la directora– se trabaja el recibo de sueldo para que salgan de la escuela pensando que lo pedagógico es la que les va a abrir las puertas de un trabajo remunerado.”
Carlos: –Ahorro para comprar cualquier cosa que necesito, tipo los útiles. Me falta un manual de lectura y uno de inglés. El de inglés sale 5 pesos. Cuando mi mamá necesita papas le voy a comprar con mi plata.
Buscan plata y sacan horas al juego. Con plata se vuelven propietarios y mantienen relaciones simbólicas de adultos. Verónica destinó cinco pesos de su primer sueldo a un préstamo para una amiga. Ya le devolvieron la plata, dice ella, que aprendió a hacer encargos de productos con voz de nena y a pagarlos como adulta.
Verónica: Con la plata, le presté cinco pesos a una amiga. Ya me los devolvió y al otro día me compré los antibióticos que tenía que tomar. Era Oximar, para la infección de muela.
Doble juego
A ese mercado de trabajo no calificado entró la hermana de Verónica que no está en la escuela. Ella logró mantenerse adentro. Ese trabajo y la edad la vuelven vulnerable: Tiene 14, sus clientes le dicen que parece de 20.
–Ellos me dan más. Uno me dio 22. Me preguntan la edad y yo les digo que tengo 14. El presidente de ahí me dice que parezco de 19 o 20.
–¿Te molestan los hombres?
–Sí. Me hablan, pero yo hago que no escucho.
–¿Te da bronca?
–Me molesta. Pero hay una chica que dice: “Dejá que te lo digan. Tenés que estar orgullosa de que chisten”. Todo eso. A ella sí le gusta, a mí no me gusta.
En la casa de Carlos hay una foto de Eliseo, el único que se quedó con su mamá mientras Carlitos estuvo en el instituto. Catalina fue despedida del Durand y de un departamento, porque no pagaba. Durmió en la calle con los chicos hasta que decidió dejarlos en un hogar. Cuatro años después “me junté con este hombre y me ayudó a sacarlos”. Eliseo va a la escuela con Carlitos. Carlitos no quiere decirle que trabaja.
Carlos: –Yo no pienso decirle a mi hermano, el Eliseo, porque va ir a joder y yo no quiero que haga lío. Mi mamá y mi hermana saben. Todos menos Eliseo. Los del grado saben, no dicen nada.
–¿Te dan ganas de faltar a la escuela?
–No. Vengo todos los días, si no, cuando me duelen las muelas, vengo al mediodía.
–¿Te gusta la carpintería?
–Trabajando me empezó a gustar lijar madera.
–¿Cuando no trabajás qué hacés?
–Juego a la pelota en la plaza y después me voy a la casa de un amigo a jugar al video o a la mancha, o si no nos ponemos a hacer los karting para ir a Parque Lezama. Yo me estoy haciendo uno en la casa de un amigo mío. Conseguimos una madera bien dura y derecha y les ponemos las ruedas con dos tornillos fuertes.
–¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?
–Carpintero.

 


 

ALICIA LEZCANO.
ESPECIALISTA EN TRABAJO INFANTIL
“Nunca el porcentaje fue tan alto”

Por A.D.

t.gif (862 bytes) “Nunca el porcentaje de chicos que estudian y trabajan fue tan alto.” Alicia Lezcano es socióloga, especializada en trabajo infantil. Desde hace 12 años estudia el fenómeno de los chicos que trabajan. Es miembro del grupo de investigación de infancia y adolescencia del Instituto Gino Germani. En diálogo con Página/12, Lezcano da cuenta de los orígenes del fenómeno y traza un perfil de chicos y su relación con la familia y la escuela.
–¿Desde cuándo puede hablarse del trabajo infantil en el país?
–Desde el ‘89 comenzó a crecer, cambia el patrón de acumulación. Pero esto pertenece al fenómeno de la informalidad que aparece en los ‘70, aunque aquí comienza después de la dictadura porque los pibes ganan la calle vendiendo, con la venta ambulante, y después se incrementan la mendicidad y otras actividades.
–En la Capital hay 12.150 chicos entre 10 y 14 que estudian y trabajan. ¿Cómo debe leerse esto?
–Nunca el porcentaje fue tan alto. Lo más alto registrado fue en el sector rural, con 4 por ciento. El trabajo infantil es el rostro más claro de la pobreza.
–¿Cuáles son las causas?
–Hay causas macro, determinadas por la reestructuración productiva con pérdida de puestos de trabajo, que genera pobreza. Cuando pierden sus puestos, los jefes de familia fijan estrategias de supervivencia. Llegan a un acuerdo y se incorpora la mayor cantidad de miembros al mercado: el hombre, después la mujer, y como no alcanza, se incorpora el resto. Las causas micro tienen que ver con la historia biográfica: los padres socializan y enseñan lo que saben. Las mamás enseñan a trabajar en el servicio doméstico, cada uno trasmite a la descendencia su saber.
–¿Cuáles son los trabajos habituales?
–Dividen su día entre escuela y trabajo. En promedio trabajan entre 4 y 6 horas diarias. Y del 60 al 70 por ciento de los que están en la calle lo hacen todos los días: de lunes a lunes. Hacen todo tipo de trabajo. En la calle el 80 por ciento mendiga. Pero están en rubros como textil y en calzado, lo que no es manufactura intensiva. Cosen, cortan, planchan, no cortan los calzados porque requiere de una habilidad para seguir la veta del cuero, pero pegan. Hay muchos cirujas, trabajan en fábrica de ladrillos, servicios personales, domésticos. En todo lo que hacen los adultos. Estos son trabajadores infantiles ocultos. La masa crítica queda en sus casas, es el trabajador doméstico: se hace cargo de los quehaceres y de las responsabilidades adultas, incluso de la educación de sus hermanos. Son niños socializados por otros niños. Interrumpen su desarrollo evolutivo para asumir esa tarea.
–¿Cómo sigue la historia de este chico después de saltear la infancia?
–Hay una consecuencia lineal: conforman un hogar a edad temprana, tienen hijos temprano. No tienen otra alternativa. Siguen trabajando en la calle. Ellos van mejorando sus posibilidades y habilidades, captan mejores ingresos.
–¿Cómo es su relación con el dinero?
–El 70 por ciento es para ayudar a la familia, en general alimentos. Ellos son parte importante en la entrada de dinero a casa. Está ligado a la solidaridad de los padres con la familia. Menos del 2 por ciento lo dedican a la recreación. En la calle captan entre 5 y 10 pesos como promedio. Una nena que cuida a otros nenes gana 5 pesos por semana, en servicio doméstico 10 pesos por semana, en textiles ganan 50 por semana pero tienen ciclos productivos de tres meses.
–¿Juegan?
–No, no juegan. Tienen algunos juegos: se pegan pero por ahí están jugando. Lo lúdico es muy violento, juegan por distracción y porque además tienen laburos muy alienantes. Ellos están controlando y disciplinando totalmente su mente y su cuerpo.
–El trabajo los cansa, pero no faltan a la escuela y el índice de deserción es bajo.
–Porque es un lugar donde asisten a los comedores. Es el lugar de la interacción con pares, pero además la familia tiene muy internalizado el valor de la educación primaria. Ese es su único espacio lúdico: llegan de trabajar, van a la escuela y después se van a dormir. Pero a veces la escuela es expulsiva. Hay maltrato si un pibe se duerme porque trabajó toda la noche, hay discriminación, por ejemplo a los cirujas.

 

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