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OPINION
Cambio de tiempos

Por Pablo Capanna

En la Luna no hay viento ni lluvia, y nada ha borrado la huella del pie de Armstrong en el polvo del Mar de la Tranquilidad. Nos hemos acostumbrado a ella, pero vista desde la perspectiva adecuada esa huella es tan importante como aquellas pisadas que dejó en Tanzania el primer homínido erguido; algo más radical que todas las revoluciones industriales.
La evolución se había tomado millones de años en poner a punto la inteligencia humana. El 20 de julio de 1969, con sólo cuatro siglos de vida, la ciencia moderna nos daba una dramática prueba de su eficacia.
Al comando de la Apolo, como dijo un astronauta de entonces, iba Sir Isaac Newton. Pero desde el pasado la alentaban las voces de gente como Julio Verne y H.G. Wells.
Aquel día el legendario editor John Campbell reunió a los escritores de ciencia ficción para decirles: “Nosotros lo logramos, al precio de unos pocos centavos por palabra”. Durante siglos, había sido la ficción científica quien había sembrado la idea en el imaginario.
Recuerdo que las imágenes del alunizaje no me impresionaron demasiado: ya las había visto –y en color– en la película Viaje a la Luna de George Pal, casi veinte años antes.
Pero la experiencia era ahora planetaria y unánime: se podían “sentir” la historia y el progreso. La humanidad se unía para celebrar un avance de la paz. El hombre en la Luna era el triunfo de la distensión, que desviaba la paranoia armamentista hacia un objetivo “deportivo”. Es bueno recordarlo, cuando Kruschov está olvidado y a Kennedy sólo se lo recuerda por su promiscua vida sexual.
Treinta años más tarde, el mundo ha cambiado de actitud y en lugar de soñar con la conquista del espacio, hay quienes esperan la salvación por los extraterrestres. Las estaciones espaciales se caen, y los medios se ocupan más de la profecía de Paco Rabanne que de la vida en el cosmos.
No faltan los que creen que la ciencia es apenas un constructo social, tan buena como cualquier cosa que nos haga sentir bien. Cultos y acomodados new-agers viajan en avión a Findhorn para adorar esa Luna por donde caminó Armstrong. La Red de Redes, sostenida por esos satélites que nos dio la tecnología espacial, está atestada de navegantes del espacio interior. A pesar del Hubble y de la exploración de Marte, el imaginario científico de hoy deposita sus mayores esperanzas en el Viagra o la píldora contra la calvicie. Como la vejez, la posmodernidad no viene sola. Pero no hay posmodernidad que dure cien años.

 

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