Por Cecilia Bembibre La extenuante campaña de
marketing de su último disco fue el curioso motivo que acercó a Patricia Sosa a la
literatura. Estaba cansada de promocionar el disco; quería dedicarme a una
actividad sin preocuparme por la difusión, resume la cantante, que se encerraba a
escribir cuentos en la cocina. Hoy, sin reparar en ironías, se prepara para sumergirse en
la campaña de promoción del volumen de cuentos. Y a la vez, ensaya su papel en el
musical Las hijas de Caruso, que se estrenará el 19 de julio en el teatro Liceo. Junto a
Valeria Lynch y la cantante lírica Estela Leiva, y dirigidas por Oscar Araiz y Betty
Gambartes, Sosa recrea la historia de una familia de inmigrantes de principios de siglo.
El germen de la historia es, justamente, un cuento de la intérprete, quien explica en
esta entrevista con Página/12 por qué, a pesar de desear que a nadie en el mundo
le guste la película Evita de Madonna (como escribió en uno de los relatos), se
anima a presentar un musical en el que también se filtra la historia argentina.
¿Cómo surgió la historia de Las hijas de Caruso?
Recorriendo barrios, conocí al hijo ya abuelo de un inmigrante, y me
contó una historia familiar. El padre había llegado a Buenos Aires a principios de
siglo, y quiso que sus tres hijos varones fueran médicos. Y los tres estudiaron; pero
cuando el padre murió, uno de ellos se hizo mecánico. Me impactó la autoridad paterna a
principios de siglo, y me interesó mucho abordarlo desde la mujer. Las relaciones eran
terribles: el mandato era masculino. Del padre, del hermano, del marido, del que venga.
Empecé a escribir un cuentito sobre esto... y aquí estamos.
¿Por qué decidió contar esta historia como un musical?
Cada vez que veía un musical tenía la sensación de que nada me hablaba de mí, de
mi idioma, de mi raíz. Las canciones, aunque las letras estuviesen traducidas, no
emocionaban, porque las palabras estaban mal puestas. Decir bella y bestia son
es imposible para un dúo de amor, es difícil comunicar un sentimiento así. Cuando yo
tuve que cantarlas, les pedí permiso y cambié la letra. Y para Las hijas de Caruso
elegí la ópera, porque quería un género en el que los personajes pudiesen tener gran
dramatismo.
¿Y a través de qué elementos trabajó para darle identidad local?
La comedia es, desde el texto, muy argentina: transcurre en Quilmes entre 1930 y
1946. Se habla de la influencia de la guerra, de las tres hermanas huérfanas de madre que
quedan en manos de un padre operómano, contemporáneo de Caruso, que vino de Nápoles. A
mí me influye ser de un lugar y me gusta que se me note. Y a lo largo de la historia bajo
línea. El padre se pregunta cómo le habría ido de haber permanecido en Italia, del
mismo modo que todos nos preguntamos acá, si hubiéramos crecido en otro país, en un
lugar donde se le dé bola al arte y a los artistas, si estaríamos igual. Este hombre
dice si me hubiera quedado en Nápoles, ¿quién hubiera sido el más grande?.
Porque establece una terrible competencia con la figura de Caruso.
Los personajes, especialmente el suyo, que se rebela contra el padre, padecen el
severo entrenamiento musical que éste le exige. ¿Tuvo una experiencia similar?
Sí, claro. Tuve épocas de obsesión total por entrenarme. Soplaba una servilleta
contra la pared hasta que el diafragma me ardiera; y me ponía guías telefónicas en las
costillas para ensanchar el volumen. Pero más allá de eso, él las entrena con todo el
rigor de la ópera por él, no por ellas. Es como concretar su sueño, sólo que en lugar
de mhijo el dotor era mi hija la cantante. Es una historia
que me permite denunciar sutilmente la tiranía, la violencia física y psíquica, la
autoridad familiar... y resaltar que las ilusiones pueden cambiar los destinos. Yo soy un
típico ejemplo de eso.
¿A qué público espera en el teatro? ¿Cree que sus seguidores se interesarán por
el musical?
No lo sé, aunque yo vivo experimentando. Creo que mis fans van a venir, y los de
Valeria también. Esperamos a los seguidores del teatro, y del musical. Después dirán si
les gusta o no.
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