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Por Horacio Bernades ![]() Fue Thomas Vinterberg, un veinteañero rubio y de aspecto angelical, el
encargado de subir la En cuanto a La celebración, ganó el Premio Especial del Jurado en Cannes '98, el de Mejor Película Europea el mismo año, y el de Mejor Película Extranjera para las sociedades de críticos de Nueva York y Los Angeles. Ahora se estrena en Buenos Aires: el jueves próximo, cuando la película de Thomas Vinterberg llegue finalmente a los cines, el Dogma 95 estará desembarcando oficialmente en Argentina. Es sólo el primer paso: el estreno del "Dogma 2" (Los idiotas, la película de Lars Von Trier) se anuncia para dentro de muy poco, y sólo faltaría Mifune (exhibida en el Festival de Berlín en febrero pasado) para completar la producción del grupo hasta la fecha. Segundo largometraje de Vinterberg (nacido en 1969), luego de su ópera prima The Greatest Heroes (1996), La celebración es una película altamente revulsiva. Con absoluta concentración temporal y espacial, la acción tiene lugar en un palacete campestre, en las pocas horas que van de una tarde a la mañana del día siguiente. Allí, una familia de la alta burguesía danesa se reúne para celebrar el cumpleaños número 60 del patriarca. Detrás del estricto protocolo y la felicidad aparente, esa fachada comenzará a descomponerse, entre antiguos odios, rivalidades y oscuras tragedias. La revelación de un viejo abuso infantil funcionará como la frutilla más amarga en la torta, amenazando con derrumbar el clan familiar desde los mismos cimientos. Más allá de la astuta maniobra propagandística que significa haber fundado una nueva nouvelle vague con manifiesto y todo (algo con lo que la nouvelle vague original jamás soñó), presentándola además en pleno Festival de Cannes (en cuya competencia oficial La celebración y Los idiotas aterrizaron juntas), el Dogma danés expresa en verdad una ideología cinematográfica alternativa al modelo hollywoodense y propone un nuevo sistema de producción cinematográfica. Los propios firmantes admiten que el "voto de castidad" (ver recuadro) debe tomarse en parte como una broma y que ese decálogo tiene más de guía para la acción que de credo bíblico. "Toda regla está para ser violada", confiesan entre sonrisas, y Vinterberg produjo, luego del rodaje de La celebración, una "confesión" en la que detalla los pecados cometidos y pide perdón a sus "hermanos". No hay más que ingresar al site del Dogma en Internet (http://www.dogme95.dk) para encontrarse con que ese perdón está "en estudio". Recogiendo a la distancia las enseñanzas de Godard, Truffaut y Cía., lo que buscan Von Trier y sus muchachos es recuperar para el cine la frescura y espontaneidad perdidas. Darle al film la sensación de que lo que ocurre, ocurre "en vivo". Para ello, el "voto de castidad" prescribe filmar en decorados reales, con luz natural, cámara en mano y música que no surja de una fuente externa, eliminando toda clase de "maquillaje" visual o sonoro e impidiendo que la historia narrada pueda adscribirse a un género determinado. En otras palabras, exactamente lo contrario del sistema hollywoodense, punto por punto. En busca de la máxima ligereza y economía, tanto Vinterberg en La celebración como Von Trier en Los idiotas optaron, además, por filmar en video digital, con camaritas mínimas y un equipo de apenas un puñado de técnicos. Evitaron así la pesadez de las cámaras de 35 mm y de los equipos multitudinarios, cuyo traslado de un decorado a otro termina pareciéndose a la movilización de un ejército de elefantes a través de un terreno montañoso. Sería un error suponer que las películas resultantes de este sistema de producción tienen un acabado "no profesional", con imágenes borrosas y mal iluminadas, montadas a hachazos y mal actuadas. A partir del jueves próximo, cuando La celebración esté en cartel, podrá verificarse que el Dogma danés no es una broma, y que puede contarse una historia densa con el nervio, la espontaneidad y la urgencia propias de una home movie. Al fin y al cabo, qué otra cosa es La celebración sino una película familiar.
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