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OPINION
La guerra de los 100 años

Por Carlos Polimeni

El conductor Chiche Gelblung, con la pícara maldad como al descuido que lo caracteriza, la bautizó “La guerra de los 100 años”. Denunció, empero, que su mecanismo es similar a una disputa, de los años 70, entre un grupo de vedettes de plumas portar, celosas de la fama ajena. Moria Casán y Graciela Alfano suman más de cien años, en verdad, pero están comportándose como chicas de 15, en una discusión interesada que se le impone al público con la lógica de lo inevitable. Es un viejo truco que las divas manejan como parte de su oficio: que parezca que a todo el mundo deban interesarle cuestiones que, por buen gusto, no deberían ser hechas públicas. Las divas, se sabe, suelen no tener vida privada, y estar contentas de eso. Han vendido su alma al diablo, por una fama modesta y argentina, y aman un destino pocas veces feliz. Lo que a algunos les causa admiración –“el coraje de Mirtha”, “la fortaleza de Moria”, “la personalidad de Susana”–, a muchos otros les ocasiona pena. Es triste el papel de los que no son nada sin su nombre en las marquesinas, sin el cariño del público, sin todo aquello que un día pasa, dejando un tendal de víctimas cercanas.
El choque entre Casán y Alfano comenzó, sin paradojas, por dinero, cuando el empresario cómico Nito Artaza le propuso a la más joven integrarse al elenco de un espectáculo de revista cuyo fuerte es la temporada marplatense, cuando miles de provincianos pagan entradas carísimas por ver de cerca a las figuras con que todo el año machaca la televisión. Casán se negó a compartir cartel con su rival, más joven, argumentando que tiene un historial en la revista, y un nombre, que defender. Tanto se negó que se quedó afuera de Tetanic, vaya nombre poético. Alfano, que había soportado que Casán le espetase en la cara que jamás tuvo un éxito personal artístico, aprovechó para atacar. Entre otras cosas lindas, le recomendó que comiese más, que los sacrificios para estar flaca y deseable le habían estropeado el carácter, que está muy agresiva. Ganadora, Alfano se pasea por cuanto programa haya de cuanto canal exista, mostrando todo lo que le dejen, salvo un novio antes camarógrafo. Ese es su negocio. Por un lustro más, tal vez, seguirá haciendo de calientapollas, como aceptó que Joaquín Sabina la definiera en “La Biblia y el calefón”, la semana pasada.
Susana Giménez televisó su casamiento con Huberto Roviralta y casi transmitió en directo el cenicerazo del divorcio. Mirtha Legrand lloró las muertes de sus marido e hijo. Moria Casán llevó a sus dos maridos primero y a los hijos de todos después. ¿Qué hará Alfano para no quedarse atrás? ¿Televisará una noche de bodas, aunque más no sea trucha, de cabotaje, como los jugadores de Bielsa?

 

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