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Testigos dicen que Dáttoli hacía bromas con el portón

Un cocinero gordo fue “apretado” varias veces con el portón que mató a Sofía Fijman, para gastarle una broma. La SIDE intentó decir que los hijos de la víctima querían dinero.

El acusado, Dáttoli.

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Por Romina Calderaro

t.gif (862 bytes) Alberto Ricardo Dáttoli parece ser un buen hombre: abnegado padre y esposo, excelente trabajador; la acusación de homicidio doloso que le hace la querella no es, por lo tanto, compatible con su personalidad. Al menos, eso es lo que declararon ayer algunos testigos que trabajaron a su lado en la Escuela de Inteligencia de la SIDE, durante la segunda jornada del juicio oral que se le sigue para averiguar si mató o no intencionalmente a Sofía Fijman accionando el portón metálico de Libertad 1235. Pese a los elogios, la situación de Dáttoli sigue siendo complicada porque un testigo confirmó que el portón se utilizaba también para hacerle “bromas” a un empleado gordo. La empleada de Fijman, Feliciana Fernández, había declarado que muchas veces, cuando iban a alimentar a los gatos, usaban el mismo método para intimidarlas: abrían y cerraban la entrada sin motivo aparente.
Ayer declararon cuatro testigos de la SIDE: Alberto Ramón Varela, director de la Escuela de Inteligencia; José Alevato, director de Asuntos Jurídicos; José Carlos Morales, quien reparó el portón una vez después de la muerte de Fijman, y Jorge Alberto Brea, jefe de Seguridad del establecimiento. Alevato aseguró que aproximadamente un mes después de la muerte de Fijman, los Socolosky tuvieron dos reuniones con Hugo Anzorreguy. Sostuvo que en la primera, el titular de la SIDE les dio las condolencias por la muerte de su madre y que, en la segunda, la familia de la víctima pidió unos dos millones de dólares para “desistir de la querella”. Marcelo Socolosky aseguró a este diario que ni él ni su hermano hablaron de plata, y sugirieron que probablemente haya sido una maniobra del abogado que representaba a la familia en la primera instancia del juicio, con el que la familia terminó peleada porque, según Marcelo Socolosky, “operaba para la SIDE”.
A la tarde declaró José Luis Marcuzzo, otro guardia de seguridad de la Escuela. Primero definió a Dáttoli como “una muy buena persona”, pero después no lo ayudó demasiado: dijo que era habitual que desde la consola se hicieran “bromas” entre el personal. La más común estaba dirigida a un cocinero gordo: le abrían sólo una parte del portón que por su contextura sólo le permitía entrar pasando de costado. Aunque Marcuzzo no dio nombres, el relato complica a Dáttoli. El lunes, Feliciana Fernández aseguró que varias veces, cuando acompañaba a Fijman a alimentar a los gatos, vio cómo desde adentro les abrían y les cerraban el portón para amedrentarlas.
Otro hombre que halagó a Dáttoli fue su jefe directo, José Alberto Brea. “Siempre hablaba de su familia y sus padres, a los que asistía no sólo económicamente, sino también personalmente: los acompañaba constantemente al médico porque no andaban bien de salud”, dijo. También lo halagó como empleado aunque, consultado por la querella, tardó en responder si es un buen empleado alguien que se tropieza con sus cordones y activa un portón metálico por accidente. Brea lo pensó un rato largo, y finalmente contestó que sí.
Un punto a favor en la defensa de Dáttoli es una cuestión física: su barba. Sistemáticamente, la defensa les pregunta los testigos del acusado que lo conocen desde hace algunos años si siempre lo vieron con barba, y los testigos responden que sí, sin excepción. La pregunta no es ociosa: Feliciana Fernández, la empleada que trabajó 34 años en la casa de Fijman, aseguró que Dáttoli las había amenazado de muerte antes del “accidente”, y que en esa oportunidad estaba afeitado.

 

“Estimables condiciones”

Como declararon ayer sus jefes, Alberto Ricardo Dáttoli fue un brillante agente de la Escuela de Inteligencia de la SIDE. Su legajo, en el que figura como Andrés Daur, ya que para todos los empleados de la SIDE es obligatorio usar “nombres supuestos”, está lleno de felicitaciones. Su promedio anual no baja de nueve cincuenta, y la mayoría de las veces es diez, en áreas como rendimiento, iniciativa, cooperación, disciplina, cultura general, desempeño en el cargo, criterio y “desempeño de tareas especiales”. “Ha evidenciado estimables condiciones para desempeñarse en el servicio de seguridad con suma eficacia, prometiendo para un futuro resultados sobresalientes. Sentido de la subordinación”, se lee como balance de 1975. “Buen tirador”, dice una de las fojas correspondiente a noviembre de 1977. Y en 1980, lo califican como “Sobresaliente agente de seguridad. Dedicado a sus tareas y con un alto sentido de la colaboración, espíritu que lo eleva en sus conocimientos sobre armas. Condiciones de buen tirador”. Los superiores del agente Dáttoli o Daur calificaron de excelente el concepto de su empleado.

 

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