El candidato de Dios Por James Neilson |
Corporatistas por formación y por instinto, tanto Eduardo Duhalde como Carlos Menem dan por descontado que para gobernar hay que contar con el apoyo decidido de los sindicatos, los militares y los obispos católicos. Puede que éste fuera el caso treinta o cuarenta años atrás, pero hoy en día parece un poco exagerado. El poder de los sindicatos es reducido y su imagen es pésima, los militares ya no son lo que eran y en cuanto a la Iglesia, no se concibe ningún gobierno que resultara capaz de manejar la economía de tal forma que los obispos lo colmaran de alabanzas. Así las cosas, Duhalde está perdiendo su tiempo si cree que al sugerir que los acreedores diesen al país un regalo de varias decenas de miles de millones de dólares merecerá algunas palabras de aprobación por parte del clero. Aunque a éste le interesa la justicia social internacional la cual, uno supondría, significaría que la Argentina, además de recibir dinero de los países más ricos, debería a su vez entregar sumas importantes a sus vecinos más pobres como Bolivia, Paraguay y el Brasil, les preocupa bastante más la justicia social interna, tema que por motivos comprensibles Duhalde preferiría dejar en el terreno de las generalidades rimbombantes. Claro, Duhalde no es el único dirigente peronista que haya soñado con transformar la Iglesia en una unidad básica divina. Aunque en ocasiones Juan Domingo Perón trató a los purpurados con desprecio evidente, sus seguidores siempre han jurado ser muchísimo más católicos que los radicales, con algunos afirmando que en el fondo el justicialismo no es sino la versión terrenal de la doctrina social del Vaticano. Fue por eso que Menem, pecador económico si los hay, se sintió obligado a ponerse a la cabeza de los enemigos del aborto, gesto que, demás está decirlo, no le sirvió para mucho porque los obispos continuaron hablando pestes de su política económica. Pues bien: ¿perjudicó a Menem la actitud episcopal? No hay por qué creerlo. ¿Duhalde cosecharía más votos si toda la jerarquía católica encabezada por Karol Wojtyla le felicitara por su piedad cristiana y expresara su confianza en que cuando elegido aplicaría un plan económico tan maravillosamente equitativo que con toda seguridad complacería al Todopoderoso? La verdad es que sorprendería que tamaña manifestación de favor celestial lo ayudara en lo más mínimo. Es que ni siquiera a los católicos de misa diaria les gustaría demasiado que la Iglesia se entrometiera sin tapujos en política, acaso porque la última vez que lo hicieron, durante el Proceso, su influencia no resultó ser exactamente benigna.
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