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Dios y el diablo en el Ingenio Ledesma

El documental “Diablo, familia y propiedad”,
de Fernando Krichmar denuncia la brutalidad
del reclutamiento de trabajadores para la zafra.

Una imagen del documental.
“Un mundo con otros códigos"

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Por Cristian Vitale

t.gif (862 bytes) El título alude a una sigla conocida: Diablo, familia y propiedad, el documental que Fernando Krichmar preestrenó el lunes 12 en el cine Cosmos de esta capital arranca con el nacimiento de los ingenios Ledesma y San Martín Tabacal, prosigue con la muerte en masa de indígenas provocada por las condiciones de explotación extrema, y termina con la represión en los cortes de ruta. Pero también, a través de los mismos testimonios obtenidos en el lugar, introduce elementos que obligan a seguir profundizando. Uno de esos elementos es la figura mítica de El Familiar, demonio que fue usufructuado por las empresas azucareras como herramienta de represión y justificación abstracta de la muerte. A punto tal que cuando chulupíes, chorotes, wichis, tobas y collas morían como consecuencia de la sed, el hambre o los accidentes durante la zafra, ellos mismos atribuían la responsabilidad a los demonios y no al modo de producción de los ingenios. “Los demonios no son un invento de las empresas”, explica el director, egresado del Instituto Provincial del Cine. “Son una construcción cultural que, según se deduce de los testimonios aborígenes, fue bien aprovechada por los patrones, conformando una dialéctica muy especial entre amos y esclavos”.
Krichmar inició su carrera con L’hachumyajay (“Nuestra manera de hacer las cosas”), un documental sobre wichis y chorotes. Después de participar en la producción de “Lara y los trenes” (Historias Breves 3), quedó atado a la causa indígena. Se unió a un militante aborigen, Agustín Fernández, y juntos iniciaron el Grupo de Cine Insurgente. Con una cámara de video, Krichmar aprovechó que un ingeniero amigo tenía que ablandar su auto, y así filmó Diablo, familia y propiedad.
–El documental comienza narrando el éxodo de la mano de obra indígena hacia los ingenios, a principios de siglo. Esas “peregrinaciones forzadas” ¿hasta qué punto forman parte del inconsciente colectivo de las etnias?
–Un anciano wichi nos contó cómo los movilizaban hacia los ingenios y los hacían laburar hasta morir. Los iban a buscar porque no tenían mano de obra. Y los llevaban a los azotes 150 kilómetros, desde el Chaco salteño hasta Tartagal o Ledesma. Con los collas pasaba algo parecido. Entre gallos y medianoche, los dueños de los ingenios compraron sus tierras a la provincia: los llevaban a la zafra en donde los collas pagaban, con su trabajo, el alquiler de tierras que en realidad les pertenecían.
–¿Y cómo opera el miedo en el presente?
–Nosotros no intentamos entrar a Ledesma. Existe la sensación de que en cualquier momento te vuelan la cabeza. No da para hacer determinadas preguntas, porque te convierten en azúcar y no se entera nadie. Por eso fuimos con prudencia, conscientes de no meter las narices donde no corresponde. Son otros códigos, es otro mundo.
–¿Tiene algo en común Diablo... con Cazadores de Utopías?
–Se parecen por la intención de rescatar la experiencia. Estamos podridos de documentales de DD.HH. que terminan con ganas de llorar. Por eso, si bien es un documental de gente derrotada, reivindica su experiencia. No me gusta su veta peronista... que sigan indagando si Perón los cagó o no. Pero, sacando eso, me gustó mucho. En lo formal me pareció pesada, porque no elabora la imagen. Por más setentista que sea la narración, hay que encontrarle la vuelta. Una imagen que pueda enganchar. Nosotros logramos que gente bien noventosa, para la que la dimensión política no existe en su esquema de análisis, se enganche por el lado de las imágenes fuertes, como los bailes de resistencia.
–¿Hasta dónde llega su perfil de insurgentes?
–Creo que tenemos un proyecto distinto y lo demostramos boicoteando el festival de cine y puteándonos con Alejandro Agresti, que piensa que el enemigo no es Mahárbiz, sino Roque Fernández. Claro, él hizo trespelículas con los fondos del INCAA. ¿Por qué no hay una Historias Breves cada semestre en vez de cada cinco años? ¿Por qué no le dan guita a esa gente en vez de a Suar? El Grupo de Cine Insurgente plantea ese debate. Y también indaga acerca de qué tipo de películas se hacen y deben hacerse. Toda ese discurso de que no hay nada para contar es verso. Hay mucho por contar. Es una cuestión de combate. Si hay hambre, tiene que reflejarlo en cine. Como sabemos que se nos van a negar los espacios de difusión, tenemos que armar un circuito alternativo de producción.

 

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