Esta noche, en el bar, el tema son las muletillas y las frases
hechas. Cada parroquiano, en algún momento de su vida, cargó con la suya. Ejemplos:
siempre que llovió paró, una cosa no quiere decir la otra, que lo parodi, yo argentino,
qué risa dijo la petisa. La lista es larga y variada.
Durante años se me pegó no somos nada dice un parroquiano. Ante cada
acontecimiento más o menos funesto me salía solito: No somos nada. Y a veces se me
escapaba incluso con noticias que no implicaban ninguna gravedad. Probé de todo para
sacarme de encima esa calamidad. Puse duramente a prueba mi voluntad y mi capacidad de
concentración. Me imponía castigos en cada recaída. Fueron años duros. Al final me
curé sin proponérmelo, gracias a un buen shock. Y el shock salvador me sacudió en el
velorio de la tía de un amigo. Estaba parado junto a un tipo que no conocía. En
determinado momento nuestras miradas se cruzaron y ahí nomás me despaché: No somos
nada. Usted no será nada, dijo el fulano, yo soy licenciado en
letras.
A mí cuando era muchacho, se me había pegado como rengo en tiroteo cuenta
otro parroquiano. Y también me curé gracias a un buen shock. Estaba buscando
trabajo. Fui citado para una entrevista con el jefe de personal de una empresa importante.
Un tipo amable. Me inspiró confianza y me sinceré, le hablé de mis deseos de progresar
pero también de mis torpezas y mis inseguridades. El jefe de personal, evidentemente para
levantarme el ánimo, me confesó que también él había sido un joven inseguro y me
contó algunas anécdotas de sus comienzos y una en especial, cuando lo ascendieron de un
día para el otro y tuvo que hacerse cargo de una tarea de la que no entendía nada, no
sabía qué hacer con las manos, se le caía todo, en ese momento era la viva imagen de la
inseguridad y la desorientación. Como rengo en tiroteo, dije yo. Vi que su
sonrisa desaparecía y las mandíbulas se le ponían duras. Tragame tierra, pensé.
Lentamente bajé la mirada y por supuesto ahí estaba esperándome el zapato ortopédico.
Los felicito por haberse curado dice otro parroquiano. Yo también llevo
mi cruz. Mi condena es: cualquier cosa menos esto. Apareció cuando estaba en la cuna, me
acompañó en la adolescencia, en la juventud y sigue conmigo ahora que soy adulto. Vive
adentro mío como un alien. Acá no hay shock que valga. Todo empezó con una mamadera.
Les voy a agradecer que tengan la delicadeza de no hacer ninguna referencia al Dr. Freud,
porque ya me he recostado en todos los divanes de la ciudad sin ningún resultado. Un día
mi mamá me alcanzó la mamadera en la cuna, yo me la puse en la boca e inmediatamente la
tiré. Me la volvió a ofrecer y de nuevo la probé y la tiré. Azucaró un poco el
biberón y el resultado fue el mismo. Entonces me alzó en sus brazos y me dijo:
Oscarcito, mi cielo, ¿qué querés?. Y yo le contesté: Cualquier cosa
meno eto. Fueron mis primeras palabras y mi marca de Caín. Aprendí esa frase antes
de poder pronunciar mamá y papá. A partir de ahí sólo hubo infortunio. Cada vez que
debo enfrentarme a una decisión importante y alguien me hace la pregunta definitiva,
siempre se me escapa cualquier cosa menos esto, y se arruina todo. Les voy a dar un solo
ejemplo, para que tengan una idea de la dimensión de mi drama. Estaba en el Registro
Civil, a punto de casarme con la mujer que amaba. Habíamos planeado un viaje de bodas
espectacular, dos meses de duración, Europa, Africa y Asia. Todo iba bien hasta el
momento en que el funcionario preguntó: Oscar Leguizamón, ¿quiere usted por esposa a
Susana Gómez? Ahí se me hizo la nube y me salió de nuevo. Cualquier cosa menos esto,
dije. Cargo bolsas de arrepentimiento con tantas cosas que destruí por culpa de la
maldita muletilla. Sé que nunca me sacaré este estigma de encima. Pero en toda vida hay
un momento de reivindicación. Y el mío llegará cuando entre en el cuarto oscuro del
colegio José Ingenieros, el próximo 24 de octubre. Estoy seguro que ahí la maldición
me funcionará a favor. Parado frente a las boletas de los candidatos, me acordaré de
toda la bronca que acumulé en estos últimos años, y en el momento de decidir dejaré
queaflore la pregunta crítica: Oscar Leguizamón, ¿qué querés? Y entonces, aliada por
una vez, la voz interior me contestará: Cualquier cosa menos esto.
REP
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