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En Berlín, se quedaron hablando de
“El pecado que no se puede nombrar”

Texto: “Mi teatro no es un teatro de alusiones. No refiere a otro texto más que a sí mismo, aun cuando parta de otro autor”, afirmó Ricardo Bartís en el debate.

Una escena de “El pecado que no...”, de Ricardo Bartís, quien estuvo presente en el debate posterior.
Abajo, Ingrid Pellicori-Horacio Peña, también en Berlín, con “Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín”.

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Por Claudia Palazzo Desde Berlín

t.gif (862 bytes) Un éxito insospechado cosecharon en esta edición del Festival Teatro del Mundo de Berlín cuatro obras argentinas, y en especial la pieza de Ricardo Bartís El pecado que no se puede nombrar. El diario Tagesspiegel calificó a esta obra como el “punto culminante del festival”, uno de los más importantes de la temporada veraniega europea. El Berliner Zeitung dedicó elogiosos comentarios a la Noche de teatro argentino, integrada por tres puestas en escena: Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, dirigida por Rubén Szuchmacher y Edgardo Rudnitzky, Dens in dente, por Mariana Obersztern, y Cachetazo de campo, por Federico León. Las obras, presentadas en el Theater am Ufer del este berlinés, crearon gran expectativa en el público y la prensa por su diversidad conceptual, aun cuando todas provienen de un mismo ámbito escénico, el de Buenos Aires.
En su viaje a la Argentina, Nele Hertling, una de las responsables de la programación artística del Festival (del que participaron otras 32 producciones de 24 países), quedó gratamente sorprendida ante la oferta cultural de una ciudad conocida ante todo por el tango. Refiriéndose al teatro porteño, Hertling destacó la pasión que ponen los elencos en su trabajo, una intensidad que –dice– se ha perdido en muchos lugares, incluso en Berlín: “Actores, directores y plásticos se intercambian roles en sus respectivas producciones, lo que genera un movimiento propio”.
“Hubiésemos querido traer más de estas producciones al Festival”, apuntó, observando que en sus viajes de selección de obras por el este europeo, Italia, España y Latinoamérica no había hallado una pieza que la impresionara más que El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartís. Siete hombres se reúnen en la trastienda de un club para planear una revolución. Esta será financiada con el dinero proveniente de una cadena de prostíbulos regenteados por ellos. La acción tiene lugar en las postrimerías de la década del 20 en un barrio porteño. Uno de los “conjurados” intenta concretar un experimento con gases letales, que le servirán para reducir a quienes se le opongan.
La obra denuncia la represión de los discursos dominantes sobre la transexualidad. El plan se vuelve cada vez más delirante: tres de los presentes se prostituyen para iniciar la gestión financiera “revolucionaria”. Durante un tiroteo iniciado en el burdel por motivos pasionales, caen todos, pero nada más que para resucitar. En opinión de algunos espectadores berlineses, la obra de Bartís, compuesta en base a dos novelas de Roberto Arlt (Los Lanzallamas y Los siete locos), fue tan festejada por su densidad conceptual como por sus excelentes actores, intérpretes además de los instrumentos incorporados a la obra. En el debate que siguió a la puesta, el director dijo haber elegido los textos de Arlt porque en ellos “tanto lo elevado como lo instintivo” están muy presentes.
“Mi teatro no es un teatro de alusiones. No refiere a otro texto más que a sí mismo, aún cuando parta de otro autor”, afirmó. Dos autores jóvenes y uno consagrado compartieron la escena en la Noche de teatro argentino. Una media de cuarenta espectadores presenciaron tres puestas de carácter minimalista. Rubén Szuchmacher, director del Centro Cultural Ricardo Rojas y uno de los directores más importantes de la escena porteña actual, señaló que “no hay fundamento ideológico en elegir un escenario chico o grande. Es la obra la que lo pide”. Junto al músico Rudnitzky, Szuchmacher buscó en Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín la sonoridad en el texto de García Lorca, apoyándola incluso con instrumentos musicales que los intérpretes (Ingrid Pelicori y Horacio Peña) utilizan para acentuar el dramatismo del diálogo. Otros instrumentos cuelgan del habitáculo-consultorio dental que presentó Mariana Oberzstern en su obra Dens in dente. Tornos antiguos, martillos y siniestros elementos de ortodoncia sirven de marco a la psicótica relación que se establece entre la madre, viuda de un dentista, y su hija embarazada. Como la “germinación” –malformación dental donde un diente crece dentro del otro, y que Oberzstern tomó como tema principal de su obra– también crece el sadismo de las dos mujeres, acorraladas por el pasado. La obra nació por un encargo para el Proyecto Museos, del que participaron varios directores. La simbiosis madre-hija y un personaje masculino conforman un significativo universo en Cachetazo de campo, una pieza de Federico León. Alumno de Bartís, este joven autor de 26 años sorprendió con su trabajo de dirección. Si una obra puede medirse por la simbiosis actoral, los tres personajes de Cachetazo de campo llegan a un nivel máximo al contagiarse el llanto. “Esta obra no cuenta una historia. Pasa por los estados emocionales de los tres actores y por su mutua contaminación. Está hecha para ser interpretada por estos actores. No puedo imaginármela con otros”, enfatizó León.

 

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