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Muletilla
Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) Esta noche, en el bar, el tema son las muletillas y las frases hechas. Cada parroquiano, en algún momento de su vida, cargó con la suya. Ejemplos: siempre que llovió paró, una cosa no quiere decir la otra, que lo parodi, yo argentino, qué risa dijo la petisa. La lista es larga y variada.
–Durante años se me pegó no somos nada –dice un parroquiano–. Ante cada acontecimiento más o menos funesto me salía solito: No somos nada. Y a veces se me escapaba incluso con noticias que no implicaban ninguna gravedad. Probé de todo para sacarme de encima esa calamidad. Puse duramente a prueba mi voluntad y mi capacidad de concentración. Me imponía castigos en cada recaída. Fueron años duros. Al final me curé sin proponérmelo, gracias a un buen shock. Y el shock salvador me sacudió en el velorio de la tía de un amigo. Estaba parado junto a un tipo que no conocía. En determinado momento nuestras miradas se cruzaron y ahí nomás me despaché: No somos nada. “Usted no será nada”, dijo el fulano, “yo soy licenciado en letras”.
–A mí cuando era muchacho, se me había pegado como rengo en tiroteo –cuenta otro parroquiano–. Y también me curé gracias a un buen shock. Estaba buscando trabajo. Fui citado para una entrevista con el jefe de personal de una empresa importante. Un tipo amable. Me inspiró confianza y me sinceré, le hablé de mis deseos de progresar pero también de mis torpezas y mis inseguridades. El jefe de personal, evidentemente para levantarme el ánimo, me confesó que también él había sido un joven inseguro y me contó algunas anécdotas de sus comienzos y una en especial, cuando lo ascendieron de un día para el otro y tuvo que hacerse cargo de una tarea de la que no entendía nada, no sabía qué hacer con las manos, se le caía todo, en ese momento era la viva imagen de la inseguridad y la desorientación. “Como rengo en tiroteo”, dije yo. Vi que su sonrisa desaparecía y las mandíbulas se le ponían duras. Tragame tierra, pensé. Lentamente bajé la mirada y por supuesto ahí estaba esperándome el zapato ortopédico.
–Los felicito por haberse curado –dice otro parroquiano–. Yo también llevo mi cruz. Mi condena es: cualquier cosa menos esto. Apareció cuando estaba en la cuna, me acompañó en la adolescencia, en la juventud y sigue conmigo ahora que soy adulto. Vive adentro mío como un alien. Acá no hay shock que valga. Todo empezó con una mamadera. Les voy a agradecer que tengan la delicadeza de no hacer ninguna referencia al Dr. Freud, porque ya me he recostado en todos los divanes de la ciudad sin ningún resultado. Un día mi mamá me alcanzó la mamadera en la cuna, yo me la puse en la boca e inmediatamente la tiré. Me la volvió a ofrecer y de nuevo la probé y la tiré. Azucaró un poco el biberón y el resultado fue el mismo. Entonces me alzó en sus brazos y me dijo: “Oscarcito, mi cielo, ¿qué querés?”. Y yo le contesté: “Cualquier cosa meno eto”. Fueron mis primeras palabras y mi marca de Caín. Aprendí esa frase antes de poder pronunciar mamá y papá. A partir de ahí sólo hubo infortunio. Cada vez que debo enfrentarme a una decisión importante y alguien me hace la pregunta definitiva, siempre se me escapa cualquier cosa menos esto, y se arruina todo. Les voy a dar un solo ejemplo, para que tengan una idea de la dimensión de mi drama. Estaba en el Registro Civil, a punto de casarme con la mujer que amaba. Habíamos planeado un viaje de bodas espectacular, dos meses de duración, Europa, Africa y Asia. Todo iba bien hasta el momento en que el funcionario preguntó: Oscar Leguizamón, ¿quiere usted por esposa a Susana Gómez? Ahí se me hizo la nube y me salió de nuevo. Cualquier cosa menos esto, dije. Cargo bolsas de arrepentimiento con tantas cosas que destruí por culpa de la maldita muletilla. Sé que nunca me sacaré este estigma de encima. Pero en toda vida hay un momento de reivindicación. Y el mío llegará cuando entre en el cuarto oscuro del colegio José Ingenieros, el próximo 24 de octubre. Estoy seguro que ahí la maldición me funcionará a favor. Parado frente a las boletas de los candidatos, me acordaré de toda la bronca que acumulé en estos últimos años, y en el momento de decidir dejaré queaflore la pregunta crítica: Oscar Leguizamón, ¿qué querés? Y entonces, aliada por una vez, la voz interior me contestará: Cualquier cosa menos esto.

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