|
En los vestuarios, la Selección ya sabía que estaba clasificada. El triunfo de Colombia había eliminado a Ecuador. El asunto era saber si el equipo sería segundo o tercero, y en ese caso, si era el primero o segundo mejor tercero para conocer el destino final en los cuartos. Una derrota obligaba a jugar con Paraguay. El empate ponía a Colombia como próximo adversario en una tentadora revancha de la negra noche del domingo pasado. Un triunfo obligaba a enfrentar a Brasil. ¿Qué elegiría el equipo?. Al minuto el Kili González clavó un tiro libre en el palo izquierdo del pibe Carini y las dudas se disiparon. Argentina iba a ganar, no iba a especular. Aceptaba el desafío y le mojaba la oreja a Ronaldo, Amoroso y compañía... Buen comienzo. Ahí, en esa decisión de ir a buscar al mejor estuvo lo mejor de la Selección. Le sobraban posibilidades para digitar su futuro y eligió al peor rival que podía tocarle. Como prueba de amor propio, de confianza, como actitud de desafío, es una decisión magnífica. Luego, en 90 minutos a todo o nada, cuando el caso sea plata o mierda, se va a jugar la última parada. Si Argentina elimina a Brasil habrá borrado el resbalón de Colombia con la posibilidad de volver a enfrentar a Colombia. Sin embargo, esos valores, en el campo, no tuvieron un correlato con el juego. La Selección salió ganando desde el minuto inicial y hasta el cuarto de hora estableció la diferencia lógica que debe existir entre un plantel maduro y experimentado con otro basado en un reciente Sub 20. El rato en que Argentina pisó fuerte en Luque fue cuando Riquelme le ganó el hueco a los volantes orientales detrás de Fleurquín y Coelho, sobre la izquierda para imponer una sociedad agresiva con Sorín y González. Pero este equipo es ciclotímico, aún no está solidificado en el temperamento ni en las ideas y volvió a sufrir otra caída de tensión alarmante. Uruguay, entonces, que no había cruzado la mitad de la cancha, comenzó a pelear en el medio y a demostrar que Magallanes, Zalayeta y Alvez están en el campo. Palermo jugaba su partido aparte. Le hicieron el foul que derivó en el gol de González. Luego tuvo una media vuelta de derecha que se le fue muy cerca de un palo. Y nada más. Perdido, estático, abúlico, pesado, nunca terminó de ser la amenaza de defensas que supo ser. Sin embargo, sobre el final del primer tiempo, cuando el equipo había caído en el pozo más hondo de la desorientación, fue el único que trató de jugarla por abajo. El, el menos apto tenía el concepto incorporado. Los otros, los que técnicamente están mejor dotados, la jugaban por el aire. El comienzo de la segunda parte transitó los mismos carriles del primer tiempo. Nadie se hacía dueño, nadie pedía la pelota y se resignaban a jugarla cuando les caía en sus pies. Uruguay crecía porque contaba con todas las ventajas posibles para avanzar. El equilibrio que aportó Cagna en la zona de volantes se había evaporado en las tinieblas de Luque y Simeone volvía a ser el volante desbocado que sale y pega en vez de anticipar, quitar y entregar. ¿El resto?. Barros Schelotto obligado a ser extremo y lateral derecho, Riquelme sin encontrar pelota ni lugar. Sorín ganando y perdiendo, Palermo... Pero mientras el tiempo pasaba y los pibes uruguayos chocaban contra Ayala y Samuel que levantaron el nivel de los dos partidos anteriores, el resto fue encontrando los espacios para salir de contraataque. Entonces sí, Riquelme volvió al partido. Y si Riquelme juega, el resto también. Se veía llegar el segundo. ¿Palermo se tomaría revancha?. Riquelme, generosocomo pocos, limpió a dos en el área y en vez de definir él, buscó a Martín y se la entregó para que el malogrador de penales la pusiera de zurda, arriba, cerca del travesaño, del lado de adentro. Y sanseacabó.
|