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OBSTACULO


Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) Desde hace un tiempo observo desde mi ventana los movimientos de la dama que vive en el edificio de enfrente, en el piso diez. Debajo de ella, en el piso nueve, vive un caballero. El departamento del caballero tiene balcón. El de la dama, solamente ventanas. El piso de la dama es el último del edificio.
De tanto mirar llegué a un par de conclusiones: a la dama del décimo le interesa el caballero del noveno, al caballero del noveno le interesa la dama del décimo.
Lo deduzco porque he visto al caballero salir al balcón con inusitada frecuencia y, como quien no quiere la cosa, revolear los ojos hacia arriba y buscar las ventanas de la dama (el caballero anda demasiado elegante para alguien que está en casa, es evidente que se viste para ella).
La dama, por su parte, va y viene sin parar por el departamento, se asoma a cada rato y antes de hacerlo siempre se detiene frente a un espejo y se arregla el pelo.
Pese a la atracción evidente, hay algo de lo que estoy seguro: la dama y el caballero jamás se hablaron. Me refiero a hablar de verdad, presentarse, llamarse por sus nombres, mantener una conversación. Imagino encuentros fugaces en la vereda, en la panadería, en el mercadito. Imagino miradas, gentilezas, pestañeos, mínimos gestos de agradecimiento al cerrar o al abrir la puerta del edificio o del ascensor. Pero hablar, lo que se dice hablar, nada de nada.
Y pasan los días. Y yo sigo observando a la dama y al caballero espiar para abajo y para arriba, adivino suspiros, impaciencias, planes, frases largamente elaboradas en el desvelo nocturno, y todo hace suponer que la cosa no da para más, que en cualquier momento va a producirse la ruptura del hielo, el pretexto mínimo, luminoso, que permita el contacto.
Yo espero. Ya viene, me digo, ya está llegando.
Y ocurre que cierta tarde la dama coloca una prenda sobre el respaldo de una silla ubicada peligrosamente cerca de una de las ventanas. Y he aquí que una corriente de aire, un golpe de viento venido vaya a saber de dónde, arrebata la liviana prenda (se trata de una prenda íntima femenina) y la empuja, la arrastra hacia la abertura y la prenda cae y va a depositarse abierta como una pálida flor sobre las baldosas del balcón del caballero del noveno.
Veo esto y veo también la aparición de la dama que inmediatamente advierte la desaparición de la prenda íntima. Hay una afanosa búsqueda por el piso de la habitación y luego la dama se asoma, tímida, cuidadosa, temerosa. Comprueba que la prenda íntima reposa allá abajo y su mano derecha sube hasta cubrir los labios para contener un grito de horror. La dama se aparta de la ventana y permanece inmóvil en la penumbra de la habitación.
Minutos después aparece el caballero. Sorprendido, se acerca a la prenda íntima, se agacha, la levanta, la contempla durante unos minutos, la estruja entre los dedos y se retira.
La dama del décimo está espiando y acaba de ver todo.
A partir de esta tarde el caballero sale al balcón con más frecuencia que antes y siempre busca una excusa que le permita mirar para arriba: sigue largamente el vuelo de un pájaro, abre una mano para comprobar sillueve y estudia el cielo. Por su parte, la dama, apenas ve al caballero, se retira rápidamente.
Es obvio que el caballero jamás cometerá la torpeza, la grosería inmensa de presentarse en el piso diez e intentar devolver la prenda íntima. Es obvio que la dama jamás se atreverá a reclamársela.
La conclusión es una sola y es triste: el pequeño incidente de la prenda íntima, en lugar de acelerar un encuentro que sin duda ya estaba a punto de concretarse, sólo logró interponer una traba nueva entre el caballero del noveno y la dama del décimo.
A mí esto me preocupa. Me rompo la cabeza tratando de encontrarle una solución a esta historia. Pero por más vueltas que le dé al asunto no se me ocurre ninguna salida. ¿Qué se podría hacer?

REP

 

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