La recesión le está
sorbiendo la médula al modelo económico oficial. No hay nadie en el país que no tenga
motivos para quejarse. Los pobres porque el horizonte no despeja, los ricos por avaricia
nunca satisfecha y los del medio porque se deslizan hacia abajo en un tobogán untado con
vaselina. El gobierno sólo puede rogar que la caldera aguante hasta el día del relevo,
mientras pasa de anunciar la hecatombe a promocionar bálsamos que curan todo. Es tiempo
de agoreros, pronosticadores supersticiosos y predicciones terminales.
Los camioneros estacionaron en la banquina y produjeron más efecto que los bombardeos de
la NATO. ¡Desabastecimiento!, clamaron los coros plañideros, cuando tres de
cada diez argentinos pasan hambre todos los días, son desabastecidos crónicos, y la
mitad de la población vive en la pobreza, abastecida con lo mínimo. Si alguien grita
¡miseria!, los privilegiados no ceden ni reculan.
Cayó la Bolsa anteayer y, de inmediato, volaron las acusaciones cruzadas. La culpa
es del boca floja, no, es de los que callan, ¿yo, señor?, no,
señor. El presidente Carlos Menem, desde Córdoba, completó el grotesco:
Aquí está todo bien, lo que anda mal es el resto del mundo. Sin tantas
vueltas: con una economía en caída libre, gobierno débil, electorado volátil y
sociedad hastiada, los capitales que buscan ganancia fácil, rápida y sin riesgos, van y
vienen sacando provecho del susto ajeno. Antes de que los políticos dilucidaran de quién
era la culpa, ayer los valores subieron; mañana quién sabe. Terrorismo en cuotas.
¡Herejía, herejía!, acusaron los banqueros, secundados por los
pusilánimes, todos con los dedos en cruz para espantar la tentación satánica de
suspender el pago de los intereses de la deuda, que demandan más del 40 por ciento del
presupuesto nacional, aunque sea por un período de gracia mientras dure la ola recesiva.
Ni un día de atraso o el país sucumbirá bajo las diez plagas de Egipto, auguran los
acreedores. ¿Y qué pasará si se paga a cualquier costo?
Para no cargar con esas maldiciones, Eduardo Duhalde quiere que el Vaticano lo bañe en
agua bendita. A Fernando de la Rúa, al decir de dos curas simplones, no le queda ese
recurso porque su partido está infectado por satánicas ideas gramscianas.
Eso es, ahora todo se explica. La magia negra, y no la ambigüedad, pudo hacer que al
candidato de la Alianza lo aplaudieran lo mismo en la Internacional Socialista que en la
Asociación de Bancos. No hay caso, cuando los adoradores del becerro de oro combinan con
los viejos macartistas de la Guerra Fría, la razón está perdida.
En ese páramo, hasta el Gallego De la Sota, recién asumido en la
gobernación de Córdoba, despierta expectativas porque bajó el treinta por ciento de los
impuestos y en la misma proporción los salarios del ejecutivo provincial. No enumeró la
nómina del patrimonio público que venderá para acomodar la caja, ya que por ahora
quiere ganar las próximas parlamentarias para tener mayoría propia en el Congreso
cordobés. Ya habrá tiempo para los arrepentimientos. Por el momento, las voces de
algarabía suenan más alto que otras voces, por ejemplo las de todos los trabajadores que
están sufriendo recortes salariales a cambio de conservar el empleo propio o el de sus
compañeros.
Con este grado de humedad en el pensamiento es difícil vivir, pero es imposible
reflexionar. Si cada día hay anuncios de fin del mundo, de nada sirve el esfuerzo de
imaginarse el mañana. Si en lugar de políticas novedosas hay fuegos artificiales, todo
se vuelve ficción, puro entretenimiento. Hay suficientes tragedias reales como para
perder el tiempo en dramas virtuales y en eternas resignaciones. Un poco de ilusión, por
favor.
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