Por Patricia Chaina
Serio,
Truman Capote lee un fragmento de su obra maestra, la novela A sangre fría. A
continuación comienza una fiesta, que se intuye desmadrada, que el escritor organizó,
con sus amigos, como celebración del éxito de esa novela. Con estas dos imágenes, para
nada azarosas, comienza el documental sobre Capote que estrena hoy a las 20 el canal
People & Arts, dentro del ciclo Grandes escritores. Sin prejuicios
homofóbicos, ni resentimiento hacia su figura como el del establishment cultural
estadounidense, que supo acunarlo primero y despreciarlo después, el documental permite
un acceso directo al controvertido escritor. Dispone para su retrato de materiales
fílmicos y fotográficos que van desde una performance de danza con Marilyn Monroe a las
entrevistas en TV que dio en los últimos años de vida. El relato logra un acercamiento
sensible y certero a su obra y a su personalidad.
Durante algún tiempo Capote fue considerado por la crítica un escritor
menor que buscaba figurar a cualquier precio, una fama que él mismo se ocupó de
construir luciendo como bufón de la corte de los ricos y famosos del jet-set. Pero las
publicaciones de sus novelas y cuentos donde los éxitos son tan estridentes como
apabullantes los fracasos harían de este joven sureño, de infancia solitaria y
modales afeminados, un nombre imposible de evitar al momento de recorrer el mapa de los
grandes escritores de este siglo XX.
Ese esplendor es registrado en las imágenes con que comienza el programa: la velada del
28 de noviembre de 1966. Unos 500 invitados reunidos en la fiesta-símbolo del triunfo de
Capote: un baile de máscaras. Máscaras con perlas, con lentejuelas, con bolsas de papel.
Es el testimonio de un triunfo un tanto ambiguo, dice la voz en off,
señalando la relación entre amistosa y mordaz que Capote mantuvo con los medios.
La producción se organiza sobre retratos fotográficos que muestran a Capote en todas sus
facetas: desde las primeras tomas cercanas a su nacimiento el 30 de setiembre de
1924 hasta el rostro de gestos áridos que lo caracterizó en sus últimos años.
Entre fragmentos de películas viejas, tomadas en reuniones de gala y reconstrucciones de
la época. Sus primeros trabajos publicados en revistas de moda. Sus novelas exitosas:
Otras voces, otros ámbitos, y la consagratoria A sangre fría. Y luego del resplandor, el
ocaso: las secuelas depresivas de la investigación en la que se sumió para poder
escribir A sangre fría. El fracaso de su libro Oraciones atendidas, donde ventiló
chismes y llenó de golpes bajos la descripción de la vida de los ricos y famosos de
Nueva York. Pormenores del laberinto en el que el escritor pierde y encuentra su
inspiración creativa, signado por una inestabilidad afectiva que el documental testimonia
mostrando la metamorfosis del genio. Aunque a veces, el tono monocorde del relato haga
palidecer la intensidad de los documentos.
La consagración del talento literario llegó con su primera novela: Otras voces...,
cuando dejó atrás sus años adolescentes en un
internado donde caminaba dormido y tenía episodios de histeria, y su estatura
pequeña y modos sutiles lo convertían en blanco de sus compañeros. Se lo
reconocería por su increíble energía y talento para relatar historias. Entonces
declaró su homosexualidad y su doble atención de ser escritor y juntarse con los
ricos y famosos. Al cumplir 18 años dio el primer paso para realizar su sueño:
aprovechó las vacantes dejadas por la guerra, consiguió trabajo en el archivo del New
Yorker y comenzó a publicar en las revistas Madmoiselle y Harpers Bazaar.
Exito inmediato. Impactaba por su estilo original, su universo irreal y sus
personajes problemáticos y ambiguos, detallan las crónicas. Le fue presentado todo
el establishment literario del momento: Tennessee Williams, Jane y Paul Bowles, Norman
Mailer. A través de Carson McCullers, se presentó en la editorial que publicó en 1948
su primera novela. Pero la popularidad vino también por la polémica foto de contratapa:
Capote en una pose provocativa y sensual. Su carrera había despegado, se había
lanzado como una publicidad de lápiz labial o de talco infantil, según una
sarcástica reseña de la época. Continuaba su frívolo estilo de vida, bailaba con las
estrellas, era el consentido de las damas de sociedad y se permitía decir lo que quería
para asentar su imagen de genio rebelde. Llamó al matrimonio de Arthur Miller y Marilyn
Monroe la muerte de un dramaturgo.
En 1958 publica Desayuno en Tiffanys y Norman Mailer, su contemporáneo y principal
rival dice: Capote es el mejor escritor de mi generación, escribe las frases más
equilibradas y rítmicas. No cambiaría una sílaba de Desayuno.... Será un éxito de
todos los tiempos. Pero Capote buscaba nuevas dimensiones: Quería producir
una novela periodística que tuviera la veracidad del cine, la profundidad y libertad de
la prosa y la precisión de la poesía, declaró. La oportunidad llegó en 1959 con
la noticia de una familia de granjeros asesinada en Kansas. Lo que sigue es conocido: A
sangre fría, un trabajo de proporciones épicas con el que convirtió una triste noticia
en tragedia nacional, revelando el lado oscuro de Norteamérica.
El 14 de abril 1965 Capote vio cómo ahorcaban a los asesinos Dick Hickock y Perry Smith.
Así comenzó un proceso de autodestrucción. Había ganado 2 millones de dólares por el
libro. Trató de exorcizar sus fantasmas con su gran fiesta. Pero ya no pudo volver a ser
el bufón de la corte, aunque lo intentó, sus chistes eran dañinos, oscuros. Abusaba del
alcohol, drogas y pastillas. Sin embargo, durante ese prolongado suicidio físico y
mental, produjo joyas como Música para camaleones, poco antes de morir, el 25 de agosto
de 1984 a punto de cumplir los 60.
Maestro en el cruce de
literatura y realidad
Una escritura todavía caliente
Por Guillermo Saccomanno
La mitología que se arma
un escritor no siempre coincide con su obra. Los textos siempre se encargan de conspirar
contra los autores y, en algunos casos, traicionan, desmienten y se vuelven en contra de
los anecdotarios escandalosos y las declaraciones provocadoras. Desde su primera novela,
Truman Capote se presentó en sociedad con una deliberada intención de llamar la
atención. En la contratapa de Otras voces, otros ámbitos, desde una foto ya legendaria,
posaba como Efebo, persiguiendo mostrarse sensual, entre angelical y demoníaco. Desde
entonces no paró de envolverse en histerias de alcoba y no tanto. Capote acumuló
adicciones, homosexualidad y el roce chupamedias con la high-class. A Capote le encantaba
pavonearse entre los very few. En tanto, sus artículos y entrevistas sabían ser agudas,
despiadadas. En ocasiones, sus reportajes eran escraches ruines, impulsados por el
capricho y las aversiones del momento. Un ejemplo: ese reportaje a Marlon Brando, donde
revela, sin pelos en la lengua, la proclividad gay del gran potro norteamericano. Sin
embargo, todo lo que se dijo y se escribió sobre Capote no consigue opacar una escritura
sedienta de perfección que alcanzó sus momentos más altos cuestionando los límites
entre realidad y ficción. El periodismo fue su instrumento.
Hay que imaginárselo a Capote, a mediados de los sesenta, con todos sus tics maricones,
acompañado por una amiga tan gorda como excéntrica y estridente, cayendo en Holcomb, un
pueblito puritano de Kansas, para investigar un crimen ocurrido. Dos marginales habían
liquidado, de manera brutal, a una familia granjera. Capote se las ingenió para
permanecer en ese pueblito superando todos los obstáculos previsibles: desde el recelo
con que se mira al extranjero hasta la hostilidad que puede pasar de la amenaza. Durante
años Capote se encapsuló en el pathos de ese pueblito, que era también la contracara de
los asesinos ya en prisión, condenados a muerte. La leyenda se ocupa de contar que, en su
obsesión por estudiar el corazón de ese pathos, Capote se enamoró de uno de los
asesinos ya entre rejas. Si la investigación, el análisis y la reconstrucción literaria
¿o periodística? de ese crimen le acarreó años, el proceso de escritura no
fue más veloz.
A Capote le importaba no sólo contar una historia al modo flaubertiano, bloqueando el yo.
Le importaba ver cuánto aguantaba la literatura confundiéndose con el periodismo y
viceversa, sin discriminar entre géneros mayores y menores. En efecto, el resultado, A
sangre fría, es un más allá de la mera crónica donde la historia íntima data la
social. Y en esta apuesta, al revés que en su existencia pública la mitología
maníacamente construida Capote puso el narcisismo al servicio de una escritura que
transforma lo periodístico en literatura de la mejor (¿o periodismo del mejor?). Con
varios de sus cuentos se repite el fenómeno. Me acuerdo de algunos: ese en que Capote,
una mañana, sale con la mujer de la limpieza a husmear en los departamentos de otros
patrones; ese en que conversa con una Marilyn pasada de champagne y psicofármacos. Lo
intentó también en un autorreportaje implacable que publicó al final de Música para
camaleones.
En vida, muchos pensaron que Capote era un payaso y quizá hasta él mismo, en sus
períodos de bajón, debió coincidir con esta opinión, el típico bufón de la
corte de ricos y famosos. Pero la literatura pudo más. Lo mejoró a él mismo. Y también
a buena parte de la narrativa contemporánea. |
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