En las revistas de actualidad, los ricos se recostaban en sus
sofás de terciopelo y se cambiaban de ropa para cada foto. Los pobres, entre tanto y para
la misma época, empezaban a encontrar una manera eficaz para llegar a los medios: a falta
de casas, autos, hijas con vestiditos de puntillas o hijos con uniformes de colegios
privados, exhibían sus miserias por tevé. Los talk shows pronto se convirtieron en una
ventana indiscreta por la que se podía acceder a un universo prefreudiano en el que
acaparaba más cámara aquel en general, aquella que contara la historia más
cruel, más sórdida o más loca.
Madres que les roban el novio a las hijas, hijas que les roban el novio a las madres,
suegras que separan a sus hijas de sus yernos, maridos que mantienen tres casas con
respectivas esposas e hijos, y así sigue hasta hoy la retahíla de escenas casi siempre
familiares y disparatadas que, cuanto más disparatadas, más puntos de rating consiguen.
Lo que caracteriza a ese universo no-psi en el que nadie se abstiene no sólo de sentir
sino de actuar la ira, el enojo, la envidia, la pena o la infelicidad, no son esas
historias desvariantes, que en otro idioma y situadas en otro sector social son
perfectamente ubicables en cualquier película de Woody Allen, sino un rasgo particular y
nítido: lo distintivo es el pasaje al acto, y el acto supremo es ir a contarlo a la
televisión.
Quienes allí van a desgranar sus desventuras e incluso hasta a aumentarlas para hacerlas
más atractivas, son observados del otro lado de la pantalla por espectadores que a lo
mejor no están menos alterados, pero son más discretos. Las talk shows, en ese sentido,
funcionan como un tranquilizante colectivo que le demuestra a la gente que sus cosas,
después de todo, tan mal no están.
Moria Casán, un fenómeno mediático que no reniega de su naturaleza sino que la subraya
hasta el hartazgo, una mujer que salió de los teatros de revistas, sobrevivió a la
muerte de la revista y asiste ahora a su módica reencarnación, ensayó en su propio talk
show primero la ductilidad para escuchar debilidades humanas y conmoverse con ellas, y
ahora acaba de dar su triunfal golpe de timón. Dos programas en los que ella, su ex
marido, su actual marido, la hija que tuvo con su ex marido y que le dice papá
también a su actual marido, la hija de su actual marido y los hijos de su ex marido
pusieron en pantalla algo así como vida privada. Solamente algo así.
Si de algo sabe Moria es de moverse en el estricto borde de todo. Quién sabe si en la
intimidad Moria podrá sacarse la ropa de su personaje y volverse una persona. Da la
impresión, por estos dos programas, de que Moria es su propio personaje aun con su marido
o su ex marido o con su hija, aun cuando las cámaras se apagan, y que la que ofreció en
esos envíos es toda la desnudez de la que es capaz: una desnudez postfreudiana, en la que
caben su ex y su actual dándose un abrazo, ella llorando con los dos, los hijos de todos
aceptándose mansamente, cada uno repitiendo, ante el recuerdo de una frustración o un
dolor, y bueno, ya fue. En esos bordes en los que Moria construyó su
personaje, es posible que ella reproche a su ex marido un bajo rendimiento sexual o que
corte una palabra por la mitad ante una seca mirada de su hija, Sofía Gala que
prefería, vaya sentido común para la hija de tal madre, no contar por tevé que a
loscuatro años rompió una foto de su padre y la tiró al inodoro porque él no la
llamaba por teléfono. Es posible no creerle a la hija adolescente de Vadalá cuando
dice que se alegra de que Sofía Gala ahora disfrute de los cuidados de su padre, que
estuvo ausente en su propia infancia. O sí creerle al hijo de Castiglione cuando recuerda
acaso como la mejor anécdota unas vacaciones que pasó con su padre y Moria que
nunca fue del todo la mujer de su padre sino, siempre, Moria Casán en Villa Carlos
Paz. Pero más allá de las verdades a medias o la memoria selectiva, Moria ofreció, como
una matriarca posmoderna cuyo poder reside en que tanto su ex marido, su marido, su hija,
la hija de uno y los hijos del otro son definidos por el lugar que ocupan en relación con
la estrella, un espectáculo más. La vida privada de Moria no es exactamente vida
privada, sino solamente algo así. Ese es el premio y es el castigo.
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