The Guardian de Gran Bretaña
Por Suzanne Goldenberg Desde Lahore En un dormitorio para
militantes islámicos en las afueras de Lahore, Mahammed Aijaz, de cara de bebé, espera
con impaciencia adolescente su llamado. Si el retiro de las fuerzas pakistaníes de las
cumbres nevadas del lado indio de la línea de control se cumple en horario esta mañana,
los servicios de Aijaz a la Guerra Santa en Kashmir no serán necesarios. Pero Aijaz, que
dice tener unos improbables 18 años, no quiere admitir que no tomó la determinación por
Kargil. Cada hombre nace con algo en su corazón. El mío está con Kashmir.
Hace tres meses, se unió al Hizbul Mojahedin, uno de la docena de grupos islámicos que
han estado contrabandeando reclutas pakistaníes para el levantamiento separatista en el
valle de Kashmir. Los militantes islámicos fueron usados para encubrir el compromiso de
los soldados regulares pakistaníes en Kargil. Ayer, mientras el primer ministro de
Pakistán, Nawaz Sharif, prometió nuevamente que el retiro se completaría a tiempo,
Nueva Delhi dijo que los pertrechos dejados en las cumbres después de expirado el límite
de tiempo serían destruidos por bombardeos de aire y artillería. Nuestras armas
responderán, dijo el ministro de Defensa, George Fernández.
Con la amenaza de una guerra nuclear latente como telón de fondo, un Sharif visiblemente
nervioso salió al aire el lunes a vender el retiro de Kargil a gente que durante una
década vio por la televisión estatal las atrocidades que el ejército indio cometía
contra los simpatizantes separatistas, y que genuinamente cree que Pakistán es el
protector del pueblo de Kashmir. Desde entonces, pakistaníes de todas las tendencias
políticas han tratado de aceptar la retirada. Las reacciones populares van desde la
negación hasta mudas protestas callejeras, perplejidad e ira.
Si uno convence a su pueblo que tiene a India por la yugular y que habrá visibles
cambios en Kashmir, entonces Pakistán perdió los expectativas que había sembrado,
dijo I.A. Rehman de la Comisión de los Derechos Humanos en Pakistán. En los dos meses
desde Kargil, Sharif consternó a los liberales y a los halcones: aquellos que creen que
Pakistán se arriesgó inaceptablemente al tratar de tomar territorio de una potencia
nuclear rival, y aquellos que creen que dar un paso atrás fue un acto de cobardía. Los
líderes militantes islámicos han prometido que seguirán peleando, indiferentes a los
argumentos de Sharif de que él evitó una guerra, y furiosos ante su ofrecimiento a India
de reanudar el proceso de paz. Y el ejército tampoco está feliz.
Traducción:
Celita Doyhambéhère
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