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OPINION
Desesperada búsqueda de bendiciones
Por Washington Uranga

Por distintos motivos y por diferentes caminos, la Iglesia Católica quedó instalada en el centro de la lucha electoral. Grupos, partidos y candidatos se disputan palmo a palmo apariciones públicas, gestos de cercanía y fotografías con los representantes eclesiásticos con la nunca explícita pretensión de hacerse acreedores del prestigio que, propios y extraños, le atribuyen hoy en día a la institución eclesiástica.
La desesperada búsqueda de “bendiciones” eclesiales a la que se lanzaron los dirigentes políticos hace pensar más en la falta de solidez y de confianza en los argumentos propios que en la creencia de que la única verdad sobre ciertos temas que preocupan a los argentinos –desde la pobreza hasta la deuda externa– esté en manos de la jerarquía eclesiástica. Mientras tanto los obispos se cansan de repetir que sus preocupaciones tienen que ver con el orden de los principios y de los valores, más en términos éticos que de política contingente.
Es cierto que las encuestas siguen presentando a la Iglesia como una institución situada en los niveles más altos de credibilidad entre los argentinos. Pero esos índices se apoyan en el convencimiento de que en la Iglesia Católica existen reservas para combatir males como la pobreza, la corrupción y la injusticia, que son precisamente aquellas cuestiones que preocupan a la gente. Si la opinión pública sigue creyendo en los obispos es porque varios de ellos, pero también algunos curas y muchas organizaciones de base de la Iglesia, se muestran cercanos y solidarios con los dolores de los pobres, con las injusticias de quienes sufren las consecuencias de un modelo que es denunciado tanto por el Papa como por los obispos locales.
Forma parte del pensamiento mágico de algunos políticos suponer que una foto junto al Papa o al presidente de la Conferencia Episcopal puede transferir automáticamente la popularidad o el prestigio de cualquiera de ellos al dirigente que aparezca señalado en el epígrafe. Acostumbrados a las operaciones de superestructura, los dirigentes políticos todo lo razonan a partir de esos parámetros, también para transferir adhesiones o rechazos con la misma simplicidad que endosan un cheque posdatado. Estos dirigentes están perdiendo de vista que, en realidad, los principales destinatarios de la crítica eclesiástica son ellos mismos, por la falta de respuestas adecuadas desde el orden político a las consecuencias generadas por una estrategia económica que, sólo a modo de ejemplo y entre otras elecciones, decide pagar la deuda externa (o proclamar no hacerlo) mientras se desentiende de sus consecuencias (aumento de la recesión, el desempleo y la pobreza, para mencionar tan sólo algunas).
Todo lo anterior reafirma el concepto de la crisis de las propias estructuras políticas y de la dirigencia. También porque al acercarse a la Iglesia los políticos están reconociendo que los obispos enriquecen su propia visión sobre la realidad social del país a partir de un conocimiento mucho más cercano de los problemas concretos de la gente.
De esta manera el “apoyo” a la Iglesia debería leerse como el intento de “apoyarse” en la Iglesia y “escuchar” a los obispos como un esfuerzo casi desesperado de usarlos para que les expliquen qué viven, qué sienten y cómo piensan sus electores. El “servicio” sería completo si además les pueden decir a quién piensan votar los ciudadanos... y los obispos.

 

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