Por Guillermo Piro En un gesto sorprendente y
halagador, Vittorio Gassman le dirá adiós al teatro en Buenos Aires, en una actuación
en el Teatro Colón, el 9 de setiembre. Después de varios adioses (uno en la ciudad de
Palermo, otro en Génova, otro en Roma), Gassman, uno de los más grandes e indiscutibles
actores del siglo, asegura que éste será el chau definitivo. Lo hará con un homenaje a
Luigi Pirandello (el monólogo El hombre con la flor en la boca), a su adorado Edmund Kean
el actor shakesperiano de comienzos del siglo pasado, y a William Shakespeare.
De ahora en más, sus apariciones teatrales serán intervenciones relámpago, pequeños
happenings y lecturas, sobre todo de poesía: Dejo los grandes textos para dedicarme
a una búsqueda de clara impronta senil: ¿o acaso los viejos no tienen el derecho de
recorrer nuevos caminos?, acaba de afirmar en una entrevista aparecida en el diario
milanés Corriere della Sera.
Una intervención teatral de despedida nada menos que en el Teatro Colón confirma cierto
lazo que une a la metrópoli porteña con el actor italiano. Gassman estuvo por primera
vez en Buenos Aires en 1950, cuando fue recibido por Perón y Evita y los argentinos
decidieron adoptarme, a pesar de la gran ofensa que significó definir al mate como
una auténtica schifezza. Me perdonaron, e increíblemente soy más
popular en Buenos Aires que en Roma, dice. Tanto es así que en septiembre el
gobierno de Buenos Aires lo declarará ciudadano ilustre.
Pero, naturalmente, no es sólo el amor que le prodigan los porteños lo que lo liga tanto
a Buenos Aires: Me seduce esa capa de misterio y melancolía austral que lo invade
todo. Dos grandes literatos, visionarios, ambiguos y mágicos como Jorge Luis Borges y
Ernesto Sabato, sólo podían haber nacido allí. Borges, paradójicamente, decía que en
ciertas calles de Buenos Aires incluso se pueden encontrar tigres... Es una ciudad que
continuamente le habla al corazón e inspira la fantasía. Según Gassman, los
porteños son nuestros hermanos: tienen más o menos nuestras mismas pasiones.
En 1992, cuando vino por última vez, fue recibido por el presidente Menem en su quinta de
Olivos: al día siguiente River se jugaba una instancia decisiva de la Copa Libertadores
con los chilenos Colo-Colo, y la charla se centró casi exclusivamente en el fútbol.
Gassman cree que sus lazos con Buenos Aires encuentran justificación en su historia
personal. Tuvo una infancia feliz en Génova, y para él la Boca tiene muchos puntos de
contacto con esa ciudad: La misma carga de misterio, el mismo aroma del mar
(sic). Gassman encuentra que la gente de Buenos Aires nutre una nostalgia similar a
la que él siente por su padre, a quien perdió cuando tenía 14 años: Creo que
comencé a actuar el día de su funeral, mucho antes de comenzar mis estudios en la
Academia. Ese papel contenido, casi ausente, fue una actuación trágica improvisada para
defenderme del dolor excesivo, un dolor que no hubiera podido dominar de otra forma.
¿Qué espera Gassman del nuevo e inminente viaje a la Argentina?:
Emocionarme, responde. Volver a sentirme rodeado de esa atmósfera
extraordinaria. Y también encontrar en algún lado una copia de la película Sombrero, la
peor que haya interpretado en toda mi vida. Recuerdo que mi partner era Yvonne de Carlo, y
yo hacía el papel de un conde sudamericano enfermo de cáncer que cantaba y tocaba la
guitarra al borde de una piscina. Una obra maestra del kitsch más alucinado. Lástima que
sea inhallable. ¿Buenos Aires como una especie de paraíso? Sí, aunque en la
iconografía gassmaniana el Paraíso tiene colores un poco más oscuros. De cualquier
forma no parece tener ningún interés en comprobarlo directamente. Si el Paraíso
existe, dice Gassman, prefiero no ir allí: debe ser terriblemente aburrido.
Prefiero el Purgatorio.
Luego de su despedida en el Colón, cuando vuelva a Italia Vittorio comenzará a filmar
con Marco Risi, el hijo de Dino Risi, una película confuertes connotaciones
autobiográficas. El personaje se llama Vincenzo y la trama está inspirada en la novela
de la que él mismo es autor, de neto título dostoievskiano, Memorie de sottoscala, en la
que narra sus experiencias con la depresión.
Wim Wenders, un turista El diario Juventud Rebelde de Cuba acusó al cineasta alemán Wim Wenders de
haber concretado una visión de turista superficial en su último film Buena
Vista Social Club, rodado en La Habana con veteranos de la música cubana. Buena
Vista Social Club transita a bordo de una vieja moto rusa Ural (como si se tratara de un
Cristóbal Colón posmoderno) exhibiendo las más desaliñadas calles de La Habana, en una
especie de tour apocalíptico, publicó el órgano oficial de la juventud comunista.
Además, reprocha al director alemán que sólo enseñe edificios destruidos,
infinidad de baches, charcos, latones repletos de basura y perros sucios. Esa también es
nuestra Habana, admite el cronista, pero lamenta que Wenders no haya examinado
por qué tanta buena música ha sobrevivido a pesar de posibles incomprensiones y
olvidos. También se pregunta por qué a tanta buena música cubana le cuesta
lo imposible penetrar en el mercado discográfico internacional. El cineasta, quien
nunca había viajado a Cuba, rodó el film en tres semanas, inspirado en el disco Buena
Vista Social Club, que recibió un premio Grammy. |
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