Por Mario Wainfeld Los diarios de
negocios (en la Capital de la Argentina circula la friolera de tres diarios de negocios)
los describen cual duendes, temperamentales, capaces de generar cualquier zafarrancho.
Viven nerviosos y se alimentan de señales que les transmiten los políticos.
Son, señoras y señores, los mercados, gnomos finiseculares, la sal de la
vida, incontenibles, bichocos, dispuestos, cual potro salvaje, a desmontar a quien quiera
domarlos. Esta semana los mercados amanecieron nerviosos y los diarios de negocios
que no son leídos por mucha gente pero sí por la dirigencia política
rápidamente explicaron por qué (los arrebatos emocionales de los mercados son a priori
impredecibles pero a posteriori se dejan explicar con facilidad). El candidato peronista
Eduardo Duhalde había hecho declaraciones temerarias sobre la deuda externa, los duendes
son de aterrorizarse rápidamente, y como colofón ineludible las acciones bajaron más de
8 puntos en un día.
La leyenda pretende que esa jugada es producto de una espontánea reacción colectiva de
miles de pequeños accionistas, rápidos de reflejos y seguidores incondicionales de
Miguel Angel Broda. Pero hay adultos e incluso algunos chicos avivados que denuncian que
los mercados son algo más concentrado y preciso, que no se deja designar con facilidad
pero que convencionalmente podríase bautizar como establishment o comunidad de negocios.
Y no reaccionan en pánico sino que adoctrinan a palos. Lo mismo creen los políticos en
campaña que para conocer qué línea bajan los mercados no dialogan con improbables
tenedores de acciones que viven en Tilcara o con viejitas de Columbus, Ohio que atesoran
títulos de la deuda pública argentina. Antes bien, priorizan leer ávidamente los
diarios de negocios o hablar con consultores.
Sosegar a los mercados es una tarea de comunión diaria que forma parte, casi monopólica,
de la Biblia de los candidatos expectables. La Alianza designó a su ministro de Economía
José Luis Machinea antes la friolera de más de un año antes de tener su
candidato a presidente. Un record mundial que sólo compite con el desempeño de Duhalde,
quien postuló a Jorge Remes Lenicov con mucha anticipación a haber ganado la interna.
Esas nominaciones no interpelan al ciudadano común, a la gente de la tribuna que en
general desconoce a los economistas y que, con lucidez, losconsidera iguales (si está
desinformada) u homogéneos (si está informada) sino a una platea hiperrestringida y muy
demandante.
Los candidatos se deben a los dos auditorios, lo que origina dos problemas: uno clásico y
otro bien propio de la actual coyuntura. El clásico es que los economistas poco tienen
que ver con los intereses de la gente de a pie y poco aportan al discurso masivo de los
candidatos. El nuevo, el propio del momento actual es que los economistas expectables, son
abanderados de un pensamiento único que permeó la Argentina desde fines de los 80 y que
fue molde de un modelo económico y de un plan de gobierno desde 1991. Y que
ese pensamiento, ese modelo y ese plan de gobierno se caen a pedazos.
Los economistas son como los comunistas después de la caída del Muro de Berlín,
discurren sobre algo que no existe más, describe un sutil asesor de Duhalde. Un
sutil dirigente de primera línea de la Alianza acude para la comparación, antes que a
Marx, a Gramsci. No son técnicos imparciales sino intelectuales orgánicos de la
comunidad de negocios, piensan en función de esas ideas e intereses y hablan para
ellos. Ambos dan en la tecla: los economistas predican un dogma que ya murió, de
cara a una platea que no quiere darse por enterada y de espaldas a una tribuna que sabe lo
que le pasó pero no cómo salir de donde está.
Un fotógrafo ahí, por favor
Duhalde recibió tarjeta amarilla de los mercados por su bravata sobre la
deuda. Un bajón frente a la platea que buscará compensar marcando un gol para la tribuna
esta semana en el Vaticano, hablando con el Papa. La movida es creativa y producirá algo
que fascina a cualquier candidato, una foto junto a una figura de primer nivel, un anhelo
que a nivel local desbarató esta semana el obispo Estanislao Karlic quien, en un gesto no
exento de reproche y sutileza, dialogó con el gobernador bonaerense pero rehusó
retratarse con él.
La peregrinación a la Santa Sede, que pretende mostrar a Duhalde tratando de desmantelar
la viga maestra de la economía nativa, tiene un talón de Aquiles: una estampita con el
Apóstol de la Paz poco dice de una real batalla contra los poderes económicos. No se
puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos decía inmejorablemente Juan Perón. La
gente del común puede no recordar la frase pero sí sabe que vestir un santo siempre
implica desvestir a otro y que una moratoria o una condonación es una afrenta a intereses
concretos, de esos que creen más en los duendes que en el Dios del jubileo.
Todos son opositores... a Menem
A esta altura casi todos los actores económicos abjuran ya no de las consecuencias del
modelo sino de sus premisas. Ya no es herejía decir que las actividades productivas
tienen que ser tuteladas por el Estado, que puede y debe haber tratamientos diferenciales
para diferentes ramos de la actividad económica, moratorias impositivas y hasta blanqueos
y ¡horror¡ algunos, la Sociedad Rural incluida, proponen revisar el punto uno del dogma:
un peso, un dólar. El capitalismo salvaje con crecimiento acelerado propuso a los
argentinos un pacto demoníaco, que tuvo aval electoral desde 1991 hasta 1995 inclusive:
sumarse a un proyecto darwinista y excluyente con la promesa tácita de conceder al
adherente el status de los fuertes. Ahora, cuesta abajo en la rodada, se advierte que hubo
mucho más perdedores que ganadores, al menos dentro de las fronteras de lo que (por
décadas de populismo y dirigismo) fue el Estado argentino. Ahora muchos quieren romper el
contrato o al menos pedir estatutos particulares frente a la uniformidad cruel y
falazmente igualitaria de la ciudadanía fiscal y del esquema impositivo IVA céntrico.
Fueron precursores los empresarios de la industria pesquera. Los transportistas siguieron
su camino, en la semana que empieza tres de las cuatro entidades del agro entrarán a la
ciudad que tiene tres diarios de negocios a pedir un régimen especial.
Para redondear el cuadro, más dispersos, los contribuyentes parecen cada vez menos
dispuestos a ponerse. Su retracción puede ser leída como parte de una incipiente
protesta fiscal o sólo como manifestación de un fenómeno usual: el pago de impuestos es
procíclico, en períodos de bonanza (como pasó entre 1992 y 1994) los contribuyentes se
apresuran a pagar, blanquearse etc. para poder integrarse al circuito económico y
financiero. Hasta doblan la apuesta si eso cabe. Obran en espejo en tiempos de
malaria en los que se apresuran a dejar de pagar. Cualquiera sea la explicación que
puede admitir mixturas lo cierto es que el futuro promete menos pagadores de gabelas
sea por su voluntad de rebelarse o por su condición de empobrecidos.
Por eso fue una señal novedosa la medida del gobernador José Manuel de la Sota de
reducir impuestos provinciales. La decisión no podría remedarse a nivel nacional ni aún
en provincias que no reunieran los prerrequisitos que ostenta Córdoba: un fuerte ajuste
previo, una aguerrida tradición de cobranza del gobierno provincial y de los comunales,
una presión tributaria feroz de la última administración. Como fuera, De la Sota
propuso una idea nueva, mercadería poco usual y que ya inspiró un imitador, el peronista
Héctor Maya quien asegura que habrá quita en los impuestos si llega a gobernar Entre
Ríos. La propuesta de De la Sota no deja de ser una pica en Flandes, una decisión
política traccionando la economía. Algo que a menudo les piden los Machinea y los Remes
Lenicov a sus jefes políticos, iniciativas para salir del pozo, avales para no quedar
encerrados ellos mismos en sus subculturas.
El modelo está desnudo
El modelo está desnudo pero los candidatos sólo hablan de la presidencia
Menem o de su contingente rival. O sea, de dos datos que se esfumarán ipso facto
con el resultado electoral y sólo con eso confrontan. Dicen lo que las encuestas
quieren que digan y no dicen lo que el sistema financiero no quiere que digan,
describió un editorial de El Cronista Comercial, demostrando que la verdad, cuando es
obvia, surge de los labios más inesperados aún de los diarios de negocios de la city,
aquellos en que los duendes proponen los editoriales.
De la Rúa habla de Duhalde, Duhalde de De la Rúa, los dos hablan de Menem. No hablan del
futuro, ni aún del presente, ni desnudan la existencia de los duendes. Hablan de lo que
ya fue. No del fin de una época, de la agonía de un pensamiento único ni de un
establishment soberbio, insensible, enriquecido y desde hace un par de años
carente de recetas que les deja un país en llamas que les tocará administrar. Nada dicen
y por ende nada obran acerca de un estado de cosas que les atará las manos y del que
comenzarán a quejarse (¿y a enterarse?) si tienen suerte, el día después.
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