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Miles de norteamericanos desfilaban ayer frente a la residencia de John John Kennedy, en Manhattan, despositando flores y derramando lágrimas --en una demostración que recordaba la conmoción por la muerte de Lady Di--, después de que el hijo de JFK se transformara en heredero de la suerte siniestra de su familia al estrellarse en el mar, frente a la costa de Massachusetts, mientras conducía su avioneta Piper junto a su esposa Carolyn Bessette y su cuñada Lauren. Cien millones de personas, en todos los rincones de Estados Unidos, permanecieron durante casi dos días colgadas de los últimos partes sobre la búsqueda de los cuerpos, desde el sábado por la madrugada, cuando comenzaron a desparramarse las informaciones. Desde el presidente Bill Clinton y el vicepresidente Al Gore, legisladores sin distinción de partidos, empresarios, deportistas, hasta el mismo papa Juan Pablo II, que rezó en el Vaticano por la salvación de los accidentados, todos permanecieron en una empecinada vigilia hasta que el hallazgo de restos de la espuma aislante del avión y del equipaje derrumbara las últimas esperanzas y diera lugar a la idolatría póstuma. El Piper 32 Saratoga para seis ocupantes desapareció tras despegar a las 20.30 (hora local) del viernes desde el aeropuerto de Fairfield, en Caldwell, Nueva Jersey, para un viaje de dos horas hasta la isla Martha's Vineyard, donde se encuentra la residencia familiar de Cape Code, en Hyannisport, Massachussetts. John John, de 38 años, con su esposa Carolyn, de 33, y su cuñada Lauren, de 35, se dirigían a participar de la fiesta de matrimonio de su prima Rory, hija menor de Robert Kennedy, asesinado en 1968 cuando era senador del Partido Demócrata. Pero el avión no llegó. En 12 segundos, cuando comenzaba las maniobras de aterrizaje y sin que existiera un pedido de auxilio, descendió abruptamente unos 800 metros hasta desaparecer de las pantallas. Ayer, después de 40 horas de intensa búsqueda fueron descubiertos restos de espuma de revestimiento del avión, lo que para los especialistas abonaba la hipótesis de un estallido. Las hipótesis tendieron a subrayar la responsabilidad de John en el accidente, posiblemente una mala maniobra, la falta de visibilidad y la inexperiencia del piloto que llevaba 15 meses de haber obtenido su licencia de vuelo. El mismo sábado, después de recibir las primeras noticias, la familia, con la sobriedad que caracteriza la costumbre, transformó la imponente carpa blanca ubicada sobre el parque de la propiedad de Cape Code en una capilla, donde se ofreció una misa, en la que los presentes cambiaron el baile de etiqueta por oraciones que rogaban por la vida de John John y sus acompañantes. Horas después, cuando el hallazgo de algunos restos del aparato y parte de los equipajes anunciaba el final, el presidente Bill Clinton llamó personalmente a la familia y expresó su apoyo y sus propias oraciones. Ayer, a media tarde, Clinton repitió su solidaridad, pero esta vez en un mensaje leído a todo el país. Fue la señal que esperaban miles de estadounidenses para encolumnarse frente a la puerta del edificio de Tribeca, en Nueva York, donde vivían J.J. y Carolyn, y rendir tributo a su hijo predilecto. Durante todo el domingo, los ramos de flores, fotos, y cartas de despedida se acumulaban como señal de luto, mientras se sucedían rezos, escenas de llantos y desvanecimientos. "Me lo encontraba en la tienda de la esquina, comprando frutas o un café, vestido a veces con un traje deportivo, o a veces elegante, con traje y corbata, pero siempre amable", aseguró Rudy Adams, un joven vecino tan ansioso por derramar sus lágrimas como por expresar sus sentimientos ante las cámaras. "Personificaba lo mejor de esta ciudad", dijo otro. "Era competitivo, pero no arrogante", se escuchaban las definiciones de los neoyorquinos, que ya empezaban a transformarlo en mito. Pese a ser tan especial, y a haber logrado establecerse fuera de los cánones de la familia Kennedy, John John no pudo librarse de la suerte trágica de su familia (ver aparte). "Los neoyorquinos lo sentíamos como uno de nosotros", logró decir apenas otro joven, Brian Norton. En la majestuosa Catedral de San Patricio, sobre la Quinta Avenida, decenas de personas rezaban ayer por la tarde por el hijo menor del que fuera el primer presidente católico de Estados Unidos. También, en el número 1666 de la avenida Broadway, dos ramos de flores, ya algo marchitas, yacían frente al edificio donde están ubicadas las oficinas del mensuario político y cultural George, creado por John John en el '95. Además del mensaje de Clinton, Al Gore solicitó a los asistentes al mitín electoral que celebraba en Los Angeles, que rezasen un minuto en su memoria. Y hasta en el estadio de los Yankees de Nueva York, el presentador del partido de béisbol pidió a los asistentes que guardaran un minuto de silencio.
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