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SUBRAYADO

Cuando estén secas las pilas

Por Julio Nudler


t.gif (862 bytes)  Hay un país que, en cualquier momento, podría quedarse sin medios de pago. Ese extraño país, contrastante y ciclotímico, se llama Argentina. Desde hace ocho años largos vive en un sistema bimonetario de convertibilidad, que restauró la confianza en el fiduciario y desató una rápida monetización. Pero por su peculiar régimen, el Banco Central no puede responder al crecimiento en la demanda de dinero, ya que sólo está autorizado a entregar pesos contra el ingreso de dólares a sus reservas.

De esta manera, los pesos de metal o papel que circulan en la economía son la contrapartida de una entrada anterior de dólares, decidida por alguien en algún momento, vaya a saber por qué. (Hay que recordar que la convertibilidad fue implantada tras dos hiperinflaciones, que habían pulverizado la liquidez existente. Tras ellas, la historia tuvo que recomenzar casi de cero.) Ahora bien: si esa misma (u otra) persona física o ideal resuelve en otro momento lo contrario, el BCRA deberá "devolverle" los dólares, absorbiendo pesos que, en ese mismo instante y por ese solo acto mercantil, quedarán extinguidos.

Porque es preciso distinguir que si bien los pesos en circulación tienen su contrapartida en dólares, guardados en las reservas, lo contrario no es cierto: no hay pesos en el BCRA para "respaldar" a los dólares que andan verdeando por ahí. Esta distinción casi boba conduce a otra mucho más significativa: los pesos no son normalmente aceptados como medio de pago fuera de la Argentina. Por tanto, están presos dentro de las fronteras del país, cautivos como Los Chalchaleros. Los dólares, en cambio, una vez en poder del público pueden circular en esta economía o emigrar hacia otros mercados.

Si alguien que tiene un peso va al Central y lo cambia por un dólar para sacarlo del país, al hacerlo reduce la liquidez interna en una unidad de moneda. Cuando muchos deciden hacer lo mismo con grandes sumas, la crisis financiera se torna inevitable. En el caso extremo, si todos los pesos fueran canjeados por los dólares de las reservas y éstos evacuados hacia otros países, la Argentina podría quedarse sin circulante. ¿Es algo así posible?

Racionalmente no, porque ningún rico ni ningún pobre especulan con toda su plata: siempre, hasta en circunstancias desesperadas, retienen alguna proporción de su parné para comprar comida, viajar y pagar la cuenta de la luz. Pero si en el nebuloso origen de los pesos que llevamos en el bolsillo hay un ingreso de dólares, posiblemente debido a un crédito (genuino o fingido), no es descabellado imaginar un brote de desconfianza que seque violentamente la economía por el canje de pesos por dólares y el envío de éstos afuera. Bastaría que todos los acreedores reclamaran al unísono la cancelación de las deudas.

La función que normalmente cumple la banca central, monitoreando la demanda de dinero para regular en función de ella la oferta monetaria, y manipulando la tasa de interés (bajarla, como instrumento antirrecesivo, porque estimula la demanda de consumo y de inversión, o subirla para enfriar la economía y combatir la inflación), en la Argentina de Cavallo y sucesores la cumplen a su manera los agentes económicos privados. Que, por lo tanto, son los que determinan tanto la demanda como la oferta de dinero. Esto encierra el peligro (ya vivido, por ejemplo, en el tequila) de barquinazos violentos en la liquidez.

Si los dueños de los dólares, y por tanto de los pesos, fueran inducidos a sospechar que el Gobierno --el actual o el próximo-- trama quebrar las reglas del juego (verbigracia, Duhalde hablando de no pagar la deuda), su reacción de desconfianza precipitaría una drástica contracción en la masa de medios de pago, cuyo primer indicio sería la conversión de pesos en dólares, posicionándose en éstos para poder eventualmente trasladarlos fuera del país. Si el ingreso de capitales fue el deus ex machina que, a partir de 1991 y con todos sus altibajos, reconstituyó la liquidez perdida, ahora toda la economía está sometida a lo que decidan los administradores de los fondos. Una cosa es poseer el dinero que uno tiene en la billetera, y otra diferente deberlo.

 

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