El 25º aniversario de la muerte de Juan Perón sirvió para
demostrar hasta qué punto la fuerza que invoca su nombre está sumida
en una profunda crisis de identidad, colindante con la esquizofrenia. Uno de los saldos
del decenio menemista que vació de contenido histórico al Movimiento Peronista, al hacer
suyo el discurso invariable de ciertos personajes del establishment liberal. Como el
ingeniero Alvaro Alsogaray, mentor ideológico, agente de negocios y aliado político del
Presidente, del mismo presidente que en un reciente artículo de Clarín se
presenta como "discípulo sincero del General", porque fue lo suficientemente
pragmático como para revisar "las veces que hizo falta los viejos ideales, contra
toda resistencia de nostálgicos del pasado". Cuatro días antes --el 27 de junio--
el aliado Alsogaray había publicado otra nota en el mismo matutino, desmintiendo
anticipadamente al jefe de su hija María Julia: "Es inimaginable suponer que si
Perón estuviera vivo cambiaría su enfoque nacional-socialista en los términos citados.
Trataría sin duda de aplicar en forma más rigurosa sus concepciones económicas y del
Estado". Dejando de lado la chicana sobre el carácter
"nacional-socialista" del pensamiento de Perón y otros epítetos que muestran
lo vivo que está su antiperonismo, lo cierto es que Alsogaray estuvo más cerca de la
verdad histórica que el pretendido "discípulo". Aún el Perón terminal de
1974, que nos dejó la terrible herencia de Isabel y el "Brujo" López Rega,
aparece en su concepción económica en las antípodas de Menem. En su mensaje del 12 de
junio de 1974, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno (recogido en otra monumental
compilación de Documentos por Roberto Baschetti), Perón dijo: "Ellos (los
enemigos) se dan cuenta de que hemos nacionalizado los resortes básicos de la economía y
que seguiremos en esa tarea, sin fobia, pero hasta no dejar ningún engranaje decisivo en
manos extranjeras". Es fácil imaginar lo que hubiera pensado sobre el traslado de
YPF de Buenos Aires a Madrid, la desaparición de la
aerolínea de bandera y la entrega de absolutamente todos los "resortes de la
economía a manos extranjeras". Menem pretende atribuir esa entrega a un pase de
magia operado por el inasible espíritu de los tiempos, sosteniendo que Perón hubiera
bendecido a la "segunda revolución justicialista" (la menemista), porque ya
avizoraba en los setenta un "universalismo" que hoy se llama
"globalización". Por eso, probablemente, y para no molestar al ingeniero que
está un poco mayor, no hizo alusión, en su artículo canónico sobre Perón, a la
diatriba antiperonista del coherente Alvaro Alsogaray. Tampoco Antonio Cafiero, hoy
enrolado (después de varias mudanzas) en las filas del duhaldismo, pudo enfrentar con
vigor y eficacia, en un debate televisivo, al implacable Alsogaray que llegó al extremo
de rendir homenaje al bombardeo de Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955. Tampoco Duhalde,
que negocia el apoyo electoral de la UCD y coquetea con Cavallo --el padre del
modelo que supuestamente quiere reformar--, considera prudente enmendarle la plana al
epítome del neoliberalismo. No es su mayor contradicción, por cierto. Mientras proclama
su voluntad de regresar a los principios sociales que dieron origen al justicialismo, se
rodea crecientemente de cuadros que eran menemistas hasta hace diez minutos o llegaron al
extremo de criticar al primer peronismo en los foros internacionales, como el embajador
Emilio Cárdenas. Prefigurando lo que puede ser una acción "pragmática" de
gobierno, muy alejada de las fantasías reformistas de algunos "nostálgicos"
que se le sumaron porque no tenían otro lugar adonde ir y de las necesidades concretas de
una base social expulsada del mercado por la "segunda revolución
justicialista". Así, lo que alguna vez fue el movimiento popular más dinámico de
América latina, naufraga en la zanja cavada entre los hechos y el discurso, oscilando
entre ser un partido-estado a imagen y semejanza del PRI o una oposición no menos
burocrática y obediente de la "globalización", como lo es la actual oposición
de la Alianza. Hasta que la sociedad, es de esperar, logre parir una nueva fuerza
transformadora.
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