OPINION
El show de la charla
Por Mirta Varela * |
La
relación entre conversación y televisión es tan manifiesta como paradójica: en lugar
de explotar las posibilidades visuales del medio, retoma una de las funciones más
estrictamente radiales. Los talk show se convirtieron así en un género, haciendo de
defecto, virtud. Los talk show unieron conversación, verdad y gente común. La
presentación de opiniones de la calle, aunque generalmente enmarcadas por los
testimonios legitimadores de los expertos o la contención interpretativa de los
generalmente las conductores/as, significó una presencia creciente de la
gente común en un ámbito público. Esto se produjo a costa de la exposición
de su condición de víctimas o de la confesión pública de biografías terribles, en
contextos de alto dramatismo.
La presentación de estos retazos interesados de historias de vida supuso el atractivo de
la no ficción. La televerdad se impuso en los horarios tradicionalmente
ocupados por las telenovelas presentando tópicos que habían sido recurrentes en el
melodrama: el desconocimiento de la propia identidad, las separaciones de décadas de
duración entre familiares o parejas o los conflictos sociales que interfieren pasiones
desenfrenadas. El efecto de consolación producido por estas confesiones públicas
parecía irreemplazable. Sin embargo, la ficción ha vuelto a ocupar un lugar
destacadísimo en la pantalla. Ficciones con la pretensión de presentar a la más común
de la gente común y también ficciones fantásticas. Por otro lado, los programas de
conversación han sido invadidos por celebridades invirtiendo la fórmula
anterior: si era la exposición pública de la vida privada lo que aseguraba la presencia
mediática, se ha vuelto una vez más al interés de la vida privada de los personajes
públicos, retomando las fórmulas más tradicionales del periodismo de espectáculos.
Quizá cabría preguntarse por la velocidad del agotamiento de las fórmulas explotadas
hasta el hartazgo (lo que lleva a reciclar formatos reiteradamente). Pero también cabe
esperar que si se produce el retorno de la gente común, esto no signifique
necesariamente su condena a la condición de víctimas, protagonistas de dramas
irresolubles o carne televisiva para consumo rápido. La conversación de celebridades o
seres anónimos con vocación pública no pasa el umbral autobiográfico. Los debates
públicos, mientras tanto, circulan por otros estudios. Si es que aún no se han
convertido también en ficción.
* Investigadora de la UBA, autora junto a Alejandro Grimson de Audiencias, cultura y
poder. Estudios sobre televisión. |
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