Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


“1900-2000: EL SIGLO NORTEAMERICANO XX”
Chauvinismo made in USA

Se inauguró una polémica muestra en Nueva York sobre el arte norteamericano,
que se destaca por su nacionalismo.

na29fo01.jpg (14487 bytes)

Foto de Margaret Bourke-White (1937) de intención social.

na29fo02.jpg (20479 bytes)

“Reloj” (1924), óleo de Gerald Murphy.


Por Valeria González *
Desde Nueva York

t.gif (862 bytes)  El advenimiento del 2000 produce juicios universales y grandes retrospectivas. El Whitney Museum de Nueva York presenta por estos días y hasta el 22 de agosto la primera mitad de una muestra que documenta en extenso la producción cultural norteamericana del siglo XX. El ámbito de selección incluye pinturas, esculturas, música, cine, teatro, literatura, danza, publicidad, diseño doméstico... Los curadores apelan a todo tipo de manifestación expresiva con el objetivo de ilustrar el “espíritu de época” de cada década. Lo más notorio de la exposición resulta su diseño espacial dinámico y la cantidad de soluciones escenográficas ingeniosas. En la compartimentación del espacio del museo abundan las curvas y las asimetrías. Se han aplicado generosamente las bondades de la tecnología electrónica interactiva para resolver detalles del montaje y para las políticas de difusión y educación. El efecto general es sorprendente y fundamenta la exitosa repercusión de la exhibición entre el público en general.
El armado de la sección correspondiente a la década del 20 sirve de ejemplo. Se sabe que en el período de entreguerras lo que para los pintores europeos fue el retorno al orden, para los norteamericanos significó más bien la continuidad de una cultura pictórica que desde el primer momento se había mostrado reticente al experimentalismo de la vanguardia. No obstante, los curadores han sorteado el efecto monótono que podría producir en el espectador cierto apego provinciano de la pintura de época por la figuración tradicional (Edward Hooper, Ralston Crawford, Charles Sheeler, Georgia O’Keeffe), desplazándola de los puntos jerárquicos del recorrido. El acento recae sobre los géneros que constituyeron un verdadero aporte nacional a la cultura occidental: el cine y la música popular. La década del 20 es, como anuncia el subtítulo, “La era del jazz”. Los cuadros se han dispuesto en segmentos radiales en torno de un núcleo circular donde se ofrece documentación fílmica cinematográfica y musical; piezas de jazz acompañan además la ambientación de varios sectores del piso. Como contrapunto del hieratismo pictórico, un set de pantallas digitales presenta en el diafragma de ingreso ilustraciones de tapa de las revistas del momento en continuo recambio, y una extensa selección de fotos, dibujos y objetos recrea la geometría del diseño déco que dejó su marca en la arquitectura urbana y en la decoración de los interiores aristocráticos. Las obras más destacadas son aquellas que logran adaptar el vocabulario del purismo poscubista a nuevos iconos propiamente norteamericanos: la máquina y los objetos de consumo (pinturas de Charles Demuth, Stuart Davis y Gerald Murphy y fotografías de Ralph Steiner y Paul Outerbridge).
La ecuación arte-cultura que promete el título general de la muestra ha sido resuelta satisfactoriamente. La propuesta logra cumplir su cometido de vivificar el desarrollo localista y voluntariamente retardatario de las llamadas “artes mayores”, merced a su asociación con un entorno de vida urbana que se desenvolvía según parámetros específicos, totalmente nuevos y originales.
Ninguna sala revela en su distribución espacial tan claramente la posición estructural de estos fenómenos como la primera (que abarca el período comprendido entre 1900 y 1919). En el área central predominan las imágenes pictóricas y fotográficas de escenas intimistas femeninas o paisajes de ensueño de acento simbolista, todos ellos bañados de una atmósfera evanescente que dota a la figuración de un acento trascendente (retratos sociales de John Singer Sargent, Cecilia Beaux, Thomas Anshutz, paisajes de Henry O. Tanner, Arthur B. Davies, fotografías de Gertrude Käsebier, Anne W. Brigman, junto a objetos diseñados por Tiffany). La reacción primera y mayoritaria del artista norteamericano frente a la modernización fue un escapismo retrospectivo de tintes espiritualistas. La sección que nuclea la relación entre la producción norteamericana y el arte de vanguardia europeo es sintomáticamente muy pequeña y está ubicada en el fondo de la sala (Man Ray, Mardsen Hartley, Joseph Stella, Morton Schamberg y otros). Muchas veces esta relación no pasó de ser superficial y ecléctica. La inclusión de los dos famosos ready-made neoyorquinos de Duchamp (el mingitorio y la pala) revelan los límites de la aplicación de criterios meramente cronológicos. El público que se acerca sin conocimiento previo no puede dejar de expresar estupefacción o sorna al ver el urinario ubicado sin más en medio de esa pintura correcta. Es sorprendente que no se contextualice estos objetos que son el producto de la encrucijada que marcaría el futuro del arte occidental: la confluencia entre la visión adelantada del arte europeo y el nuevo modo de vida que se estaba consolidando en las grandes urbes del norte. No es casual que hayan sido artistas emigrados de Europa quienes descubrieran en la realidad norteamericana un nuevo campo de inspiración. Se debe en parte al entusiasmo de personalidades como la de Marcel Duchamp que algunos artistas abandonaran los interiores burgueses y el paisaje nostálgico por una nueva visión directa de la ciudad. Antes de 1919 este corrimiento no es tan sustancial en la pintura urbana, aún demasiado atada a la herencia impresionista (en su típica versión local de pincelada larga y claves sombrías: George Bellows, John Sloan, William Glackens), sino en la fotografía de toma directa como la que practica Paul Strand, que se libera del imperativo del fuera de foco pictorialista que aún utilizaban artistas como Alfred Stieglitz y Edward Steichen. Esta situación se mantiene hasta la década del 30. Frente a las oposiciones irresolutas de la pintura entre la corriente figurativa mayoritaria del regionalismo campestre (Thomas Hart Benton, Grant Wood), y del realismo social por un lado y el arte abstracto de vanguardia, incomprendido y elitista por otro (Reinhardt, y las abstracciones biomorfas de Calder, De Kooning y Noguchi), el mejor aporte sigue proviniendo de la fotografía documental, la geometría urbana y el diseño industrial. El género fotográfico entra en su apogeo (Adams, Lange, Abbot y Siskind, entre otros) y provee los mejores testimonios de la época de la crisis norteamericana, como en la obra de Margaret BourkeWhite.
El título general dado a la exhibición (“1900-2000: El Siglo Norteamericano”) decreta la posición de relativa superioridad de la cultura norteamericana en el contexto mundial a través de un gesto performativo que los testimonios reunidos (por lo menos para esta primera parte) no evidencian por sí mismos. En tal sentido, la leyenda no funciona como una hipótesis de interpretación historiográfica que merezca ser probada sino, como afirma el propio director del museo en su discurso introductorio, como una cuestión de inquebrantable fe.

* Docente de la cátedra de Arte internacional contemporáneo en la carrera de Artes de la UBA.

 

Inauguran en la semana
ron2.gif (93 bytes) Miguel Angel Giovanetti, pinturas, desde ayer, en Atica, Libertad 1240.
ron2.gif (93 bytes) Mara Silvestri, pinturas, desde ayer, en Sala de SMATA, Avenida Belgrano 665.
ron2.gif (93 bytes) Luz O’Farrell, pintura, hoy, en Van Riel, Talcahuano 1257.
ron2.gif (93 bytes) Ana Fuchs, pinturas, hoy, en Fondo de las Artes, Alsina 671.
ron2.gif (93 bytes) Viviana Zargón, pinturas, mañana, en Tobago, Alvarez Thomas 1368.
ron2.gif (93 bytes) Beatriz Sansuste, pinturas, el 15, en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.
ron2.gif (93 bytes) Cecilia Luque, grabados y objetos, el 15, en Galería Forma, Aráoz 2540.
ron2.gif (93 bytes) Hugo Laurencena, pinturas, el 16, en Galería Principium, Esmeralda 1357.

Parque de la Memoria
El jurado del Parque de la Memoria seleccionó los 24 finalistas (entre 663 participantes) para el concurso del Parque de la Memoria: los argentinos son Fabián Marcaccio, Nicolás Guagnini (residentes en EE.UU.), Marie Orensanz, Julio Le Parc y Pablo Reinoso (viven en Francia), Claudia Fontes, Grupo de Arte Callejero, Clorindo Testa, Marina Papadopoulos, el grupo integrado por Cristina Piffer, Claudia Contreras y Hugo Vidal, Julio Pérez Sanz, el grupo de Roberto Bogani, Santiago Botzzola, Ramiro Gallardo y Andrés Gorini; los brasileños Nuno Ramos, Martha Niklaus, Pedro Pablo Domingues y Luiz Antonio Vallandro Keating; la australiana Jenny Watson; los norteamericanos Dennis Oppenheim y William Tucker; el belga Jan Fabre; la holandesa Rini Hurksmans; el danés Per Kirkeby; el colombiano Germán Botero y la eslovena Marjetica Potrç. Los finalistas deberán presentar su proyecto en maqueta, CD Rom o Video para noviembre. El jurado, integrado por Carlos Alonso, Estela Carlotto, David Elliot (británico, director del Museo de Arte Moderno de Estocolmo), Paulo Hekenhoff (brasileño, director de la última Bienal de San Pablo y curador del MoMA de Nueva York), Enio Iommi, Fabián Lebenglik, Llilian Llanes (cubana, ex directora de la Bienal de La Habana), Marcelo Pacheco, Adolfo Pérez Esquivel y Francoise Yohalem (EE.UU., especialista en arte público) se volverá para elegir ocho proyectos. Los impulsores del Parque de la Memoria y el concurso son la Comisión Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la Legislatura porteña y la Universidad de Buenos Aires.

 

PRINCIPAL