Por Cristian Alarcón Cuando volvió del
kiosco con sus cigarrillos y dos bombones en la mano pensé: qué caballero, se acordó de
esta dama. Es de los hombres de antes. S. B., la séptima mujer que declaraba ayer
en el juicio oral a Norman Pérez, acusado de seducir, abusar y robar a más de 14
mujeres, pasó muy poco tiempo ilusionada en la cortesía del amor. El sabor del chocolate
es casi lo último que recuerda del galán. Despertó tres días después del encuentro
internada en un hospital porteño, después de que de su casa habían desaparecido más de
mil dólares en joyas de oro. Más tarde descubriría cuatro mil de gastos en su tarjeta
de crédito. Su historia fue una más entre las que ayer describieron un aceitado modus
operandi para lograr que las mujeres engullan la golosina embebida en una droga capaz de
hacerlas caminar, hablar, obedecer, firmar cupones de tarjetas, contar los lugares
secretos donde guardaban sus ahorros, y luego salir de un profundo sueño habiéndolo
olvidado todo. La sucesión de robos y abusos puede costarle al viudo negro,
después de los alegatos de hoy, hasta 25 años de cárcel.
M. C. M., una rubia de rasgos duros y respuestas tajantes, miraba zapatos frente a la casa
Liotti, en la calle Florida, en agosto de 1996. Tema ideal de la fase A del plan.
Son muy duros, no se los recomiendo, le dijo el hombre de traje beige, camisa
celeste, corbata, saco ajustado. Y enseguida, el tema ideal, de la fase B.
Nos pusimos a hablar de nuestra viudez, contó ella ayer frente al Tribunal
Oral 25. El le dio pena por lo suyo. Ella estaba triste y necesitaba que la escucharan.
Así le contó sobre la vida de su marido muerto, sobre la soledad. Ya embarcados en la
charla, él hizo lo de siempre, fue por cigarrillos. Y volvió con los famosos bombones,
que ella degustó. Ayer se lamentaba: Soy de leer mucha novela policial y sabía que
no lo tenía que hacer. Pero comí ese bombón, y no uno. Comí dos. Es el minuto
fatal. Luego, en una esquina del bajo, ella sintió que las luces de una casa de
iluminación se le venían encima.
No supo como llegó a su cama, y despertó desnuda, entre sábanas revueltas. Al fin
descubrió que faltaban sus ahorros: 800 pesos.
E. H., tal sus iniciales, pequeña, con cierto aire a Catita, y un paraguas de mango
tallado en madera con forma de pato, ayer logró momentos hilarantes, censurados por el
presidente del tribunal, Alfredo Imbrogno. Venía E. contando que a Norman Pérez lo
tenía visto de cuando ella admiraba un modelo en Cacharel de Santa Fe y él le apoyó la
cabeza en el hombro y le susurró te quedaría hermoso. Pero desconfiada
huyó. Un mes después la encontró con la presión baja, mientras buscaba un
café donde reponerse por la calle Florida. Allí el cortejante retomó lo suyo, esta vez
con una caja de bombones bajo el brazo. Señora, no sabe dónde hay una confitería.
No soy de acá, la encaró. E. dice que lo esquivó pero a la cuadra él volvió a
aparecer. Acá hay una confitería señora, le indicó.
Ella zafó con un gracias. Pérez insistió. Después de algún devaneo, ella se dijo
agobiada: ¡Ma sí! Me tomo una Seven up y sigo. El se sentó a la mesa
contigua. Cargante con darle charla. Usted no se siente bien, le dijo.
Algo dulce la va a recuperar. ¿No quiere comer un bombón? E., por supuesto,
se negó. Hasta que no. Y al ratito, otra vez. En el segundo hasta buena voluntad le
vi, contó. Pero el seductor no paraba. Señora, ¿no se anima a un tía
María?, lanzó Pérez.Yo no bebo alcohol, cortó ella. Ya nos
miraba todo el bar y un mozo dijo que por qué no aceptaba un Strega. Yo ya tenía la
droga adentro. Medio que me había recuperado. ¡Así que yo me tomé todo, señor juez!
¡El Strega, los bombones, la 7up, y terminé redrograda!, dijo, e hizo estallar las
reprimidas carcajadas de la sala. La encontró su hijo tirada en la cama de su casa de
Vicente López. Creyó que estaba infartada. Le faltaban 3200 pesos que ella cree que
entregó obediente bajo el efecto del cóctel hipnótico.
A E. H. le siguió LF, una pintora de Recoleta, quien después de un encuentro en un bar,
diálogo sobre la viudez de Pérez de por medio,apareció en su casa con varios golpes en
el cuerpo y un tajo en la cadera. Le robaron mil pesos. A S. C., una empleada que salía
de su trabajo el 1º de julio de 1997, la estafa la afectó en su tarjeta Visa Gold, con
la que compró joyas por más de cuatro mil pesos. El la convenció de sus buenas
intenciones y su alma viuda en pena con la frase no todo es sexo, sino seso.
Tomaron algo en un bar de la galería Larreta, donde comió el bombón clásico. Y juntos
pasaron por dos joyerías. Recuerdo flashes. En uno él me hace probar una especie
de zafiro azul y me dice que es para mi marido. En otro estamos en una plaza, bajo una
sombra, él me besa y yo me siento manoseada. Las víctimas continuaron desfilando
ante el tribunal. Y a medida que declaraban anoche se iban sumando al público. Todas
coincidían en que Pérez está muy deteriorado, pero además se hace el
enfermo. Una de ellas, B. S., dijo: Con traje, el pelo teñido y la espalda
derecha, le juro que parecía el rey de España.
Sin saber si hubo sexo
La mujer había quedado viuda hacía un año y desde entonces nunca había vuelto a ocupar
el lado vacío de la cama. Cuando al despertar después de un sueño de 18 horas la
encontró toda revuelta y se vio desnuda, entró en pánico. Corrió al baño. Intentó
revisarse. Nunca pudo saber si había sido abusada mientras estuvo bajo el efecto de la
benzodiasepina mezclada con escapolamina, un cóctel que produce hipnosis química. Esa es
una de las angustias de la mayoría de las mujeres que fueron atraídas por Norman Pérez
hasta un bar donde comieron bombones que las hicieron perder la conciencia, y los ahorros.
Casi todas ellas aparecieron sin ropa, tiradas en sus camas, y en medio de un delirio que
las hacía parecer borrachas.
Es muy terrible no saber qué pasó con el propio cuerpo, no tener registro de nada,
haber estado como muerta tres días y despertar sin ropa, en la cama, dijo una de
las mujeres víctimas de Norman Pérez, al que todas reconocieron por su inconfundible y
protuberante nariz al estilo de Gérard Depardieu. Después de un año
me hice un análisis de HIV, contó M.C.M. Y B.S., la empleada de una inmobiliaria
que conoció a Pérez frente a la iglesia de Flores, describió su actual estado de
ánimo: Uno se despierta llorando, se pone temerosa, retraída, encerrada, y tiene
mucha vergüenza, hasta de los hijos.
¿Un posible cómplice?
Tal como marchan los testimonios ante el Tribunal Oral que
juzga a Norman Pérez, el galán traicionero, acusado de 14 robos, un intento de robo y
cinco abusos deshonestos, podría sumar más de cien años de cárcel. Pero en el sistema
penal argentino, cuando se trata de una acumulación de delitos cuyas penalidades no
llegan a la reclusión perpetua, las condenas no pueden superar los 25 años.
En medio del juicio oral quedan, al margen del protagónico absoluto de Pérez como viudo
negro, las dudas respecto de si tuvo o no socios en su tarea como engañador profesional
de señoras. Ellas lo han hecho notar. M.C.M., por ejemplo, contó que al despertar en su
casa, a la que nunca supo cómo llegó, encontró cuatro vasos sucios con café en
la cocina, donde no había nada, y por eso creo que no éramos sólo él y yo. Y
E.H. sostuvo que cuando no quiso caminar más con Pérez por Retiro, y sintió que se
desvanecía, vio cómo él buscaba ayuda con la mirada, porque si no no me imagino
cómo me trasladó hasta mi casa. |
Las antecesoras, todas mujeres
Pionero entre las viudas
Además
de ser un viejito seductor, Norman Jorge Pérez es uno de los pocos viudos
negros de la historia argentina. Como antecedente en versión masculina figura el
que seducía a promotoras, las dormía y luego las violaba y las robaba. Pero nada tienen
que hacer frente al gigantesco listado de mujeres que pasaron a la historia bajo el
rótulo de viuda negra. Estas son las últimas:
El 18 de mayo
de 1995 se dio punto final a las andanzas de Gladys del Valle Montenegro, la tucumana de
37 años que adormecía a señores de más de 50, que salían del banco con una suma de
dinero importante, y luego los desvalijaba. La mujer, que usaba fenciclidina o polvo
de ángel, una droga que induce abruptamente al desvanecimiento, fue descubierta por
un toxicólogo del Hospital Ramos Mejía, y fue condenada a ocho años de prisión. Gladys
había robado a nueve hombres, de los cuales seis habían corrido peligro de muerte por la
droga ingerida.
En septiembre
de 1996, fueron detenidas Ruth y Patricia, dos prostitutas que trabajaban en Córdoba y
dormían con sedantes a sus clientes para después abandonarlos desnudos y sin un peso.
En julio del
97, le tocó el turno a Gina. La mujer, de 45 años, también buscaba a hombres de
alto poder adquisitivo. El paso siguiente era llevarlos a albergues transitorios o
departamentos privados. Después los adormecía y les sacaba las tarjetas de crédito. La
innovadora Gina compartía el negocio con cuatro discípulas peruanas, su marido y otros
cómplices.
El 11 de mayo,
cayó la rosarina Iris Rosa Lezcano, de 29 años. Su estrategia era presentarse ante los
hombres como promotora de perfumes y ofrecerles licor de chocolate en donde
previamente había diluido Trapax y Hygrotón, fármacos de acción sedante. Una vez
dormidos, les robaba plata, ropa y cualquier objeto de valor. Esta viuda negra fue
condenada a cuatro años de prisión por haber enredado a tres hombres en abril del
98.
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