Por Pablo Plotkin Hay humoristas que cargan con
la presión íntima de hacer reír en pocos segundos a su interlocutor de turno. Como si
fuera un oficio de tiempo completo, como si un artista del rubro tuviera que provocar sí
o sí risa, como si no existiese Woody Allen. Hugo Varela, cultor del humor de
sutilezas y desarrollos, no siente el compromiso del contador de chistes que
si no le devuelven carcajadas empieza a sudar frío. Por eso habla de lo que hace como un
arte de equilibrios, tensión y sorpresas y, sin pretender convertirse en un
teórico, explica que en estilo, el humor aparece en lo inesperado. Hay
que ir armando falsas estructuras lógicas, revela, y romperlas. Esa
idea del equilibrio aparente, de la lógica del caos, es la que despliega en Hugo Varela
en Desconcierto, el primer unipersonal con elenco que puede verse desde hoy,
de jueves a domingo, en el Paseo La Plaza.
Después de haber encarnado a Inodoro Pereyra, de Roberto Fontanarrosa, el cordobés
concibió un espectáculo musical. Coescribió los temas con Gustavo Calabrese (uno de los
actores que lo acompañan, junto a Claudio Armesto, Rossana Bonetto y Hernán Jiménez),
se ocupó de las luces, la dirección, el vestuario, las pelucas y confeccionó los
muñecos que aparecen en escena junto a Leonora Bonetto y Silvia Bustos. Suelen
pedirse explicaciones de las cosas humorísticas, que en general están bastante separadas
de la lógica, dice Varela. De todos modos, cuando elegimos el nombre de este
espectáculo, tuvo que ver con mi situación de desconcierto: uno va modificando cosas
todo el tiempo, sale de un proyecto y se mete en otro. La cosa artística es estar
caminando sobre el desconcierto. Y además del juego de palabras (tratándose de un
concierto), tiene que ver con el lugar donde está parado el país, a esta altura de la
época preelectoral.
¿Y cómo cree que responde el humor argentino en estos casos?
Tradicionalmente somos un pueblo con un alto sentido del humor. Hablo como
provinciano, y el humor provinciano se basa fundamentalmente en la carencia: el pueblito
chico, el tipo que no tiene nada y se hace el importante. Tenemos toda la herencia de
cuentos, canciones pícaras, que viene un poco de los españoles. En los pocos viajes que
he hecho, me di cuenta de que el mejor público para hacer humor es el nuestro. Es el que
tiene mayor capacidad de captar cositas, de bancar sutilezas, desarrollos explicativos. En
otros lugares son más impacientes. En Colombia, Miami, Puerto Rico, el humor se tiene que
resolver rápido, no se le permite buscar otras cosas. Cuesta que funcionen relatos
landriscinescos en esos lugares.
¿Qué cambió en el humor del público, en los veinte años que lleva dedicándose
a esto?
Así como el argentino es un pueblo con una gran capacidad de humor, hay que decir
que ha sufrido muchísimo. Cuando empecé con café concert, el clima de los bolichitos
donde trabajaba era muy distinto: el público llegaba mucho más suelto, más abierto. El
humorista era un tipo más, entre el mago, el levantador de pesas, lo que sea. Ahora el
público está como apretado y temeroso, como con mucho miedo por lo que pasa con el
país, con el futuro, con las cosas que cambian. En ese estado, ir a ver un espectáculo
humorístico se transforma en algo como necesito que me hagan reír. El
humorista empieza a cobrar cierto relieve, alguien medio místico, un iluminado que los
toca con la mano ... pasa a ser como un Pastor Giménez. Y en realidad uno es un
laburante. Pero eso me genera una responsabilidad de querer que en el tiempo de mi
espectáculo el público no solamente se ría que es el objetivo número uno,
sino que aparte se afloje, se conecte con los otros, un vínculo distinto al clima de
violencia de la calle. Esto, que yo me lo propongo secretamente, es algo que la gente lo
nota después, cuando sale. Para mí lo importante es eso. ¿Qué recuerdos tiene de
sus años de rockero en San Francisco de Córdoba, con los Teen Dovers?
¡Los Teen Dovers! Eran los comienzos del rock argentino, con Sandro y Los de
Fuego, los Pick-Up, Wonderful. Yo tenía 16 años en esa época, me había comprado una
guitarra eléctrica, de ésas de cajón. Eramos un grupo de rock muy cuadrado, de puro
entretenimiento. Actuábamos en los bailes, hacíamos las clásicas coreografías con las
guitarras, la rodilla en el piso, las cosas que se usaban en ese momento. Fueron épocas
de bastante esplendor del país, comparando con ahora. Teníamos mucho trabajo, ganábamos
nuestro dinero. Eramos los pollos de San Francisco de Córdoba. Después nos separamos y
me vine a Buenos Aires a estudiar arquitectura. Teóricamente iba a llevar una vida seria,
pero entonces me metí en teatro y se pudrió todo. Cuando, hace veinte años, me definí
como humorista, no sabía cómo se aprendía. Bueno, así se aprende: no se sabe cómo.
"EL
CINEAMBULANTE", UNA IDEA JUGADA
Las otras road movies
Con la
intención de llevar films de producción nacional e internacional a zonas del país que
no poseen salas de cine, un grupo de jóvenes realizadores y estudiantes creó El
cineambulante, una muestra itinerante que a partir de agosto recorrerá pueblos de Santa
Fe, Chaco, Santiago del Estero, Formosa, Salta, Catamarca, Tucumán y Córdoba.
Nuestro proyecto consiste en ir a pasar films a pueblos del interior del país que
tengan menos de cinco mil habitantes y que no posean salas de cine. La idea es darles la
posibilidad de tener acceso a un tipo de cine que quizás no puedan tener por otros
medios, explican dos de los organizadores. Pablo Pintor e Ignacio Mallorens,
realizadores surgidos de la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires,
son dos de los miembros de la asociación Deambulantes, que también está compuesta por
alumnos y ex alumnos de la Escuela de Cine de Avellaneda.
Vamos a partir el 15 de agosto próximo en un `motorhome y va a ser un viaje
de tres meses y medio que terminará en noviembre, en el Festival de Cine de Mar del
Plata. En esta primera etapa vamos a recorrer todo el norte del país, con un promedio de
entre uno y tres pueblos por provincia, dijo Pintor. Las localidades a visitar son
Bigand, Barrancas, Marcelino Escalada y Las Toscas, en Santa Fe; Santa Sylvina y La
Clotilde, en El Chaco; Laguna Blanca y Laguna Yema, en Formosa; Pluma del Pato, La Caldera
y Animaná en Salta; Caimancito, en Jujuy; Andalgalá, en Catamarca; Villa Quinteros y
Ranchillos, en Tucumán; Garza y Villa Ojo de Agua, en Santiago del Estero; y Corralito y
General Levalle, en Córdoba. El proyecto nació en enero pasado y cuenta con el apoyo de
Panta-Rhei, otro grupo de cine ambulante que aportará los equipos de proyección.
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