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PANORAMA POLITICO

Desobedecer

Por J. M. Pasquini Durán


t.gif (862 bytes)  Después de lo que pasó con los transportistas de carga, ¿cuántos podrán sostener con honradez que el destino nacional es tan "creíble y previsible" que no puede más que repetirse a sí mismo? Los poderes controlados por el menemismo fueron incapaces de defender la ley del impuesto extraordinario que ellos mismos habían diseñado y aprobado. Las tribulaciones del fondo docente confirmaron, de manera irrefutable, una crítica de fondo al modelo vigente: en la "sociedad de mercado" no hay gobernabilidad posible. La ley del más fuerte quiebra la seguridad jurídica, la equidad tributaria, la igualdad ante la ley y alienta la evasión y la anarquía corporativas. En el décimo aniversario de su gestión, el gobierno nacional mostró los vicios de la obra cumplida. Quedó probada, además, la injusticia del régimen impositivo, que descarga el mayor peso sobre los hombros más frágiles, desatando enconos entre los que menos tienen, mientras los poderosos llevan agua para su molino.

na02fo01.jpg (14657 bytes)Los ciudadanos que cumplieron con la ley, sin importar su condición económica, constataron, otra vez, que están desamparados. Nadie, dentro y fuera del Gobierno, tuvo nada para explicarles, aunque fuera para amortiguar la sensación de estupor, ni para estimularlos. Sólo les quedó el consuelo de saber que, gracias a su aporte, los maestros pronto cobrarán un aumento equivalente a dos pesos diarios por el primer semestre del año. No sólo pagaron este impuesto, sino que pagarán también con futuros aportes todos los daños causados a la economía nacional.

En cambio, los transportistas de carga recibieron su recompensa, aunque salieron a la calle cuando ya eran infractores por evasión, no antes ni durante la sanción de la ley, aplicaron la cohesión para evitar que circularan los camiones que no compartían la medida de fuerza y chantajearon a la sociedad con el desabastecimiento de alimentos, medicinas y otros insumos esenciales. El Estado permaneció casi inerme, con la lengua de los funcionarios como único órgano activo. Una vez más, demostró que tiene normas diferentes según el tamaño del contrincante. Al mismo tiempo que no hacía nada efectivo para contrarrestar el chantaje, un tribunal patagónico enjuiciaba a dos ciudadanos, uno de ellos gremialista, por cortar una ruta en acto de protesta, para los que el fiscal pidió cinco meses de prisión.

En su proporción, la experiencia del fondo docente reprodujo lo que sucede en el país: cada vez son menos los que pueden y quieren pagar los impuestos. La DGI, que clausura pequeños comercios a veces por tecnicismos reglamentarios, no usó sus computadoras para verificar si ésta era la primera evasión de los camioneros, así como nunca pudo poner en prisión a ningún evasor de importancia. La ineficiencia es una directa consecuencia de la voluntad política aplicada en favor de los que tienen coronita. La Casa Rosada amenazó con desmesuras, como declarar el estado de sitio, pero en una visión retrospectiva toda esa alharaca más bien estaba dirigida a intimidar a la oposición en la Legislatura para que borraran con el codo lo que habían escrito con la mano.

El método empleado por los camioneros suele ser utilizado por los mentores del modelo económico. Desde hace un par de días, en el Ministerio de Economía circulan versiones (más bien amenazas) sobre la posible renuncia de Roque Fernández si el presidente Carlos Menem se deja ganar por la demagogia electoral y presiona demasiado por fondos para el PAMI o para otras políticas sociales. Fernández pertenece al círculo tecno de economistas que todavía no se explican por qué se mantiene el rito atávico de conmemorar la independencia nacional, carente de todo sentido en estos días de globalización y dependencia. Lo mismo que el presidente del Banco Central, Pedro Pou, que anunció el posible cierre de bancos pero, de paso, pidió el privilegio de eximirse de cualquier control o sanción judicial por los actos cometidos en función, Fernández considera que la ley suprema es inaccesible para cualquier mortal. Sólo pueden ejercerla los que tienen el don de visualizar la mano invisible del mercado, como ellos.

Los políticos opositores, apretados por los camiones, también se desbarrancaron desde el categórico "no evadirán" hasta sucesivas ofertas concesivas (pago en cuotas, rebajas, compensaciones), para terminar en un aplazamiento que, de hecho, traslada la obligación para el año (y el gobierno) que viene o nunca. Por ahora, todos quedaron pegados a un único mensaje: el que tiene con qué plantarse, puede eludir la ley, la justicia y el castigo. Esto no es capitalismo ni economía de mercado, es la ley de la selva. Los que a diario hacen gárgaras con alusiones a la gobernabilidad, probaron que ese concepto, en realidad, no significa nada importante cuando está en juego el bien común.

Harta de arbitrariedades, exhausta de restricciones, empobrecida y sin horizontes, la mayoría de la sociedad se dejó ganar por el vértigo confuso de los acontecimientos. Las colas en las estaciones de servicio para llenar el tanque, una imagen del pasado que volvió en pocas horas al paisaje cotidiano de la ciudad, ilustraron la desconfianza pública en las instituciones que tienen que velar por sus derechos. Esta democracia aún no cuenta con ciudadanos plenos: tiene votantes, para los políticos, y consumidores, para el mercado. La noción de igualdad (ante la ley, en oportunidades, deberes y derechos) sigue ausente de la conciencia colectiva, por lo que hace falta repetir lo mismo que escribía Bernardo Monteagudo en La Gaceta de Buenos Aires en 1812, cuatro años antes de la independencia nacional: "Sólo el santo dogma de la igualdad puede indemnizar a los hombres de la diferencia muchas veces injuriosa que ha puesto entre ellos la naturaleza, la fortuna, o una convención antisocial [...]. No es la igualdad la que ha devastado las regiones, aniquilado los pueblos y puesto en las manos de los hombres el puñal sangriento que ha devorado su raza".

Democracia con políticos desconcertados, con votantes y consumidores pero sin ciudadanos, es una democracia impotente para "propender al bienestar general", como manda el Preámbulo constitucional. En vez de horizontalizar el poder, lo hace más vertical y ajeno. En esa situación, la tendencia predominante al monopolio en economía se traduce en política como monopartido. Debido a la conducta de la mayoría de sus dirigentes y a los diarios escándalos institucionales que protagoniza, el último de estos días en Corrientes, la pluralidad partidaria tiene pocos defensores, pero sin ella no hay ninguna posibilidad de construir una democracia más generosa. A los partidos hay que reformarlos, no destruirlos.

La destrucción de esa pluralidad es un propósito regresivo, que busca reemplazarla por un partido totalizador, universal, que sólo tiene leales y enemigos jurados. Esta idea pertenece a la década que termina, cuya primera manifestación fue la "Plaza del Sí" en abril de 1990. Aunque, en realidad, el menemismo no era más que la fachada de ese partido supremo, que sigue vivo aunque este gobierno nacional termine su mandato. Lo sobrevive sin necesidad de reelección debido a que su poder está fuera del circuito donde deciden los votantes.

Una persona ignorante de la realidad argentina que haya leído los diarios de las últimas dos semanas con seguridad recibió la impresión, bastante correcta, de que ese partido funciona con el nombre de Asociación de Bancos, al cual todos los demás tienen que referirse y subordinarse. Poseedor de opiniones dogmáticas, rechaza cualquier contraste, por sutil que sea, y hasta las abrumadoras evidencias que lo contradigan. Opina, por ejemplo, que la flexibilización laboral es una tarea pendiente, aunque el trabajador actual ya quedó reducido a condiciones similares a las que denunciaban los pioneros gremiales a fines del siglo pasado. La tasa de desocupación es una "flexibilizadora" como ninguna disposición legal podría serlo. Quiere más, sin embargo.

También se encuentra cómodo con la actual distribución de la riqueza, pese a que la sociedad se polariza cada vez más entre los extremos de ricos y pobres. Se incomoda, en cambio, cuando alguien sugiere algún cambio en el pago puntilloso de los intereses de la deuda externa, sin que importen las consecuencias. Si no hay dinero para el PAMI, devastado por la corrupción, o para las escuelas, los hospitales y los tribunales, no es asunto que le concierna. A eso mismo se refieren los amigos de Fernández cuando deslizan la chance de su retiro.

Los publicitarios del monopartido suelen argumentar que la deuda ha dejado de ser asunto bancario porque los tenedores de los bonos son miles de ahorristas dispersos por el mundo. Sin embargo, con una curiosa sensibilidad por esos intereses menudos, los banqueros son la voz contante en la reclamación del pago puntual. No es para menos, teniendo en cuenta los montos de la preocupación. En la década del 80, América latina hizo transferencias netas al exterior por valor de 223.000 millones de dólares. Aún así, debe más de 700.000 millones y ha pagado en los últimos nueve años por servicios de la deuda externa 850.000 millones, sin que haya decrecido ni un solo año el capital adeudado, sino por el contrario. Argentina contribuyó en ese plazo con pagos por 50.000 millones de dólares y destina al mismo fin más de la tercera parte del presupuesto anual, pese a lo cual dobló la suma total del endeudamiento.

Predisponerse a una redistribución de la riqueza más honesta y equitativa o a una refinanciación de la deuda externa que humanice la carga, suena como delirios trasnochados. Hasta ahora, la idea de utopía solía relacionarse con la izquierda, de la que tantos hacen leña desde hace más de una década. No hace falta, sin embargo, referirse a esos antecedentes para recuperar la capacidad de soñar. En estos días se cumplen cien años del nacimiento de Friedrich Hayek, padre de las ideas que inspiraron a Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que vivió sin fama ni gloria la mayor parte de su vida. Nunca declinó sus convicciones y entre sus máximas figura ésta: "La principal lección que debe aprender un verdadero liberal consiste en tener el valor de ser utópico, ya que sólo así convencerá a los intelectuales e influirá en la opinión pública". Los aprendices de liberales que se resignan, por puro "pragmatismo", al modelo económico de Hayek harían bien en reconsiderar este consejo y olvidar el resto.

 

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