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La testigo iraní fue autorizada a irse

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La SIDE la trajo como si fuera una testigo estrella. No declaró nada importante ni la acusaron de nada. Terminó durmiendo en una plaza.


Por Raúl Kollmann
t.gif (862 bytes)  La increíble sucesión de bloopers está a punto de llegar a su fin: Nasrim Mohtari fue ayer autorizada a volver a su país de residencia, Suiza. Presentada originalmente como una testigo-clave para esclarecer ambos atentados, el de la embajada de Israel y la AMIA, fue cazada por la SIDE en Zurich y traída a la Argentina después de una operación con costo monumental. Primero declaró en la Corte y después ante el juez Juan José Galeano: en ninguno de los dos casos tuvieron pruebas suficientes contra ella como para siquiera ponerla en aprietos. Terminó durmiendo en una plaza y trabajando de copera en bares de mala muerte. La testigo-estrella se vuelve sin pena ni gloria con una resolución de la Corte en la que se reconoce que no le encontraron vinculación con el terrorismo.

Mirando hacia atrás, el caso Mohtari no se sostenía. Aceptó viajar a la Argentina con una promesa burda de trabajo, cosa impensada en una súper-espía o terrorista que hubiera sabido que la estaban buscando, más todavía en un país donde supuestamente colaboró con un atentado.

Cuando ya la tenían engañada en el avión, en vuelo hacia Buenos Aires, se dieron cuenta de que no había siquiera una orden de captura en su contra. Por lo tanto, hubo que convocar una rápida reunión de miembros de la Corte para firmar el pedido de detención. El escrito se terminó minutos antes del aterrizaje.

En el aeropuerto de Ezeiza, la SIDE la entregó a la Policía Federal y ella inició un griterío que, en verdad, todavía no finaliza. Desde aquel 4 de diciembre, Mohtari se pasea por los juzgados, las fiscalías, las defensorías y las redacciones de los diarios al grito de "¡Argentina porquería! ¡Yo no tiene nada que ver con atentado! ¿Por qué no me dan pasaporte y yo me voy? ¡Me robaron el secador de pelo!" y otros reclamos por el estilo.

También aquel 4 de diciembre empezó una especie de aldón pirulero: la Corte dijo que no había ordenado la detención, Galeano se ofendió y sostuvo que él tampoco la quería, la SIDE argumentaba de que a ellos les dieron la misión de encontrarla y traerla a la Argentina, los defensores oficiales se cansaron de darle 5 pesos para que tuviera para comer, los hoteleros la echaban por los escándalos y porque no tenía para pagar la pieza, los agentes de la SIDE y los hombres de la Federal la seguían en una especie de penosa caravana y la testigo-estrella terminó como había empezado la historia: prostituyéndose. Eso sí, los volvía locos: cuando las fuerzas de seguridad le hacían un seguimiento, ella se metía súbitamente en un subte, después salía; corriendo se subía a un colectivo y así sucesivamente. También se ocupó de seducir a alguno de los espías, aunque --según dicen en las actas oficiales de la SIDE--, sin éxito.

El colmo fueron las tres noches que durmió en una plaza --justamente la Plaza Lavalle en la que se hacen las concentraciones de Memoria Activa--, con sus escasos bienes en una bolsa de plástico. Si efectivamente era una pieza clave, el Estado argentino había gastado una fortuna para encontrarla y ni se preocupaba por la seguridad: la exponía a que cualquiera --incluso un borracho-- la silenciara para siempre. Si no era una pieza clave --como ahora sostiene la Corte-- también la había dejado injustamente a la deriva. Al final, la SIDE sacó dinero de sus fondos reservados y la mantuvo durante varios meses.

Mohtari saldrá del país con el pasaporte argentino que supo conseguir en 1991 gracias a los oficios del diputado Adam Pedrini --así está certificado en el formulario que quedó en la Policía-- ya que según parece el legislador frecuentaba los prostíbulos de la zona del Congreso. Ella se irá insultando al país y sobre todo al taxy-boy Wilson Dos Santos, el hombre que contó que en 1992 ella le dijo que había tenido alguna relación con el atentado contra la embajada de Israel. Ni la Corte ni Galeano encontraron nada para incriminarla. Final del sainete. Buen viaje.

 

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