Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona En un principio fue la
locomotora y el beso. En la oscuridad, claro: el tren llegando a esa estación y
amenazando saltar desde la pantalla sobre los espectadores aterrorizados por la novedad de
eso llamado cine; el beso bidimensional y ahí, en público y en blanco y negro y mudo, lo
que sólo se hace en privado. Así, desde el vamos, la esencia y la naturaleza del
celuloide pasa por la transgresión, por mostrarlo todo y a diferencia de lo que
ocurre con la literatura proponer un mismo rostro para todos.
Por eso, el cine transgresor (el cine más transgresor todavía) requiere de cierto coraje
y, por supuesto, inteligencia. En su libro de ensayos póstumos Sea Battles on Dry Land,
el escritor Harold Brodkey señala a Marlon Brando como el genio de la inmediatez. De ahí
su éxito: la inequívoca sensación de que eso está ocurriendo, de que le está
ocurriendo a él, ahora mismo, junto a nosotros y con nosotros. El mejor cine transgresor
es, entonces, el que mejor convierte a los espectadores en perfectos voyeurs. Para Brodkey
y para casi todos la película más transgresora en la historia del asunto por
inmediata, por Brando se llama Ultimo tango en París. Tiene razón, creo. Todas las
películas transgresoras se desprenden de su fantasma.
Miedo y asco en Las Vegas. El verdadero cine transgresor tiene que ser más cine de actor
que cine de autor. El actor, después de todo, pone el cuerpo. Terry Gilliam sabía a la
perfección lo que hacía cuando fichó a Johnny Depp para interpretar al hiperkinético y
químico Hunter S. Thompson en su adaptación cinematográfica de Miedo y asco en Las
Vegas. Dicen por algunos lados que Depp es el nuevo Brando. Puede ser. Una cosa es segura:
es el viejo Depp. Desmesurado, personal, pelado, fuera del sistema, perfecto transgresor
para echarse sobre el hombro con una apreciable ayuda de Benicio del Toro,
coprotagonista mayúsculo una película transgresora. Todo el film no es más que un
largo trip sobre el cuerpo todavía tibio del sueño hippie. 1972, un periodista camino a
cubrir una carrera de motos y una convención de narcopolicías y la valija desbordando
pastillas, polvos, hierbas. Miedo y asco en Las Vegas es una película transgresora
no por ocuparse del tema de las drogas sino porque sobre el final el fuera de
ley crece a moralista con el bajón poslisérgico y descubre que (todos lo sospechábamos)
la realidad es mucho más irreal que cualquier estado alterado. Y no hay sexo en el film
de Gilliam: la transgresión está en su ausencia, en haber quedado muy atrás. Tal vez
por eso y más allá del fracaso crítico, Miedo y asco en Las Vegas se
mantiene en Barcelona a sala llena desde hace varios meses. Agota verla pero, también
como pasa con el mejor cine transgresor tranquiliza saberse sobreviviente y
transgresor por no haber pisado el acelerador tan a fondo, ¿no?
Al final del Edén. Así se llama aquí Another Day in Paradise, segundo largometraje de
Larry Clark, director de una película transgresora llamada Kids. Aquella película
casi un documental sobre la wasteland adolescente tenía la rara virtud de ser
transgresora sin contar con un Brando o un Depp. Todos perfectos desconocidos pero
atención, era una película sobre el desconocido mundo privado de
los jóvenes. Verla era padecerla y, por un lado, pensar qué suerte que yo no era
así y, por otro, decirse pero yo era un rematado idiota que se sentía
transgresor por ir a concierto de Seru Giran. Al final del Edén es diferente. Por
un lado tiene argumento basado en un hecho real y se presenta como una
combinación de la Badlands de Terrence Malick con el Drugstore Cowboy de Gus Van Sant.
Road Movie. Otra. Y por otro lado tiene actor inmediato: James Woods. Woods como
Christopher Walken pertenece a esa raza de autores ideales para aparecer unos pocos
minutos en escena y robarse toda la película. Woods acaba de hacerlo en Crimen verdadero,
el thriller dirigido por Clint Eastwood. Woods en Al final del Edén es demasiado Woods.
No es queja y, ya que estamos: ¿para cuándo un Oscar para Woods? Y Melanie Griffith no
se queda atrás y, por una vez, deja de lado su voz de Melanie Griffith para brindar una
gran actuación como la definitiva chicade-forajido. Los que se quedan atrás son los dos
adolescentes de turno marca Clark. De acuerdo: se drogan, hacen el amor en cámara. Pero
imposible competir con James Woods vaciando su revólver a quemarropa o con Melanie
Griffith inyectándose heroína en la entrepierna y sin perder la elegancia en la
desmesura. Eso sí: las películas de Clark son decididamente inmediatas y como las
de Van Sant tienen muy buenas bandas de sonido. Bob Dylan y buen soul, en este caso.
Romance X. Con X de prohibido. De erótico. De porno. Romance X séptima película
de la francesa Catherine Breillat, es la que más ganas tiene de convertirse en un
Ultimo tango en París revisitado bailando con El imperio de los sentidos de Nagisa
Oshima. Así le va. Lo que no impide que se haya convertido por todas las razones
incorrectas en la película escándalo de este verano europeo y en un éxito de
taquilla polémico en su país con problemas de censura en Italia y Reino Unido. Veamos:
Marie es maestra de primario y su novio Paul que no hace otra cosa que ver tele,
comer sushi, bailar con desconocidas y leer a Charles Bukowski hace rato que no le
pone dedo encima por razones tan incomprensibles como, sí, francesas. Porque Romance X es
una película francesa como pocas: mucha voz en off de la protagonista diciendo/pensando
soberanas estupideces y esos diálogos a los que sólo genios como François Truffaut han
podido esquivar en el cine galo. Sí, había más transgresión y erotismo en un fotograma
de La mujer de la puerta de al lado que en las idas y vueltas de Marie en Romance X.
Porque Marie va y vuelve. Se acuesta con desconocidos, tiene un affaire con Paolo (primer
rol serio de la megastar de cine porno Rocco Siffredi, 26 centímetros de largo x 16 de
ancho ahí abajo, cinco mil encamadas en mil películas con títulos como Never Say Never
to Rocco) y acaba con el desopilante Robert, maestro sadomaso de las artes seductoras
todavía más tonto que ella y declamador de despropósitos del tipo el amor físico
es el estertor entre lo sublime y lo banal. Marie lo escucha con cara de estar
pensando en off en otra cosa y a veces se masturba pero con las piernas
cerradas para sentir que se está violando a sí misma. Chica complicada, como se
verá.
Al final, Paul consiente en dejarla embarazada pero vuelve a no tocarla por lo que Marie
se convierte en cobayo de estudiantes de ginecología y piensa mucho en off con las
piernas abiertas. Paul borracho a la hora del nacimiento no la acompaña al
hospital. Marie se venga: abre todas las hornallas de gas de la casa y se va a parir y a
que la filmen parir. De más está decir que Marie (la actriz Caroline Doucey) es
insufrible y que durante el rodaje consiguió lo imposible: que a Rocco no se
le parara y tuvo que ser masturbado por la directora. ¡Fue uno de los momentos más
excitantes de mi vida!, se entusiasmó Rocco ante la prensa. La pregunta y la
cantinela es la misma que se viene formulando desde Ultimo tango en París, pasando
por El amante; la misma pregunta que volverá a hacerse en días cuando se abra al
público la Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick: ¿son polvos en serio o son polvos de
estrellas? Respuesta: la verdad que da más o menos lo mismo por más que un especialista
como Rocco asegure que el sexo falso en las películas mainstream está muerto y más les
vale a los actores ponerse a hacerlo en serio. A coger que se acaba el tiempo y John
Williams tiene que componer la música. Que la fuerza sea contigo y el que te Jedi. Mucha
fuerza. En serio.
Para acabar. ¿Dará Kubrick quien ya había dado la versión definitiva de
juventudes desatadas en La naranja mecánica el tiro de gracia desde el otro lado?
Haber filmado su película hardcore con Tom Cruise y Nicole Kidman pareja un tanto
sospechosa en la vida real ha sido un golpe de genio que se suma al genio que
siempre tuvo. Otra vez: poner caras más que cuerpos y que la gente se escandalice más
por ver a la estrella de Top Gun y Cocktail haciendo eso ¿lo hacen en serio?
que por la historia de un matrimonio de psicoanalistas perversitos.
Por estos lados acaba de reestrenarse Ultimo tango en París y en perspectiva
muestra sus verdaderas cualidades: es una película pequeña protagonizada por un actor
inmenso cometiendo la transgresión definitiva a la hora del cine: improvisar. Lo de la
manteca es secundario. Brando penetra mucho más profundo que en el poco talentoso trasero
de María Schneider e inventa un género por el solo placer de destruirlo: el cine
anticine. Algo demasiado peligroso para durar demasiado y el resto es parodia voluntaria o
no.
En los diarios se cuenta que por aquí, cuando eran los años finales del franquismo,
Ultimo tango en París estaba prohibida y la gente cruzaba la frontera con Francia para ir
a verla sin doblaje espantoso, con la voz de Brando actuando de voz de Brando. A un par de
estos pornoturistas la ETA, por su actitud sospechosa y subrepticia, los
pensó policías y los ultimó in situ. El caso la muerte de dos incautos que
descubrieron de la peor manera posible lo que ocurre al romper ciertos tabúes
tardó casi tres décadas en esclarecerse. Así las cosas: del polvo venimos y al polvo
volvemos atropellados, siempre en la oscuridad, por un beso a toda velocidad sobre los
rieles o por los labios calientes de una locomotora que se nos viene encima desde el fondo
de los tiempos.
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