Por Romina Calderaro Alberto Ricardo Dáttoli
parece ser un buen hombre: abnegado padre y esposo, excelente trabajador; la acusación de
homicidio doloso que le hace la querella no es, por lo tanto, compatible con su
personalidad. Al menos, eso es lo que declararon ayer algunos testigos que trabajaron a su
lado en la Escuela de Inteligencia de la SIDE, durante la segunda jornada del juicio oral
que se le sigue para averiguar si mató o no intencionalmente a Sofía Fijman accionando
el portón metálico de Libertad 1235. Pese a los elogios, la situación de Dáttoli sigue
siendo complicada porque un testigo confirmó que el portón se utilizaba también para
hacerle bromas a un empleado gordo. La empleada de Fijman, Feliciana
Fernández, había declarado que muchas veces, cuando iban a alimentar a los gatos, usaban
el mismo método para intimidarlas: abrían y cerraban la entrada sin motivo aparente.
Ayer declararon cuatro testigos de la SIDE: Alberto Ramón Varela, director de la Escuela
de Inteligencia; José Alevato, director de Asuntos Jurídicos; José Carlos Morales,
quien reparó el portón una vez después de la muerte de Fijman, y Jorge Alberto Brea,
jefe de Seguridad del establecimiento. Alevato aseguró que aproximadamente un mes
después de la muerte de Fijman, los Socolosky tuvieron dos reuniones con Hugo Anzorreguy.
Sostuvo que en la primera, el titular de la SIDE les dio las condolencias por la muerte de
su madre y que, en la segunda, la familia de la víctima pidió unos dos millones de
dólares para desistir de la querella. Marcelo Socolosky aseguró a este
diario que ni él ni su hermano hablaron de plata, y sugirieron que probablemente haya
sido una maniobra del abogado que representaba a la familia en la primera instancia del
juicio, con el que la familia terminó peleada porque, según Marcelo Socolosky,
operaba para la SIDE.
A la tarde declaró José Luis Marcuzzo, otro guardia de seguridad de la Escuela. Primero
definió a Dáttoli como una muy buena persona, pero después no lo ayudó
demasiado: dijo que era habitual que desde la consola se hicieran bromas entre
el personal. La más común estaba dirigida a un cocinero gordo: le abrían sólo una
parte del portón que por su contextura sólo le permitía entrar pasando de costado.
Aunque Marcuzzo no dio nombres, el relato complica a Dáttoli. El lunes, Feliciana
Fernández aseguró que varias veces, cuando acompañaba a Fijman a alimentar a los gatos,
vio cómo desde adentro les abrían y les cerraban el portón para amedrentarlas.
Otro hombre que halagó a Dáttoli fue su jefe directo, José Alberto Brea. Siempre
hablaba de su familia y sus padres, a los que asistía no sólo económicamente, sino
también personalmente: los acompañaba constantemente al médico porque no andaban bien
de salud, dijo. También lo halagó como empleado aunque, consultado por la
querella, tardó en responder si es un buen empleado alguien que se tropieza con sus
cordones y activa un portón metálico por accidente. Brea lo pensó un rato largo, y
finalmente contestó que sí.
Un punto a favor en la defensa de Dáttoli es una cuestión física: su barba.
Sistemáticamente, la defensa les pregunta los testigos del acusado que lo conocen desde
hace algunos años si siempre lo vieron con barba, y los testigos responden que sí, sin
excepción. La pregunta no es ociosa: Feliciana Fernández, la empleada que trabajó 34
años en la casa de Fijman, aseguró que Dáttoli las había amenazado de muerte antes del
accidente, y que en esa oportunidad estaba afeitado.
Estimables condiciones Como declararon ayer sus jefes, Alberto Ricardo Dáttoli fue un brillante
agente de la Escuela de Inteligencia de la SIDE. Su legajo, en el que figura como Andrés
Daur, ya que para todos los empleados de la SIDE es obligatorio usar nombres
supuestos, está lleno de felicitaciones. Su promedio anual no baja de nueve
cincuenta, y la mayoría de las veces es diez, en áreas como rendimiento, iniciativa,
cooperación, disciplina, cultura general, desempeño en el cargo, criterio y
desempeño de tareas especiales. Ha evidenciado estimables condiciones
para desempeñarse en el servicio de seguridad con suma eficacia, prometiendo para un
futuro resultados sobresalientes. Sentido de la subordinación, se lee como balance
de 1975. Buen tirador, dice una de las fojas correspondiente a noviembre de
1977. Y en 1980, lo califican como Sobresaliente agente de seguridad. Dedicado a sus
tareas y con un alto sentido de la colaboración, espíritu que lo eleva en sus
conocimientos sobre armas. Condiciones de buen tirador. Los superiores del agente
Dáttoli o Daur calificaron de excelente el concepto de su empleado. |
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