Por Cristian Vitale El título alude a una sigla
conocida: Diablo, familia y propiedad, el documental que Fernando Krichmar preestrenó el
lunes 12 en el cine Cosmos de esta capital arranca con el nacimiento de los ingenios
Ledesma y San Martín Tabacal, prosigue con la muerte en masa de indígenas provocada por
las condiciones de explotación extrema, y termina con la represión en los cortes de
ruta. Pero también, a través de los mismos testimonios obtenidos en el lugar, introduce
elementos que obligan a seguir profundizando. Uno de esos elementos es la figura mítica
de El Familiar, demonio que fue usufructuado por las empresas azucareras como herramienta
de represión y justificación abstracta de la muerte. A punto tal que cuando chulupíes,
chorotes, wichis, tobas y collas morían como consecuencia de la sed, el hambre o los
accidentes durante la zafra, ellos mismos atribuían la responsabilidad a los demonios y
no al modo de producción de los ingenios. Los demonios no son un invento de las
empresas, explica el director, egresado del Instituto Provincial del Cine. Son
una construcción cultural que, según se deduce de los testimonios aborígenes, fue bien
aprovechada por los patrones, conformando una dialéctica muy especial entre amos y
esclavos.
Krichmar inició su carrera con Lhachumyajay (Nuestra manera de hacer las
cosas), un documental sobre wichis y chorotes. Después de participar en la
producción de Lara y los trenes (Historias Breves 3), quedó atado a la causa
indígena. Se unió a un militante aborigen, Agustín Fernández, y juntos iniciaron el
Grupo de Cine Insurgente. Con una cámara de video, Krichmar aprovechó que un ingeniero
amigo tenía que ablandar su auto, y así filmó Diablo, familia y propiedad.
El documental comienza narrando el éxodo de la mano de obra indígena hacia los
ingenios, a principios de siglo. Esas peregrinaciones forzadas ¿hasta qué
punto forman parte del inconsciente colectivo de las etnias?
Un anciano wichi nos contó cómo los movilizaban hacia los ingenios y los hacían
laburar hasta morir. Los iban a buscar porque no tenían mano de obra. Y los llevaban a
los azotes 150 kilómetros, desde el Chaco salteño hasta Tartagal o Ledesma. Con los
collas pasaba algo parecido. Entre gallos y medianoche, los dueños de los ingenios
compraron sus tierras a la provincia: los llevaban a la zafra en donde los collas pagaban,
con su trabajo, el alquiler de tierras que en realidad les pertenecían.
¿Y cómo opera el miedo en el presente?
Nosotros no intentamos entrar a Ledesma. Existe la sensación de que en cualquier
momento te vuelan la cabeza. No da para hacer determinadas preguntas, porque te convierten
en azúcar y no se entera nadie. Por eso fuimos con prudencia, conscientes de no meter las
narices donde no corresponde. Son otros códigos, es otro mundo.
¿Tiene algo en común Diablo... con Cazadores de Utopías?
Se parecen por la intención de rescatar la experiencia. Estamos podridos de
documentales de DD.HH. que terminan con ganas de llorar. Por eso, si bien es un documental
de gente derrotada, reivindica su experiencia. No me gusta su veta peronista... que sigan
indagando si Perón los cagó o no. Pero, sacando eso, me gustó mucho. En lo formal me
pareció pesada, porque no elabora la imagen. Por más setentista que sea la narración,
hay que encontrarle la vuelta. Una imagen que pueda enganchar. Nosotros logramos que gente
bien noventosa, para la que la dimensión política no existe en su esquema de análisis,
se enganche por el lado de las imágenes fuertes, como los bailes de resistencia.
¿Hasta dónde llega su perfil de insurgentes?
Creo que tenemos un proyecto distinto y lo demostramos boicoteando el festival de
cine y puteándonos con Alejandro Agresti, que piensa que el enemigo no es Mahárbiz, sino
Roque Fernández. Claro, él hizo trespelículas con los fondos del INCAA. ¿Por qué no
hay una Historias Breves cada semestre en vez de cada cinco años? ¿Por qué no le dan
guita a esa gente en vez de a Suar? El Grupo de Cine Insurgente plantea ese debate. Y
también indaga acerca de qué tipo de películas se hacen y deben hacerse. Toda ese
discurso de que no hay nada para contar es verso. Hay mucho por contar. Es una cuestión
de combate. Si hay hambre, tiene que reflejarlo en cine. Como sabemos que se nos van a
negar los espacios de difusión, tenemos que armar un circuito alternativo de producción.
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