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A la educación le pasó un camión por encima

La Cámara de Diputados fue escenario de una comedia de enredos. El producto fue una rendición ante la ilegal rebeldía fiscal. Nervios y desautorizaciones en el uhaldismo.

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Imágenes que se repitieron el miércoles en la Cámara de Diputados:
corrillos, idas y vueltas. Los dos bloques tuvieron fricciones internas
y continuos cambios de posición.

Por Mario Wainfeld

t.gif (862 bytes)  Una huelga de camiones fue el primer peldaño de la destitución de Salvador Allende y de la instauración de la dictadura de Augusto Pinochet. La motorizó la derecha chilena, con clara direccionalidad política. A fines del ‘96, en Francia, los trabajadores camioneros enfrentaron en una huelga a sus patrones. Los doblegaron y fue una señal fuerte de que el neoliberalismo feroz retrocedía dos casilleros en toda Europa.
La huelga de camiones en la Argentina de fin de siglo y de ciclo no estuvo, como sus precursoras, inscripta en la lógica del enfrentamiento entre derechas e izquierdas ni la de clases, pero posiblemente también introdujo un hito. Una mezcla rara de grandes propietarios y fleteros, un cambalache corporativo incurrió en rebeldía fiscal, chantajeó al resto de la población y recibió del sistema político un premio suntuoso: una prórroga con aroma a condonación, que vencerá entre las elecciones y la asunción del nuevo gobierno en un período que es tierra de nadie, una suerte de triángulo de las Bermudas temporal.
El miércoles fue un día de vértigo:
ron2.gif (93 bytes)  El gobierno nacional blandió la delirante espada de Damocles del estado de sitio, mientras ordenaba a sus diputados dar curso al pedido de los transportistas insurrectos. En paralelo, el ministro del Interior Carlos Corach pactaba con el radical porteño Arturo Mathov y el duhaldista bonaerense León Arslanian sacarle la naftalina a la Ley de Abastecimiento, una herramienta que bastaba y sobraba para poner fin a las presiones y a la que debió apelarse antes.
ron2.gif (93 bytes)  El candidato aliancista Fernando de la Rúa sugirió a sus diputados “destrabar el conflicto”, lo que fue interpretado por Rodolfo Terragno como un acicate para pactar en la Comisión de Presupuesto y Hacienda un despacho favorable a la reducción de la alícuota para los rebeldes. Eso motivó discusiones subidas de tono y volumen entre Terragno y varios de sus correligionarios diputados, entre ellos Cristina Guevara y Andrés Delich, quienes le endilgaron “incongruencia y ataque de protagonismo” y otros calificativos menos castizos.
ron2.gif (93 bytes)  El Frepaso se dividió de su socio. Se opuso a la reducción y se dispuso a votar en contra en el recinto con la solitaria excepción de la diputada Alicia Castro, que defendió la quita, motivando más de una discusión subida de tono y volumen. Algunos de sus compañeros acusaron a la dirigente sindical del personal aeronavegante –cuando optaron por ser castizos– de “privilegiar una postura corporativa a una política” y de ejercer “el vandorismo de izquierda”.
ron2.gif (93 bytes)  La Alianza bajó al recinto otorgando “libertad de conciencia” a sus legisladores, un mecanismo válido en cuestiones confesionales o de conciencia individual pero que es un dislate cuando de políticas impositivas se trata.
ron2.gif (93 bytes)  El duhaldismo, representado nada menos que por el diputado Jorge Remes Lenicov –hasta ahora, número puesto para ser ministro de Economía si el peronismo gana las elecciones–, fue corredactor del proyecto que reducía la alícuota del impuesto. Pero luego llegó una orden del gobernador de echarse atrás. Remes se sintió desautorizado aunque no tuvo discusiones públicas sobre el tema.
ron2.gif (93 bytes)  Esa orden obligó al jefe del bloque de diputados del PJ Humberto Roggero a dar una voltereta en el aire. Para acentuar su malestar, la directiva se la “bajó”, haciendo ostentación de tener más chapa con Duhalde que él, su par de Senadores Augusto Alasino. Roggero hasta amagó con renunciar a su puesto de conducción del bloque. Su discusión, subida de tono y de volumen, con el “Choclo” Alasino casi no tuvo tramos castizos. En eso, fue congruente con las que tenían duhaldistas y los pocos menemistas puros que van quedando.
ron2.gif (93 bytes)  En definitiva, oficialistas y opositores se unieron para consumar la prórroga hasta mediados de agosto... luego, en lo que ya es un clásico los peronistas depusieron enconos para, de consuno, timar a la oposición y dilatar la convocatoria hasta noviembre.
ron2.gif (93 bytes)  Con posterioridad, De la Rúa y Duhalde dijeron que no estaban de acuerdo con que no se pagara el impuesto, sin explicar cómo se compatibilizan sus dichos con lo que votaron los diputados que les responden.
Si al lector le parece que el relato precedente transmite confusión, idas y vueltas y contradicciones sepa advertir que no es el narrador el principal responsable.
Nadie quiere que pase nada
Los transportistas sacaron tajada de un momento político en el que, por diversos motivos, nadie quiere hacer olas.
ron2.gif (93 bytes)  El presidente Carlos Menem cada vez está más solo. En sus períodos de auge, supo contar a su lado con tres cuadros dirigenciales que no sólo lo seguían sino que tenían, por sí, capacidad para generar política: Domingo Cavallo, Eduardo Bauzá y Corach. A esta altura sólo le queda el hiperquinético ministro del Interior, que fue el actor más activo y presente en la crisis, el que amenazó con el estado de sitio, pactó la Ley de Abastecimiento y sin decirlo en voz alta puso coto a la propuesta de estado de sitio. Corach, a diferencia de otros miembros del gabinete, no sólo vive pidiendo al reloj que no le marque las horas: ya tiene un lugarcito para el próximo gobierno: su banca de senador lograda a espaldas del voto popular y en una interna salpicada de irregularidades, subproducto cabal del Pacto de Olivos.
Tal vez por eso es el único ministro que conserva reflejos políticos: en medio del baile se dio tiempo para llamar al presidente del Banco Central Pedro Pou y recriminarlo por sus declaraciones sobre posibles caídas de bancos, una provocación que pinta bien a Pou y al clima de pelea por los botes que caracteriza al Titanic menemista. El ministro Roque Fernández, por ejemplo, siempre fue un hombre signado por la doble lealtad, al Gobierno y a la comunidad de negocios pero a esta altura orienta todos sus gestos –incluida su amenaza de renuncia– mirando sólo a ésta.
El Presidente parece bascular entre disfrutar/sufrir sus discursos de despedida de cada semana, prestarle la oreja a segundones como el secretario Jorge Castro (que ahora le propuso pedir la incorporación a la OTAN) y su objetivo esencial: no entregar el poder exangüe como lo hizo Raúl Alfonsín.
Mientras, los comandos electorales de la Alianza y del PJ tienen la libido puesta en la carrera hacia la Rosada, de ahí que hayan minimizado la crisis de los camiones hasta que estalló y que lean su transitoria resolución desde el exclusivo prisma de su posicionamiento en las encuestas de opinión. Los aliancistas –que sin duda están al frente en los sondeos– no se hacen especial drama por haberse dividido por un rato entre Frepaso y UCR (con sus consiguientes cortes transversales), haber sido arrastrados de la nariz por el PJ hacia la prórroga y haber sido engañados en la fijación de su plazo. Tampoco por carácter casi oracular –esto es sujeto a doble interpretación– que tuvo De la Rúa durante el episodio: algunos como Terragno leyeron que le dio carta blanca para “apagar el incendio” cediendo. Otros, como el diputado Federico Storani, leen que aconsejó lo contrario. Pero las mieles de las encuestas hacen digerible cualquier cosa.
Especularmente, a los duhaldistas el clima de “la meseta” –vocablo urdido para explicar el parate en la intención de voto que padecen desde hace más de un mes mientras su adversario crece– les viene agriando el ánimo. Duhalde trata de salir del laberinto lanzando iniciativas no siempre meditadas. Algunas –la del miércoles en Diputados y su discurso sobre la deuda externa– lo ponen de punta con una de sus primeras espadas, Remes Lenicov. Otras, como la renuncia a su virtual reelección presidencial, dejan atónitos aún a sus allegados que, bajoneados, menean la cabeza y aprovechan la ocasión para pasarle algunas facturillas al jefe de campaña Julio César Aráoz. Duhalde trató de mostrar lo que cree es su mejor perfil: el más duro, el más “gobernante” enfrentando a los rebeldes pero naufragó en un voto conjunto con el menemismo que no le dejó diferenciarse mucho.
Final infeliz
La puesta entre paréntesis de una ley que sancionaron en acuerdo los dos bloques mayoritarios (que entonces se prodigaron aplausos y ovaciones) es un papelón que sienta un pésimo precedente y tendrá secuelas. Puede ser letal para el próximo gobierno, poniendo en crisis una de las pocas conquistas innegables de la presidencia Menem: la ciudadanía fiscal. Está claro que ésta hacía agua por todos lados, básicamente por su inequidad y por la evasión... pero al menos el delito de evasión no estaba agravado por el chantaje ni era avalado en el Parlamento. Discutir las razones del sector transportista mientras presionaba en una actitud ilegal carece de todo sentido. Acá privó la ley del más fuerte y los políticos, en su conjunto, se mostraron chambones y atendiendo a otros juegos. Una mezcla de incompetencia parlamentaria, falta de voluntad política y prepotencia de actores económicos, hizo trastabillar el Fondo hiriendo mucho más que el digno y enflaquecido bolsillo de los maestros. Porque ese Fondo no es un fin sino un medio tendiente a sacar de su crisis fenomenal a la educación pública, uno de los –pocos– recursos que le quedan a la sociedad argentina para empezar a combatir la fragmentación y la desigualdad de oportunidades. Una necesidad acuciante que parece una utopía inalcanzable a la que en estos últimos diez años –y en los últimos siete días– le viene pasando un camión por encima.

 

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