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La guerra y la paz después de la batalla de Bogotá

Esta semana, las guerrillas de las FARC redoblaron su apuesta con un espectacular ataque en los accesos a la capital colombiana. En estas páginas, un panorama de lo que queda después de la batalla, y el incierto proceso que se avecina.

Más de 100 muertos y 50 desaparecidos son el primer saldo de la batalla en Gutiérrez, a 25 kilómetros de la capital colombiana.

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Por Pablo Rodríguez

t.gif (862 bytes) En abril de 1996, el ejército colombiano se vanaglorió de haber desbaratado un inminente plan de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para sitiar Bogotá. Eran 1200 guerrilleros distribuidos en los cuatro frentes de la capital. Frente a este dato, tres columnas de 500 guerrilleros avanzando por el sector sur de la ciudad no parece un intento de tomarla, como ocurrió en la madrugada del jueves en la localidad de Gutiérrez. Sin embargo, los muertos entre ambos bandos ya suman 100 y los desaparecidos 50. El ejército está satisfecho porque los guerrilleros retrocedieron: pero hace dos semanas fueron los militares los que tuvieron que retirarse de parte de la región de Urabá (fronteriza con Panamá). Y en esta guerra civil, las FARC tienen algo más que la voz cantante. Fueron visitadas hace tres semanas por el presidente de Wall Street, postergaron esta semana, y por tercera vez, el inicio de la mesa de diálogo con el gobierno, y disponen de 42.000 km. cuadrados desmilitarizados para recibir a los negociadores oficiales.
En un comunicado de febrero de este año, poco después del sonado secuestro de un grupo de indigenistas norteamericanos, las FARC establecieron que para los ríos interiores de la región de Meta (zona fronteriza con Venezuela) se aplicarían las reglas de prohibición de pesca sancionadas por el Instituto Nacional de Pesca de Colombia. El “Estado dentro del Estado”, la figura preferida para describir a las FARC, es algo más que una figura. La principal guerrilla colombiana controla un 30 por ciento del territorio colombiano, tiene a tiro a otro 20 por ciento, y cada vez se muestra más capaz de llegar a las principales ciudades (Bogotá, Medellín y Cali) con ataques parciales. En este panorama, el hecho de que las FARC lancen sus propios reglamentos internos para un territorio parece lo más normal del mundo.
La noticia del combate en Gutiérrez impacta por la cercanía a Bogotá y por la cantidad de muertos. En el contexto de la semana, impacta que el ataque ocurriera dos días después de una nueva postergación de las conversaciones. En el contexto de los últimos dos meses, impacta porque la violencia guerrillera está acelerada en la opinión pública: los secuestros de la otra guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), fueron muy numerosos y hasta con muertos en cautiverio (la mayoría de los casi cien rehenes tomados en este período aún no fueron liberados). Y en el contexto de la presidencia de Pastrana, con todo el halo de su proceso de paz en marcha, impacta porque se hace cada vez más evidente que las fuerzas negociadoras son equivalentes y que el gobierno va a tener que ceder mucho más que lo que pretende tomar.
En esta cadena de cimbronazos, más allá incluso de la violencia (en un país que, después de todo, vive una guerra civil de más de 40 años), la cuestión central pasa por los objetivos de máxima de ambos “Estados”, algo que en realidad no se termina de conocer. El gobierno colombiano, se supone, tiene que superar la peor recesión económica en 70 años, el índice de desocupación que supera el 20 por ciento en las principales ciudades y la caída gradual pero continua de su moneda. Pero el Estado colombiano no está dominado sólo por el gobierno: allí hay un haz de poderes (narcotráfico, ejército, paramilitares, oligarquía terrateniente, etc.) cuyas fronteras son borrosas pero que siempre aparecen al lado, y no debajo, de los que ganan las elecciones.
En cuanto al “Estado” de las FARC, la guerrilla muestra la agenda de 12 puntos que concertó con el gobierno de Pastrana para las negociaciones que nunca terminaron de comenzar. En términos un tanto más lavados, esta agenda contiene sus exigencias: nacionalizar la explotación de los recursos nacionales, redistribuir la riqueza del país hasta ahora en manos de la oligarquía y reformar el ejército, cambiando su doctrina de la seguridad nacional. Pero en este “Estado” los objetivos no están tan claros. Varios analistas consideran que las FARC están cada vez más aliadas al narcotráfico, más poderoso en Colombia que la antiguaoligarquía, y las mismas organizaciones guerrilleras que abandonaron las armas en los ‘80, como el M-19, denuncian que estas exigencias son la fachada ideológica de una cuestión que no es ideológica.
Durante los últimos 30 años de esta guerra civil, Colombia estaba cruzada por cuatro grandes guerrillas (había otras menores): además de las FARC y el ELN, el Movimiento 19 de Abril (M-19) y el Ejército Popular de Liberación (EPL). Para inicios de la década del 90, el M-19 y el EPL se habían desmovilizado e incorporado a la vida política. “El sistema nos chupó y sin digerirnos nos cagó”, dijo hace tres años, muy gráficamente, el ex fundador del M-19 y ex diputado Arjaid Artunduaga. Según él, la caída del Muro de Berlín y con él la de la perspectiva del socialismo implicó necesariamente la caída de las guerrillas subversivas. En su lógica, si las FARC y el ELN siguen existiendo a pesar de los cambios es porque trabaron alianza con el nuevo poder del narcotráfico. “En la década del 60 ya había droga y ninguna guerrilla se dedicó a la droga. ¿Por qué se dedican en los 80 a ese tipo de vainas?”, se preguntaba Artunduaga.
Si se sigue esta línea, habría que concluir entonces que el fenómeno guerrillero es análogo al del narcotráfico y que entonces éste se opone a los gobiernos. Sin embargo, se ha comprobado que quien fue presidente colombiano hasta agosto pasado, el liberal Ernesto Samper, recibió dinero del Cartel de Cali para su campaña electoral. Las denuncias, y hasta algunas sentencias, sobre políticos financiados por los carteles del narcotráfico demuestran que es inexacto concluir que los barones de la droga están de un solo lado. Parecen, más bien, estar en todos lados (incluidos, sobre todo, los grupos paramilitares) y en ninguno en particular.
La otra línea de interpretación es que las FARC y el ELN son organizaciones cuyo objetivo es tomar el poder e implantar un gobierno socialista. Si fuera así, no se entienden los fluidos contactos que mantienen las FARC con diversas instituciones norteamericanas, hasta el mismo Departamento de Estado. “Si Estados Unidos colabora en la solución de los problemas económicos colombianos, aceptaremos su participación en el proceso”, declaró la semana pasada a Página/12 un vocero de la organización, Javier Calderón. Las mismas FARC reclamaron en los últimos tiempos que Estados Unidos y los países europeos se dispongan a financiar el cambio que ellos consideran esencial para combatir el narcotráfico: la sustitución de los cultivos de coca por otros que la demanda de estos países haría tan rentable como la droga.
Una tercera posibilidad, que suena como eco cada vez que llegan las fechas claves de las negociaciones de paz, es que las FARC y el ELN se conviertan en fuerzas políticas como el M-19 y el EPL. Pero la posición militar de las FARC, y en menor medida la del ELN, es demasiado buena como para trocarla en una política. Más aún si se tiene en cuenta cómo “el sistema digirió a la izquierda”, siguiendo a Artunduaga.
En 1985, el M-19 tomó el Palacio de Justicia en Bogotá y el ejército lo desalojó a sangre y fuego. Hubo 100 muertos, como en la reciente ofensiva de las FARC, pero ocurrió dentro mismo de la capital. El problema planteado al proceso de paz es que nadie puede garantizar que la historia no se va a repetir. Y no será como comedia, como decía Marx.

 


 

OTRA OFENSIVA, OTRA CONTRAOFENSIVA
Un toque de queda por 10

t.gif (862 bytes) No hay paz sin guerra. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se preparan para el diálogo atacando. El gobierno aseguró ayer que las conversaciones de paz siguen en pie, pero reaccionó ante los nuevos ataques de las FARC declarando el toque de queda en 10 departamentos del país. La demostración de fuerza a menos de 10 días de sentarse a la mesa de negociaciones sigue siendo la constante de la guerrilla, que ayer realizó otra ofensiva contra el ejército colombiano y dejó al menos seis civiles y cuatro policías muertos.
El comandante del ejército colombiano, el general Jorge Mora, adelantó que el gobierno del presidente Andrés Pastrana no descarta nuevos ataques de la guerrilla antes del reinicio de las negociaciones formales el próximo 20 de julio. Ese temor lo empujó a instalar la medida de excepción en departamentos del centro y este del país y a considerar la posibilidad de extenderlo a los municipios cercanos a Bogotá, ciudad sobre la que pesa la amenaza de un avance guerrillero. “La situación está controlada, pero queremos brindarle a la fuerza pública más instrumentos constitucionales para preservar la tranquilidad ciudadana”, justificó el ministro del Interior, Néstor Martínez.
Desde la noche del viernes las FARC lanzaron ataques simultáneos en 15 poblados del centro y noreste del país, informó ayer el director operativo de la Policía, el general Alfredo Salgado. El principal combate se registró ayer cuando un grupo de guerrilleros atacó la base militar de la población de San José del Gauviare sin producir bajas militares. Dos policías murieron en Doncello, cerca de San Vicente del Caguán, el más importante de los cinco municipios comprendidos en la zona desmilitarizada de 42.000 km2, donde se celebrarán las conversaciones de paz. Un efectivo murió en un asalto a un banco en Algeciras y el cuarto fue baleado en la localidad veraniega de Cundinamarca.
Según altos mandos militares, la intención de las FARC es llegar “fortalecidas” al diálogo con el gobierno. “Este grupo cree que la forma de llegar fuerte a una mesa de negociación es escalando la violencia, pero está absolutamente equivocado”, dijo anteayer el ministro de Defensa, Luis Ramírez, después de que 36 soldados y 38 guerrilleros murieran el jueves en un combate a escasos kilómetros de Bogotá. El general Jorge Mora comunicó el viernes que 17 de los 36 militares que murieron el jueves fueron rematados con tiros en la cabeza y denunció que las FARC aprovechan la zona desmilitarizada para “fortalecer su aparato militar y traficar con drogas”.
La Iglesia de Colombia dudó ayer del éxito de los esfuerzos de paz y advirtió que en el país “soplan vientos de guerra y muerte”. “Clamamos por un diálogo que sea la expresión de la claridad, la reconciliación y el perdón”, anunció un comunicado de los obispos desde Bogotá. Pastrana anunció que, a pesar de este nuevo golpe de la guerrilla, el gobierno no suspenderá el diálogo con las FARC. El presidente colombiano recibió ayer el apoyo de su par argentino Carlos Menem, que aseguró que “todo lo que Pastrana requiera del Mercosur lo va a tener a disposición en forma inmediata”.

 

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