Por Eduardo Videla A los 14 años, Pedro Aquino
tuvo que pagar cuentas ajenas. Y como vivía en Ingeniero Budge ese rincón de Lomas
de Zamora, lindante con el Riachuelo, que es la mejor imagen de la tierra de
nadie las pagó con la vida. El lunes por la noche, Pedro cometió el error de
pararse cerca de la casa del Ruso, un hombre con mala fama en el barrio y antecedentes en
la policía. Cerca de la medianoche, cinco muchachos armados llegaron al lugar y le
preguntaron por el Ruso. ¿Dónde está tu viejo?, lo interrogaron. El chico
no tuvo tiempo de aclarar el error: lo agarraron de los pelos, lo arrastraron hacia un
baldío y lo mataron a balazos. La policía ya tendría identificados a los autores,
según informaron fuentes vinculadas con la investigación.
Algunos vecinos se asomaron para ver qué había pasado: alcanzaron a ver entonces a
quienes conocen como los paraguayos del fondo. Este no era, le
dijo uno de los atacantes al que había disparado. Entonces volvieron a la casa del Ruso y
ahí sí, lo vieron en la puerta. Le dispararon cuatro tiros y alcanzaron a darle uno, en
el hombro. Después escaparon.
La casa de Pedro está hecha de ladrillos, en un terreno ubicado justo al borde de un
arroyo de aguas servidas, que cruza el barrio Santa Catalina y desemboca en el río
Matanza. De allí salió el lunes a la noche para encontrarse con su novia, la hija del
Ruso. Cruzó el puente sobre el arroyo y caminó ochocientos metros hasta el paredón
vecino a la casa de la chica. Era alrededor de la 0.30 cuando llegó el grupo en busca de
venganza.
Según relataron a Página/12 fuentes vinculadas con la causa, el hombre al que buscaban
habría robado en la casa de uno de los agresores, que decidieron hacer justicia por mano
propia. Acostumbrados a resolver pleitos a los tiros, fueron por la cabeza de su víctima.
En el barrio nadie sabe cómo se llama el Ruso. Sólo por comentarios los
vecinos saben que el hombre es autor de algunos robos en la zona. La policía sí lo tiene
identificado, porque tiene antecedentes por robo. También es padre de un chico de 13
años, con quien los homicidas habrían confundido a Pedro.
Juan Carlos Aquino, de 34 años, es el papá de Pedro. Ayer a la 1 una chica a la que no
conocía le avisó que le habían disparado a su hijo. Fuimos corriendo y lo
encontramos tirado en el baldío. Lo llevamos hasta la salita de Villa Lamadrid, que es la
que está más cerca, pero cuando llegamos ya estaba muerto, relató el hombre a
Página/12, con la voz gastada, temblando por el frío y el dolor. La chica que le dio la
noticia era la novia de Pedro, y se convirtió en uno de las principales testigos del
crimen.
Era un buen pibe, no andaba en nada raro aclara el padre, como si hiciera
falta. Lo confundieron con el hijo del Ruso. No lo conozco, pero dicen que tiene
antecedentes. A las seis de la tarde, cuando caían las primeras sombras sobre el
caserío, el hombre esperaba en la puerta de su casa que trajeran el cuerpo de su hijo.
En este suburbio donde nadie se conoce por el nombre sino por el apodo, el homicida fue
identificado como El Colorado. La policía les tomó declaración a los testigos.
Hablaron, pero no sabemos si dijeron todo lo que saben, dijo a este diario un
hombre cercano a la investigación, que sabe lo difícil que es arrancarle una palabra a
la gente del barrio. Es que los vecinos tienen miedo de hablar porque saben que allí el
ajuste de cuentas es moneda corriente.
El Ruso, con una herida de bala en el hombro, fue a atenderse en el Hospital Santamarina,
de Monte Grande. Dijo que fue víctima de un asalto y se fue, después de que le hicieran
las curaciones de emergencia. Ayer no pasó por su casa. Tampoco está buscado por la
policía que, sin embargo, piensa tomarle declaración como testigo. No
se le imputa ningún delito, aclaró un oficial. La casa de Pedro está a más de
treinta cuadras de la comisaría. Para llegar al lugar hay que transitar por calles de
tierra, con baches increíbles. La prevención policial, allí, es una utopía en la que
ya nadie cree. Hace dos semanas mataron a otro chico a unas cuadras de acá,
dice un hombre que se acercó a la casa de los Aquino, y señala el curso del Arroyo.
A mí me arrancaron el reloj allá en el fondo y por poco me matan, se suelta
otro hombre. Nadie parece escapar de esta guerra de pobres contra pobres.
El papá de Pedro prendió un brasero en el patio de tierra, junto al horno de leña que
está a la entrada, contra el alambrado. Lo acompañan, junto al fuego, una docena de
mujeres y chicos, algún hombre, todos familiares y vecinos. La ambulancia llega casi de
noche. Dos hombres llevan el cajón pequeño hasta la casa. Las puertas se cierran.
Entonces, el dolor de la madre es el único sonido que se escucha en ese rincón olvidado
de Ingeniero Budge.
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