El 18 de julio de 1994 una bomba explotó en la sede de la AMIA
(Asociación Mutual Israelita Argentina), en el corazón de nuestra ciudad. Como
consecuencia de este feroz atentado 86 personas murieron y más de 300 resultaron heridas.
Esta cifra impactante crece aún más si consideramos a las personas que en esta tragedia
se quedaron sin su mamá, sin su papá, sin un hermano, sin un hijo. Tomemos conciencia de
que sus vidas cambiaron para siempre.
El ataque estaba dirigido a la comunidad judía, pero atentaron contra toda la sociedad
argentina. En la explosión murieron niños y adultos, trabajadores, vecinos y peatones.
Nuestra ciudad y nuestro país se encuentran desde entonces conmocionados por esta
tragedia y entristecidos por la falta de justicia.
Ese lunes había sido hasta entonces un día muy normal. Computadoras que se encendían,
puertas que se abrían, gente que buscaba trabajo, gente que pasaba por el lugar, mientras
alguna radio comentaba la final del Mundial de Fútbol. Nada distinguía esa mañana de
las demás.
Eran las 9.53 cuando una bomba destruyó la AMIA.
El mundo se detuvo. La vida se detuvo. Una escena de horror sembrada de muertos y heridos.
Escombros que sepultaron cuerpos, sueños y esperanzas. Caminantes que detuvieron su
marcha para siempre.
Las personas no nacen repetidas; por eso, aquellos que fueron asesinados el 18 de julio de
1994 dejaron un enorme vacío en los corazones de sus familiares y de todas las personas
sensibles y solidarias.
Los terroristas que colocan bombas no piden documentos de identidad para matar, no les
interesan edades, ni tan siquiera credos. Sólo necesitan cantidades: el mayor número
posible de vidas segadas. Su objetivo es sembrar terror; para dañar las reglas de
convivencia democráticas y pluralistas que se afianzaron trabajosamente en la sociedad
argentina. Por eso, no debemos olvidar la barbarie desatada en el atentado. La memoria es
el espejo en donde miramos a los ausentes, pero también es el resorte que nos vincula al
pasado y nos permite construir el futuro con sabiduría. La memoria, como las plantas,
requiere riego continuo; gota tras gota, día tras día, año tras año. Hagamos que se
mantenga firme y fresca.
Condenamos los actos terroristas en nombre del respeto a la vida. Queremos que se
esclarezca lo sucedido para llegar a la verdad; es necesario exigir que se haga justicia,
que la violencia atroz e indiscriminada no vuelva a repetirse, que los sobrevivientes, los
familiares y la sociedad argentina en su conjunto puedan superar lo sucedido.
Queremos vivir sin miedo y en paz. Apelamos a todos los hombres y mujeres para que en cada
acción promuevan la solidaridad y la convivencia entre los seres humanos.
Ama a tu prójimo como a ti mismo ... (Levítico 19, 18).
Justicia, Justicia perseguirás para que vivas ... (Deuteronomio 16, 20).
* El texto fue consensuado entre la Secretaría de Educación del Gobierno de Buenos
Aires, la Comisión de Derechos Humanos y la Comisión de Educación, Ciencia y
Tecnología de la Legislatura de la Ciudad, la Asociación Mutual Israelita Argentina
(AMIA), la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), la Comisión de
Derechos Humanos de la Ciudad, los Familiares de las Víctimas, la Asociación de Escuelas
Privadas de la República Argentina, el Consejo de Educación Católica y la Junta
Coordinadora de Asociaciones de la Enseñanza Privada.
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