Por Claudio Zlotnik El campo paseó sus problemas
por la ciudad. Miles de productores agropecuarios de todo el país desparramaron sus
angustias y sus broncas por Buenos Aires, explicando su situación de ahogo económico,
tratando de hacerle entender al hombre de la metrópolis que no le encuentran salida a su
crisis. Los agricultores responsabilizaron a Carlos Menem y a Roque Fernández de sus
males, les achacaron desatenderlos y condicionaron al próximo gobierno. Si el campo
muere, la Argentina no come, alertaban varios carteles portados ayer en la
movilización que, al menos durante un par de horas, mezcló a hombres de bombachas y
boinas con otros de impecable traje y ataché.
La puesta en escena fue similar a la de hace seis años. En el invierno del 93, los
ruralistas también habían apelado a sacar sus tractores a las rutas para protestar. Pero
ahora el escenario político y económico es diferente. A cuatro meses y medio de que
Carlos Menem regrese a su Anillaco natal, los productores saben que sus reclamos podrían
caer en un pozo ciego. No obstante, reconocen que la realidad que viven día a día es
tortuosa, difícil de sobrellevar.
Víctimas de la crisis económica mundial, los precios de los productos agrícolas han
caído a mínimos históricos. Mientras, los costos de los productores fueron en aumento.
Por caso, una tonelada de fibra de algodón, que hace un lustro tenía un valor de 600
dólares, hoy se consigue por 130. Con los granos sucede algo similar: tanto la soja, como
el trigo y el maíz cuestan hoy la mitad que hace tres años. Y esta caída impacta de
lleno en los bolsillos de los chacareros.
El campo ni siquiera da para darles la educación a mis cuatro hijos. Estoy al borde
de la quiebra. El Gobierno debería otorgarnos subsidios, así como sucede en Europa o
Brasil. Yo ya hice los deberes, me modernicé, adquirí tecnología, pero igual me va mal.
Me siento peor que un desocupado: trabajo duro pero pierdo plata y, encima, no puedo
dormir porque tengo deudas. El relato indignado de José Montenegro, un chaqueño de
Las Breñas, una localidad situada a 1200 kilómetros de la Capital, se reprodujo una y
otra vez durante la manifestación. En el Gobierno, tienen otra visión. El campo es
el que más evade, denunció Carlos Silvani, el titular de la AFIP.
Sean de Pergamino, de Capitán Sarmiento, del Chaco, de Corrientes, de Villa Galarza
(Entre Ríos) o de Daireaux, las historias de vida y los reclamos de los ruralistas
convergen en un punto: la impotencia de quien percibe que ha sido olvidado. Mi
abuelo le dejó la chacra a mi papá y él me la dio a mí. Desde hace 20 años soy
responsable de esas hectáreas y estoy a punto de perderlo todo. La lucha de varias
generaciones está a punto de quedar en la nada ya que, con lo que cosecho, no logro
siquiera cubrir los costos de la siembra. De hecho, por las deudas que tengo, el campo ya
es más del Banco Nación que mío, contó a este diario el chaqueño Jorge Atanase.
Para los productores, las concesiones viales son una pesadilla porque representan un costo
importante en su producción. Lo mismo que el gasoil. De combustible pagamos el
doble que en cualquier país de Europa o los Estados Unidos. Y el peaje es cuatro veces
más caro. Hay que hacer algo ya, reclamó René Bonetto, titular de la Federación
Agraria. El chaqueño Atanase tampoco es el único que tiene deudas. En total, el sector
agropecuario acumula pasivos por unos 7000 millones de dólares y se estima que la cuarta
parte de los campos están hipotecados.
Con este marco de fondo, los productores del norte del país se juntaron en General
Pacheco y los del sur, en Cañuelas. La caravana más importante avanzó sobre el Acceso
Norte, la Panamericana, General Paz y Libertador hasta el microcentro. El primer conflicto
importante con la Policía ocurrió cerca del mediodía en la General Paz, cuando los
agentes decomisaron vehículos en busca de frutas y verduras que los manifestantes iban a
repartir entre quienes se acercaran a la Plaza de Mayo. Una hora después, los productores
tuvieron un choque con la Infantería cuando intentaron trasladar una cosechadora. Algo
similar les ocurrió a los manifestantes que llegaban desde el sur por la autopista La
Plata-Buenos Aires: la policía les ordenó dejar en el camino centenares de fardos de
pasto. Desde el mediodía y hasta bien entrada la tarde, el tránsito por Buenos Aires fue
un caos. Desde la General Paz hasta Cerrito, la avenida Del Libertador fue copada por los
ruralistas, y sólo dos carriles funcionaron normalmente. Una vez en el centro, el
centenar de ómnibus se estacionó a lo largo de Cerrito.
El ingreso de los chacareros en la Plaza fue apoteótico. Desde los edificios sobre
Diagonal Norte caían papelitos a manera de saludo. En las esquinas, los transeúntes se
juntaban espontáneamente aplaudiendo a los manifestantes. Le pido al Presidente que
abra las ventanas de su despacho y mire las necesidades del campo, apuntó Valentín
Levisman, el titular de Coninagro, en su discurso en la Plaza de Mayo ante los
productores. Fue el epílogo de la jornada de protesta. Los carteles comenzaban a
replegarse y las estrofas del Himno Nacional unían por última vez en el día las voces
de los ruralistas. La Plaza quedaba vacía y los granos de maíz, en el piso. Las palomas
de la Casa Rosada, las únicas agradecidas por semejante despliegue.
LA POLICIA ARRESTO A LA COSECHADORA
Ausente por fuerza mayor
Por C.Z.
Los
productores no habían podido disimular las naranjas y manzanas que traían en las
camionetas y en los baúles de los automóviles, y que debieron resignar en el camino.
Pero, en cambio, lograron ingresar a la Capital una cosechadora que habían escondido en
los Bosques de Palermo. Aunque, no bien la arrimaron a la avenida Del Libertador, la
policía obligó a los productores a desviarla de la manifestación.
Justicialista fue Perón. Menem es marginación, decía uno de los carteles
que colgaba de la cosechadora. Remolcada por una camioneta, la máquina entrerriana dejaba
apreciar otra inscripción: Urdinarrain Presente.
El ingreso de la cosechadora a la autopista produjo el incidente más importante de la
manifestación. El Ministerio del Interior les había anticipado a los dirigentes
agropecuarios que no se iba a permitir el ingreso a la Capital de mercadería ni de
máquinas. Pero con la cosechadora en Del Libertador y Sinclair, a metros de la casa de
Carlos Corach, los productores creyeron que le habían ganado una pulseada al Gobierno.
El entusiasmo duró apenas unos minutos. La policía se mantuvo inflexible alegando que
debía cumplir con la orden de impedir el paso de la cosechadora. Y los manifestantes se
oponían a que la maquinaria quedara en manos de los agentes.
En medio de las discusiones, un grupo de hombres de la Guardia de Infantería rodeó a la
camioneta que acarreaba la máquina y se produjeron empujones con algunos manifestantes.
Luis Flores, el dueño de la cosechadora, estaba indignado. Provisto de una indumentaria
que reflejaba su condición de hombre de campo, Flores la emprendió en contra del
Gobierno. Es increíble que en este país, con su tierra rica, los productores
agropecuarios pasemos hambre. No damos más, y el Gobierno mira para otro lado,
vociferó el chacarero.
¡Si la cosechadora no pasa hay que quemarla! gritó un productor.
¡Sí, sí, prendámosla fuego! dijo otro.
¡Fuego, fuego, fuego! reclamaba a coro el grupo de personas que rodeaba a la
camioneta y a la cosechadora.
En ese momento, René Bonetto, el titular de la Federación Agraria, les reclamó calma a
sus hombres. Asumamos que sabíamos que no íbamos a poder seguir con la máquina.
No nos peleemos con la policía. Nuestro objetivo es llegar lo más rápido posible a la
Plaza. Sigamos con la marcha, les pidió. Los más excitados finalmente cedieron.
La movilización recién continuó cuando los agentes le devolvieron los papeles de la
camioneta a su dueño y se comprometieron a no secuestrar la maquinaria. Fue entonces que
las camionetas, ómnibus y autos siguieron su camino. La cosechadora, en cambio, pegó la
vuelta. Lentamente volvía al campo de Flores, en Entre Ríos.
EN SUS CAMPOS DE ENTRE RIOS
Roque escrachado
Por C.Z.
Antes de
emprender el viaje hacia la Capital, un grupo de productores agropecuarios entrerrianos se
hizo tiempo para realizar un escrache frente al campo que Roque Fernández
posee en Perdices, una localidad situada a 20 kilómetros de Gualeguaychú. Este
campo era de pequeños productores entrerrianos. Hoy es de Roque Fernández, decía
el cartel de treinta metros que los manifestantes desplegaron frente al alambrado del
establecimiento El Ombú, a la vera de la ruta nacional 14.
Estamos fundidos, la gente del campo no aguanta más y el ministro desoye nuestros
pedidos. Por eso hicimos el escrache, comentó a Página/12 Roxana Fernández, una
productora de Gualeguaychú.
Según relataron los productores, el campo de Roque de 200 hectáreas
perteneció en el pasado a pequeños terratenientes que se vieron obligados a venderlo
debido a las abultadas deudas que acumulaban.
El ministro de Economía no es el único que posee campos en la zona. Pedro Pou, el
titular del Banco Central, Hugo Anzorreguy, jefe de la SIDE, los herederos de Alfredo
Yabrán y hasta el técnico de River, Ramón Díaz, son propietarios de importantes
extensiones en la región.
Ahogados por la situación económica, los pequeños productores que hasta hace algunos
años formaban la Colonia Oficial de Perdices tuvieron que desprenderse de sus campos.
La gente de Entre Ríos se quedó con las manos vacías y las tierras se repartieron
entre muy pocos, comentó un productor de la zona a este diario, durante un alto en
su camino a Plaza de Mayo.
La historia que cuentan los productores es que Roque Fernández posee en el sur
entrerriano varios campos que en conjunto sumarían miles de hectáreas. Las entidades
agropecuarias locales vienen denunciando que numerosos pequeños y medianos productores se
han visto obligados a vender sus propiedades. Como consecuencia, se está produciendo en
la zona una fuerte concentración de tierras en pocas manos.
El escrache, convertido en la forma preferida de denuncia pública, fue
originalmente utilizado por la agrupación HIJOS para señalar los domicilios de los ex
represores de la dictadura militar. Ayer se usó para marcar a los funcionarios que
habrían resultado beneficiarios del ahogo de los productores. Irritados, los
manifestantes aseguraban que el funcionario que desde el gobierno alentó esta política,
aprovechó en beneficio propio el sufrimiento de los descapitalizados productores.
TESTIMONIOS EN LA PLAZA.
Una queja bien cultivadaPor
David Cufré
Ayer cumplí 25 años de casada. En aquel momento, llevábamos dos mil
docenas de alcauciles por día al Mercado de Rosario. Ahora no podemos vender 500 docenas
por semana. Ema Martín de Cursio, de 46 años, cuenta su historia frente al
Cabildo. Junto a su esposo, es propietaria de una pequeña quinta de 4 hectáreas en los
alrededores de Rosario. Dice que la agobia ver cómo le rematan las tierras a sus vecinos
productores ante la imposibilidad de cubrir un crédito. Mis abuelos eran alemanes y
españoles. Trabajaron toda su vida y no estamos dispuestos a sacrificar su esfuerzo y el
nuestro. Por eso estoy acá, explica. En otras épocas les iba mal a los
tamberos o a los productores de granos, pero a otros les iba bien. En este momento la
crisis es de los que explotan miel, pollos, carne, maíz, soja, girasol, tabaco, azúcar.
A todos. Está claro que algo funciona mal, y ya no es cuestión de poner más
esfuerzo, describe, con lógica intachable.
Rodolfo
En 1989, con la venta de 3 kilos de naranjas nos alcanzaba para comprar un kilo de
pan. Ahora necesitamos vender 30 kilos. El relato pertenece a Rodolfo Castrignano,
de 52 años, productor de naranjas, mandarinas, pomelos y limones de Chajarí, Entre
Ríos. Su campo es de 80 hectáreas. Estamos muy asfixiados, de lo contrario no
estaríamos acá, sino trabajando en nuestras chacras. En el 93, un cajón de citrus
de buena calidad se pagaba 5 pesos y hoy vale 2,50. Nos hace falta plata fresca, pero el
Gobierno nos pone más impuestos, aumenta el peaje y el combustible. Si para colmo
privatizan el Banco Nación, se termina todo para el productor, porque nadie nos presta a
tasas razonables, sostiene. Pero no vamos a bajar los brazos. Le queremos
hacer entender al Gobierno que vinimos por una causa justa. Siempre he mantenido a mis
hijos con el trabajo en el campo y no puede ser que gastando lo mismo, viviendo
modestamente, sin lujos, nos lleven a una crisis sin salida, protesta Castrignano.
Víctor
Víctor Fontova se enorgullece de su campo de 300 hectáreas en Pergamino, al norte de
Buenos Aires, donde produce soja, maíz, trigo y girasol. Es el corazón de la Pampa
Húmeda, la zona más productiva de la Argentina. Si nosotros tenemos problemas, el resto
del país no sé cómo hará para salir de esta crisis, razona con amargura.
Los pueblitos al lado de la ruta por ahora sobreviven. Pero en los últimos tres
años fue increíble cómo desaparecieron las localidades de 30 o 40 casas que abastecían
a los campos. Ahí vivía el herrero, el que vendía agroquímicos, repuestos para las
máquinas, el del almacén de ramos generales. Todo ese estilo de vida desapareció,
comenta.
Fontova atribuye la crisis a la caída de los precios internacionales, el ahogo
financiero, los impuestos, el peaje, el aumento del combustible y la concentración.
Hay dos tipos de concentración. Por un lado, están los pequeños campesinos que
venden sus tierras a operadores más grandes. Por otro, somos miles de productores que le
vendemos a cuatro o cinco multinacionales. Ellos fijan los precios y deciden cuándo
compran y cuándo esperan. Y la plata la manejan desde afuera, señala, relatando
casi a pie juntillas el argumento de Un lugar en el mundo, la película de Adolfo
Aristarain.
Oscar
A Oscar Parro, de 47 años, la caída de los precios internacionales del maíz, la soja y
el trigo le quitaron toda rentabilidad al negocio. Su campo de 100 hectáreas
se encuentra a 37 kilómetros de Firmat, Santa Fe. Cuando hace cuatro años la soja
valía 30 dólares, sabíamos que el precio estaba inflado. No pedimos que el Gobierno
sostenga un precio como ése, pero tampoco puede ser que nos deje librados al juego del
mercado, porque ahora la soja vale 14 dólares y no podemos vivir, afirma. Mi
problema es que vivo mal. Quisiera comprar un termotanque para calentar el agua de toda la
casa y no puedo, porque me es imposible mantener dos garrafas de 15 kilos por mes. Me
gustaría ver televisión por cable, pero tampoco me alcanza. Cada día me ajusto más
para subsistir. Si la cosa sigue así, voy a terminar vendiendo el campo, como hizo tanta
gente, concluye. |
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