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SUBRAYADO

El futuro no vale nada

Por Julio Nudler


t.gif (862 bytes)  Con estas altas tasas de interés y este lento crecimiento promedio del Producto Bruto, ¿cómo vamos a creer en el futuro?, ¿por qué invertir en bienes que racionalmente carecen casi de valor? La pregunta puede sonar un tanto insensata, pero no lo es. En la Argentina, donde el riesgo-país suma una gruesa sobretasa al costo del dinero y la actividad económica está sometida a ciclos despiadados, el valor actual de cualquier bien situado en el porvenir es muy escaso.

Y esta cruel verdad rige también para el PBI por una razón matemática: la tasa de descuento (que equivale a la tasa de interés de algún activo financiero seguro) de largo plazo es más alta (¡mucho más alta!) que la tasa de crecimiento, también de largo plazo, de esta economía. Por tanto, el Producto de algún año futuro, traído a valor actual, se empequeñece rápidamente a medida que tomamos un momento más distante del porvenir.

En consecuencia, invertir en ese futuro difícilmente sea negocio, ya que debemos incurrir hoy en el costo de la inversión para obtener recién pasado mañana el beneficio esperado. Simplemente, la relación costo/beneficio no da. En conclusión, para que haya inversiones de largo aliento --como las ecológicas, por ejemplo, o en cultura y en educación--, que apunten al bienestar de nuestros hijos y nuestros nietos, es preciso reducir la tasa de interés (que es un arbitraje entre diferentes momentos) y acelerar el crecimiento. Es decir, crear las condiciones de que sólo gozan las economías desarrolladas.

La otra alternativa es que esas inversiones las realice un Estado que actúe con una racionalidad distinta de la económica de corto plazo, basándose en que la aplicación de esta lógica nos despoja de futuro. Esta difícil cuestión también está discutiéndose en los países más avanzados, pero en referencia a futuros muy lejanos, que caen más allá del horizonte de 30 años, que es todo lo lejos que alcanza la vista de los mercados (piénsese en los correspondientes títulos estadounidenses).

Pero el dilema se proyecta en la Argentina a instantes mucho más próximos porque la alta tasa de descuento acorta la visibilidad. No es un problema de incertidumbre, porque incertidumbre hay en todas partes. Ni siquiera de inestabilidad macroeconómica. Por tanto, alguien, con algún criterio que no sea aquel con que los economistas evalúan los proyectos de inversión, tiene que hacerse cargo del problema del futuro.

De otra manera, sólo el primer mundo lo tendrá, aunque ni siquiera eso es seguro. En cualquier caso, los graves problemas ambientales que hoy padecemos son resultado de que ayer el hoy que vivimos no tenía valor alguno.

 

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