En la otra mesa alguien dice:
Los países decentes son los que tienen buen pan. Italia, España y Francia son
países de buen pan. Nosotros heredamos la experiencia traída por sus panaderos, tenemos
buena materia prima, pero la tradición ha sido degradada y eso nos convierte en un país
indecente. La única ventaja del pan nacional es que se momifica de un momento para otro y
si necesitás pan rallado basta frotarlo entre las manos y se convierte en polvo.
Escucho este razonamiento en la vereda de un barcito mistongo, donde disfruto de un sol
tibio mientras tomo una gaseosa. Una cosa trae la otra y reflexiono sobre los alimentos y
las bebidas que ingerimos. Me acuerdo de las hamburguesas teñidas con ferrite para
colorearle la grasa. De las milanesas hechas con cartón embebido en sangre vacuna,
pasadas por pan rayado sintético y falso huevo. De la coca-cola contaminada que hace poco
hizo estragos en Bélgica, Francia y Luxemburgo, porque para las burbujas usaron gas
carbónico berreta y, en lugar de barniz antioxidante, a la parte interior de la lata le
metieron pintura para hongos. Pienso en esas mujeres y esos hombres arrastrándose por las
calles con ataques de vómito, advierto que ésa es precisamente la marca que estoy
tomando, suelto el vaso como si me hubiera picado una víbora y abandono el bar con la
impresión de que me empezaron los retorcijones de estómago.
Me acuerdo del licenciado Balducio, investigador, y decido visitarlo. La última vez que
lo vi, hace unos meses, sostenía un tomate en la mano con el mismo gesto trágico con que
Hamlet sostiene la calavera y decía:
Tomate Larga Vida. ¿Dónde se ha visto que algo orgánico destinado por la
naturaleza a perecer en un breve lapso, pueda tener larga vida?
El que me recibe no es el Balducio que conocí, un tipo robusto y de buenos colores, con
las características de un hombre inclinado a gozar de los placeres de la vida y darle
gusto al diente. El de hoy es medio Balducio o quizá, mirándolo bien, un cuarto de
Balducio. Está transparente, se le pueden contar todos los huesos. Cuando se pone a
trasluz, inclusive se le ven algunos órganos interiores.
¿Qué pasó maestro? le digo.
¿Se acuerda del tomate Larga Vida? A partir de ahí investigué e hice
descubrimientos alarmantes. El viejo y noble zapallo que se echaba a perder de un día
para el otro fue reemplazado por unas calabacitas misteriosas, oriundas de Oriente y que
seguramente se cultivan a la sombra de Buda porque son prácticamente eternas. La leche de
nuestra infancia, gorda y cremosa, se transformó en un líquido con la densidad de la
acetona y que si no la tomás rápido se evapora. Nuestro generoso amigo el bife de
chorizo, en algunas partes ya proviene de vacas alimentadas con harinas de carne, vacas
carnívoras que en cualquier momento se vuelven caníbales y empiezan a comerse entre
ellas y si te descuidás también nos comen a nosotros. Los pollos, que antes necesitaban
ocho meses para ir a parar a la olla, ahora están listos en cincuenta días: carne acuosa
y gelatinosa con gusto a nada. Los pescados y mariscos, con tantos desechos nucleares
arrojados al mar, se han vuelto radiactivos.
¿Las gambas al ajillo también?
Contaminadas de punta a punta. Por ser gambas y por estar preparadas con ajo de
ingeniería genética. Y no quiero mencionarle el aceite con que se fríen.
¿Y la fruta?
Si uno tuviera la desgracia de ser ciego, nunca podría darse cuenta de lo que está
comiendo, ya sea banana, sandía o la otrora inconfundible frutilla. Todo tiene gusto a
ricota.
Si es ricota no está mal, a mí siempre me gustó la ricota.
¿Quiere que le hable de la ricota?
Prefiero que no, quisiera conservar alguna esperanza. ¿Qué se puede hacer,
licenciado?
Lo que yo hago es alimentarme exclusivamente con el agua que viene del cielo. Eso
sí, previamente filtrada con carbón activado. ¿Para qué el filtrado?
Todo lo que baja sube, todo lo que sube baja. Las nubes están preñadas de
pesticidas, antibióticos, herbicidas y desechos industriales, y cuando las pobrecitas se
abren también nos mandan esas porquerías.
Quiere decir que entonces se pudrió todo.
El espíritu es lo único que no se contamina concluye Balducio.
Y se aleja levitando.
REP
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