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LA HISTORIA DEL SIGLO XX, EN UN DOCUMENTAL DE LA CNN
¿Era inevitable la Guerra Fría...?

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El documental en 24 capítulos que presenta la cadena, los domingos a las 20, luce como un intento logrado de contar sin autoexaltaciones una historia muy cercana, aun ante personajes como Hitler o Stalin.


Por Claudio Uriarte
t.gif (862 bytes)  “History is junk” (“la historia es basura”), solía proclamar arrogantemente Henry Ford. Sin embargo, y dentro de la incorregible tendencia estadounidense a la disneylandización del mundo, a presentar la historia como un parque temático de muñecos animados con anécdotas personales, chismes y toques de humor, el documental que la CNN empezó a emitir el domingo pasado sobre la Guerra Fría merece ser visto. Hay muchas oportunidades: fue el primero de una serie de 24, que se darán todos los domingos a las 20. Más allá de sus simplificaciones, el documental presenta, en un relato desapasionado, la cronología y las imágenes de buena parte de un siglo –el XX–, cuyos acontecimientos más traumáticos (la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría) resultan hoy tan cercanos en el tiempo como distantes y extraños para la imaginación general. Una paradoja paralela al hecho de que un país tan reluctante a la historia se embarque en la tarea de su reconstrucción, haciéndolo además a través de una cadena como la CNN, consagrada a la transmisión de la última noticia.
Inevitablemente, la versión de la historia de CNN tiende a ser americanocéntrica, aunque no –por lo menos en sus primeros tres capítulos– de un modo propagandístico o panfletario. Para empezar, la serie entiende que la Guerra Fría no sólo se originó en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, sino que sus motivos se remontan a la Revolución Rusa de 1917 y al período de inestabilidad europea que le siguió, el punto desde el que empieza el primer capítulo. Pero no se consideran a esa Revolución, ni a la Unión Soviética y al Stalin que le sucedieron como desafíos evidentes ni inmediatos a Occidente: el jurado permanece agnóstico al respecto. La serie presenta una rendición muy justa y objetiva del desproporcionado sacrificio de vidas humanas de la Unión Soviética de Stalin en la guerra aliada contra Hitler. Algunos de sus tramos permiten inferir que la Guerra Fría no era quizás inevitable, y que tal vez Stalin –que recibe un tratamiento remarcablemente equilibrado, y hasta respetuoso– no estaba lanzado a la conquista del mundo.
Justamente, algunos de los momentos analíticamente más ricos de la serie son las entrevistas con testigos privilegiados de la época –tanto estadounidenses como rusos y británicos–, que permiten entender el modo en que cada parte descifraba las movidas de las otras. Y si la serie hace honor a la dudosa superstición demócrata de un Roosevelt bueno cuya inoportuna y trágica muerte interrumpió la alianza con la ex Unión Soviética, los argumentos que presenta para sustentarla no dejan de tener su peso. Objetividad, ecuanimidad y distanciamiento parecen haber sido las consignas de producción, si bien la tendencia al psicologismo en las explicaciones de conductas nacionales deja un resabio de superficialidad analítica.
El veterano diplomático británico Sir Frank Roberts se ocupa de aclarar –entre otras muchas observaciones llenas de sagacidad y sentido común– que las fronteras de la Guerra Fría quedaron más o menos trazadas por las posiciones militares que los respectivos ejércitos habían alcanzado en su derrota del nazismo. Pero el documental establece también que el Plan Marshall, con su rechazo por la Unión Soviética, el virtual golpe de Estado comunista en Checoslovaquia, la estudiada ambigüedad de Yugoslavia y la desesperada y finalmente victoriosa campaña americano-vaticana por mantener a Italia dentro de Occidente, consolidó lo que podría llamarse sus líneas de cese del fuego. El Plan en sí recibe un tratamiento totalmente desprovisto de sentimentalismo o autoexaltación moral: el costo de dejar a Europa en ruinas, apunta uno de sus elaboradores, hubiera sido infinitamente mayor al del dinero que finalmente se invirtió. Al mismo tiempo, era lógico que sus condicionamientos en términos de política económica de los países receptores determinaran el rechazo del bloquecomunista, ya que implicaban un principio de disolución de sus proyectos autárquicos.
El efecto inmediato de recepción de estos documentales en el espectador es la sorpresa paradójica que emerge de las impresiones simultáneas de proximidad y lejanía: casi resulta increíble que tales cosas hayan pasado hace relativamente tan poco, en países hoy considerados prósperos, civilizados y estables. También es oportuno el insight que el documental arroja sobre la época y sus protagonistas: si bien confirma la descripción de H. G. Wells de que el Führer “chillaba como un conejo estrujado”, el famoso y cataclísmico discurso de Winston Churchill denunciando la caída de la Cortina de Hierro sobre Europa del Este resulta haber sido pronunciado en tonos muy mesurados. Mientras, la serenidad y compostura de la oratoria de Stalin no traicionan ni por un momento la enorme monstruosidad del experimento de ingeniería social que estaba llevando a cabo, y sí se pone en evidencia que el otro Gran Dictador era por sobre todo un político práctico, un hombre del Estado. Tal vez por eso le ganó y sobrevivió al conejo estrujado.
Estados Unidos no es una nación de historiadores sino de futuristas, de proyectistas, y a lo sumo de documentalistas. Juzgada por sus tres primeros capítulos, la serie de la CNN sobre la Guerra Fría es una minuta bastante precisa de aquello de lo que da testimonio, para empezar a entender una parte central de la historia de un siglo que aún es propio, pero está empezando a dejar de serlo.

 

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