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OPINION
Le rompió el código
Por Pablo Vignone

La patria futbolera le va a caer encima como un rayo –de hecho, algunos de sus ¿ex? compañeros de la Selección ya se hicieron un festín–, acusándolo de haber roto los códigos, esos prejuicios propios de la omertá mafiosa que impiden la contratación de lavandería externa. José Luis Calderón no se la bancó, ventiló su indignación públicamente, de la misma manera se aguantó la respuesta del técnico, y ya está. Seguirá jugando en la Selección o no jugará nunca más, pero dijo lo que pensaba. No es lo que los futbolistas habitualmente hacen.
Más allá de que el delantero supiera o no de antemano que su convocatoria era sólo para el registro estadístico (y parece que lo sabía), desde el banco advirtió lo que cualquier entendido de fútbol desde la tribuna o el televisor, y que pasó ignorado, genuinamente o no, por el entrenador: que la estrella no funcionaba (tres penales errados, incapacidad para asociarse al juego cuando se plantea con la pelota contra el piso, ni oportunismo ni picardía) y que su reemplazante natural, en ese momento clave –tres minutos del segundo tiempo contra Brasil, 1-2 abajo– no era otro que él. Que venía de ser goleador del Clausura, que la había roto en los entrenamientos , que por sus características, más asociadas con las de Ortega, Riquelme y Cía., podía ofrecer más que Palermo. Pero no tuvo la oportunidad, y lo dijo. No es lo que los futbolistas hacen.
En esta monstruosa ficción unidimensional que es el fútbol de fin de siglo –y más en el esquema rígido que propone el entrenador, que de la cancha se traslada al ámbito íntimo–, la crítica pública, la desviación, el disenso son equivalentes al pecado, y deben ser punidos. ¿Deben?
Calderón había acumulado méritos suficientes para jugar, acaso contra Uruguay, seguro contra Brasil. Quizá también pensó, honestamente, que su ingreso habría beneficiado al equipo argentino. Mucho más beneficio que el perjuicio que sus declaraciones podrían haber causado al prestigio de ese fútbol, que se empeña en tapar y encubrir, en esconder, en cubrirlo todo impunemente con el reprochable manto de los códigos.

 

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