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MEDICOS SIN FRONTERAS GOBIERNAN SOBRE KOSOVO
Un doctor en misión imposible

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en Francia

Por Eduardo Febbro
Desde París

t.gif (862 bytes)  El Secretario francés de Salud heredó uno de los puestos internacionales más intrincados del último año del siglo: Bernard Kouchner fue designado el viernes pasado por el Secretario General de las Naciones Unidas al delicado cargo de administrador civil de Kosovo, un puesto destinado a crear las condiciones de paz en la devastada provincia de Yugoslavia. Pese a las reticencias de Rusia y China que se inclinaban a favor de que el administrador civil fuese un hombre que no perteneciera a una de las potencias de la OTAN, Kouchner fue designado sobre todo por sus competencias en el campo humanitario.
Desde hace 30 años, Bernard Kouchner es una figura de peso en el seno de la izquierda francesa y uno de los pocos hombres políticos que, antes que ningún otro, “olfateó la urgencia humanitaria” en los cuatro rincones del planeta. Kouchner hizo famosos a los “French doctors” fundando dos instituciones como Médicos del Mundo y Médicos sin Fronteras. Dos “brazos de acción humanitaria” con los cuales, a partir de mediados de los años 70, impuso uno de los ejes de su visión política mundial: “el derecho de injerencia humanitaria”.
La misión que se le acaba de confiar tiene otro cariz. Pese a que Kouchner confiesa que “desde hace 30 años no hay una sola región en la que no haya estado”, el administrador civil de Kosovo admite el desafío que consiste en ir a trabajar en una región donde “todo debe reconstruirse”, al tiempo que es necesario “garantizar la seguridad de las dos comunidades”. El primer problema con que se enfrentó Bernard Kouchner durante el fin de semana no fueron los serbios sino los miembros de UCK, el Ejército de Liberación de Kosovo, que le exige que el UCK se haga cargo de la policía local. Según el Primer Ministro del gobierno provisorio de Kosovo, Hashim Thaçi, “es preciso crear una policía al estilo de la guardia republicana norteamericana cuya responsabilidad debe recaer en el UCK”. “No”, responde Kouchner, y agrega: “no deben reclutarse los miembros del UCK. La policía es una fuerza indispensable, tiene que estar al servicio del gobierno y de la seguridad de todos, no de una facción. Debemos contar con las fracciones políticas kosovares sin olvidar que hay acuerdos firmados y que se deben respetar”.
El administrador civil de Kosovo define los principios de su acción diciendo “la imparcialidad sí, la neutralidad no”. Lo imparcial, arguye, “es dinámico, es el humanismo”. Lo “neutral equivale a no reconocer que la gente sufrió”. El escollo de la misión del representante de la ONU radica en la ausencia de toda estructura de gobierno. Como él mismo lo reconoce, “en la inmensa reconstrucción administrativa necesaria, la seguridad de las dos comunidades es una tarea obligada. Hay que reconstruir una administración aplastada. Antes, la administración estaba en manos de una categoría de la población que huyó o se exilió mientras que, la otra, no tenía acceso”. Sin cinismo alguno, Kouchner sostiene que es “absolutamente indispensable que le hagamos comprender a los socios de la Unión Europea que necesitamos medios, dinero, técnicos, policías, etc. Resultaría incomprensible que luego de haber gastado tantos millones en la guerra no hagamos un esfuerzo similar o mayor para financiar la paz”. Kouchner está en un callejón enfrentado a las fuerzas políticas albano-kosovares, las moderadas y las radicales, y del otro el régimen de Belgrado. En el medio de esta panorama aparece otra contradicción: a través de una suerte de gobierno autónomo, el administrador civil de Kosovo organizará una región situada dentro de un país soberano.

 

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